La erosión de la dignidad de la naturaleza humana

Ese empeño en estos tiempos presenten por destruir la dignidad humana, su naturaleza distinta, singular, genuina, excepcional, maravillosa…, de impronta divina, resulta absolutamente sorprendente por la normalidad (anormal) con la que sucede, y estupor por la consecuencias tremendas que se van —ya lo están siendo— a derivar.

De ello, lo más jocoso —cabría decir, si no fuera por lo que supone…— es la contradicción en que quienes la niegan: Quienes niegan la realidad de esa naturaleza humana, resultan ser naturalistas a fuerza de materialistas. Materialistas que afirman no haber más vida que esta, la terrena, y que en cambio, en lugar de estimarla y protegerla al máximo, por ser la única, minusvaloran la grandeza de la vida de cada persona, derecho inalienable.

Dios es el que da grandeza y dignidad sacra al ser humano, y lo hace, pues, intocable; de modo que a la eliminación de Dios, al hacer un mundo ateo, el ser humano se convierte en “una partícula de la naturaleza o un elemento anónimo de la ciudad humana”[1]. Así, si es una partícula, se le puede descartar y eliminar (=eutasianar, abortar, ultrajar, etc.). El ser humano, ninguneado en su categoría, devaluado hasta convertirlo en uno más —un animal entre otros (y especialmente si son especies protegidas)— de cuantos existen.

Es gravísima esta falta de reconocimiento de la concepción antropológica del ser humano como imagen y semejanza de Dios Creador. Esta pérdida de grandeza erosiona el respeto que merece, y desemboca en cosas como en la impasibilidad ante el aborto, la eutanasia (que se proyecta aún más mortífera), la perversión moral, la corrupción, la irresponsabilidad, la depravación sexual, la manipulación de todo tipo (mental, ideológico, biológico, sexual, trashumado, etc.). Este ser puede ser deconstruido y reconstruido a capricho, a voluntad de la soberbia humana (inhumana).

Y si se hace alguna concesión a reconocer algo no propiamente materia en el ser humano…,  no lo hacen en cuanto a lo místico trascendente genuino de la persona respaldada por Dios, sino en cuanto a una especie de una energía, potencial de fuerza por desarrollar en el cerebro humano, a base de técnicas esotéricas-espiritistas.

Y, en definitiva, de modo que al ser cuestionada la dignidad de la naturaleza humana, se cuestiona todo lo que de ella se deriva: su conciencia, sus valores, sus derechos, sus obligaciones (responsabilidades), su orden, su vocación… Y las esferas en que se desenvuelve: la sociedad, su equilibrio; la familia, tradicional, estructurada; la religión, donde ésta queda abajada la categoría de secta, y las sectas elevada a categoría de religión.

Todo esto es único, jamás ocurrido en la historia humana, hasta este momento. Lo que nos espera con esta deshumanización inquieta, y mucho.

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  [1] Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, n. 14

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