Tal como hoy, lunes de la 3ª semana de Cuaresma, la primera lectura de la misa trata del bello relato de la curación de Naamán el sirio y su conversión, y la actitud absolutamente magnánima del profeta Eliseo.
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Naamán, jefe del ejército del rey de Aram (Siria), era hombre muy estimado y favorecido por su señor, porque por su medio había dado Yahveh la victoria a Aram. Este hombre era poderoso, pero tenía lepra.
Habiendo salido algunas bandas de arameos, trajeron de la tierra de Israel una muchachita que se quedó al servicio de la mujer de Naamán. Dijo ella a su señora:
—Ah, si mi señor pudiera presentarse al profeta que hay en Samaría, pues le curaría de su lepra.
Fue él y se lo manifestó a su señor diciendo:
—Esto y esto ha dicho la muchacha israelita.
Dijo el rey de Aram:
—Anda y vete; yo enviaré una carta al rey de Israel.
Fue y tomó en su mano diez talentos de plata, 6.000 siclos de oro y diez vestidos nuevos.
Llevó al rey de Israel la carta que decía:
—Con la presente, te envío a mi siervo Naamán, para que le cures de su lepra.
Al leer la carta el rey de Israel, desgarró sus vestidos diciendo:
—¿Acaso soy yo Dios para dar muerte y vida, pues éste me manda a que cure a un hombre de su lepra? Reconoced y ved que me busca querella.
Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey:
—¿Por qué has rasgado tus vestidos? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel.
Llegó Naamán con sus caballos y su carro y se detuvo a la entrada de la casa de Eliseo.
Eliseo envió un mensajero a decirle:
—Vete y lávate siete veces en el Jordán y tu carne se te volverá limpia.
Se irritó Naamán y se marchaba diciendo:
—Yo que había dicho: ¡Seguramente saldrá, se detendrá, invocará el nombre de Yahveh su Dios, frotará con su mano mi parte enferma y sanaré de la lepra! ¿Acaso el Abaná y el Farfar, ríos de Damasco, no son mejores que todas las aguas de Israel? ¿No podría bañarme en ellos para quedar limpio?
Y, dando la vuelta, partió encolerizado.
Se acercaron sus servidores, le hablaron y le dijeron:
—Padre mío; si el profeta te hubiera mandado una cosa difícil ¿es que no la hubieras hecho? ¡Cuánto más habiéndote dicho: Lávate y quedarás limpio!
Bajó, pues, y se sumergió siete veces en el Jordán, según la palabra del hombre de Dios, y su carne se tornó como la carne de un niño pequeño, y quedó limpio.
Se volvió al hombre de Dios, él y todo su acompañamiento, llegó, se detuvo ante él y dijo:
—Ahora conozco bien que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Así pues, recibe un presente de tu siervo.
Pero él dijo:
—Vive Yahveh a quien sirvo, que no lo aceptaré.
Le insistió para que lo recibiera, pero no quiso.
Dijo Naamán:
—Ya que no, que se dé a tu siervo, de esta tierra, la carga de dos mulos, porque tu siervo ya no ofrecerá holocausto ni sacrificio a otros dioses sino a Yahveh.
(2 Reyes 5,1-17)
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Como se ve en el Evangelio del tía de hoy también, Jesús hace mención a este relato del Antiguo Testamento. Y a la vez que lo vincula al hecho del encuentro de del Profeta Elías con la viuda de Sarepta. ¿Qué tienen en común? Que ambos son extranjeros, no pertenecientes al pueblo judío; de lo que se concluye que la gracia divina alcanza más allá de su pueblo elegido, es más: que toda la Humanidad es agraciada como nuevo y total pueblo elegido. Los dos profetas, Elías y Eliseo, fueron enviados por Dios a esas dos personas -una mujer y un hombre- como representativos de la apertura del Reino de Dios a todos los seres humanos, sin exclusión. Esto enfadó a los judíos de la sinagoga de Nazaret, pueblo de Jesús, y les sentó tan mal que la emprendieron con Él… En fin, que el egoísmo y el fanatismo pueden ser demoledores.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,24-30):
HABIENDO llegado Jesús a Nazaret, le dijo al pueblo en la sinagoga:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naámán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
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PALABRAS PAPA FRANCISCO
(Ángelus, 30 de enero de 2022)
En la liturgia de hoy, el Evangelio narra la primera predicación de Jesús en su propio pueblo, Nazaret. El resultado es amargo: en lugar de recibir aprobación, Jesús encuentra incomprensión y también hostilidad (cf. Lc 4,21-30). Sus paisanos, más que una palabra de verdad, querían milagros, signos prodigiosos. El Señor no los realiza y ellos lo rechazan, porque dicen que ya lo conocen de pequeño: es hijo de José (cf. v. 22), etc. Así, Jesús pronuncia una frase que se ha convertido en proverbio para siempre: «Ningún profeta es bien recibido en su tierra» (v. 24).
Estas palabras revelan que el fracaso para Jesús no fue del todo inesperado. Conocía a su gente, conocía el corazón de los suyos, sabía el riesgo que corría, contaba con el rechazo. Así que podemos preguntarnos: pero si las cosas estaban así, si prevé el fracaso, ¿por qué va a su pueblo? ¿Por qué hacer el bien a personas que no están dispuestas a aceptarte? Es una pregunta que nos hacemos a menudo. Pero es una pregunta que nos ayuda a entender mejor a Dios. Ante nuestras cerrazones, Él no retrocede: no pone frenos a su amor. Ante nuestras cerrazones, Él sigue adelante. Vemos un reflejo de esto en aquellos padres que son conscientes de la ingratitud de sus hijos, pero no dejan de amarlos y hacerles el bien. Dios es así, pero a un nivel mucho más alto. Y hoy también nos invita a creer en el bien, a no escatimar esfuerzos para hacer el bien.
Sin embargo, en lo ocurrido en Nazaret encontramos algo más: la hostilidad hacia Jesús por parte de “los suyos” nos provoca: ellos no fueron acogedores… ¿Y nosotros? Para comprobarlo, veamos los modelos de acogida que propone Jesús hoy a sus paisanos y a nosotros. Son dos extranjeros: una viuda de Sarepta de Sidón y Naamán, el sirio. Ambos acogieron a los profetas: la primera a Elías, el segundo a Eliseo. Pero no fue una acogida fácil, sino que pasó por pruebas. La viuda acogió a Elías, a pesar de la hambruna y de que el profeta era perseguido (cf. 1 R 17,7-16), era un perseguido político religioso. Naamán, en cambio, a pesar de ser una persona de altísimo nivel, aceptó la petición del profeta Eliseo, que lo llevó a humillarse, a bañarse siete veces en un río (cf. 2 R 5,1-14), como si fuera un niño ignorante. La viuda y Naamán, en definitiva, aceptaron a través de la disponibilidad y la humildad. El modo de acoger a Dios es siempre estar dispuestos, acogerlo y ser humildes. La fe pasa por aquí: disponibilidad y humildad. La viuda y Naamán no rechazaron los caminos de Dios y sus profetas; fueron dóciles, no rígidos y cerrados.
Hermanos y hermanas, también Jesús recorre el camino de los profetas: se presenta como no nos lo esperamos. No lo encuentra quien busca milagros —si nosotros buscamos milagros no encontraremos a Jesús—, quien busca sensaciones nuevas, experiencias íntimas, cosas extrañas; quien busca una fe hecha de poder y signos externos. No, no lo encontrará. Solo lo encuentra, en cambio, quien acepta sus caminos y sus desafíos, sin quejas, sin sospechas, sin críticas ni caras largas. En otras palabras, Jesús te pide que lo acojas en la realidad cotidiana que vives; en la Iglesia de hoy, tal como es; en los que están cerca de ti cada día, en la concreción de los necesitados, en los problemas de tu familia, en los padres, en los hijos, los abuelos, acoger a Dios allí. Ahí está Él, invitándonos a purificarnos en el río de la disponibilidad, y en tantos y saludables baños de humildad. Se necesita humildad para encontrar a Dios, para dejarnos encontrar por Él.
Y nosotros, ¿somos acogedores, o nos parecemos a sus paisanos, que creían saberlo todo sobre Él? “Yo he estudiado teología, hice ese curso de catequesis… Lo sé todo sobre Jesús”. Sí, como un tonto… No hagas el tonto, tú no conoces a Jesús. Quizás, después de tantos años como creyentes, pensamos muchas veces que conocemos bien al Señor, con nuestras propias ideas y juicios. El riesgo es que nos acostumbremos, nos acostumbremos a Jesús. Y ¿cómo nos acostumbramos? Cerrándonos, cerrándonos a sus novedades, al momento en que Él llama a la puerta y te dice algo nuevo, quiere entrar en ti. Tenemos que salir de este permanecer fijos en nuestras posiciones. El Señor pide una mente abierta y un corazón sencillo. Y cuando una persona tiene una mente abierta, un corazón sencillo, tiene la capacidad de sorprenderse, de asombrarse. El Señor siempre nos sorprende, ésta es la belleza del encuentro con Jesús. Que la Virgen, modelo de humildad y disponibilidad, nos muestre el camino para acoger a Jesús.