El Evangelio (Mt 9,32-38) de la liturgia de hoy, 9 de julio, nos habla de la misión de anunciar el Reino, cómo Jesús lo llevó a cabo y cómo pide a los suyos que hagan lo mismo.
Jesús recorrió las poblaciones judías predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia; es decir, de palabra y obra. En ello hay varios detalles a destacar: que sus obras tenían el marchamo de lo sobrenatural, milagros de curación y liberación de demonios; a lo cual le movía la misericordia, el amor por la gente: Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Esta forma de actuar de Jesús asombraba a la gente, al común de pueblo sencillo: La multitud, maravillada, decía: «Nunca se había visto nada semejante en Israel”; en cambio, a los “expertos y entendidos” como los fariseos no, de modo que, de la manera más ofensiva, le atacaban acusándole de que aquella autoridad que Jesús manifestaba no era de origen divino sino diabólico: «Expulsa a los demonios por autoridad del príncipe de los demonios».
Lectura del santo evangelio según san Mateo 9,32-38:
En aquel tiempo, llevaron ante Jesús a un hombre mudo, que estaba poseído por el demonio. Jesús expulsó al demonio y el mudo habló. La multitud, maravillada, decía: «Nunca se había visto nada semejante en Israel». Pero los fariseos decían: «Expulsa a los demonios por autoridad del príncipe de los demonios».
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos«.
Jesús era consciente, para su entonces, al inicio de la necesidad de anunciar el Reino, pero también para luego, para ahora y para siempre, de modo que así se lo encomendó a sus discípulos: «La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos«. Y este es un cometido que alcanza a todos los que se digan cristianos, dando testimonio de palabra y obra, como Él hizo. Y muy especialmente a los llamados expresa y vocacionalmente: por quienes Jesús nos pide que oremos a Dios, dueño de la mies humana, para que sean muchos, los suficientes, y buenos.
Es de destacar el sentir compasivo Jesús por las gentes, las personas, «porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor«. Nosotros tomamos los sentimientos como algo fugaz y sin mayor relevancia o consistencia; no así en Jesús, su amor misericordioso, le llevará hasta dar la vida por la humanidad. En este pasaje Jesús se siente conmovido por la carencia -o descarrío- que padece la gente de religiosidad, de ser guiada, cuida y acompañada espiritualmente.
Hay, entonces como hoy y siempre, la necesidad humana de la sed de Dios, aunque parezca por momentos -y los actuales son evidentes- que no se tiene esa carencia, que no se necesita de Dios, de ser religiosos, ello está inscrito en el alma humana. Como decía el filosofo español Xavier Zubiri: «El hombre no tiene, sino que velis nolis, quieras o no, es religación” respecto de lo divino, o sea, religioso. «Dios pertenece al ser del hombre, no porque Dios forme parte fundamental de nuestro ser, sino porque Dios constituye parte formal de él el ser fundamentado, el ser religado», dice X. Zubiri. Y los cristianos, y especialmente los religiosos, estamos llamados a llevar al mundo la esperanza que abre al reinado de Dios, donde se realizaría la santidad para la que hemos sido creados.
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Catena Aurea
Después que ellos salieron, presentaron a Jesús un hombre mudo poseído del demonio. Y arrojado éste, habló el mudo: admiráronse las turbas, y decían: «Jamás ha acontecido en Israel una cosa parecida»; mas los fariseos, por el contrario, decían: «arroja al demonio en nombre del príncipe de los demonios». (vv. 32-34)
Remigio
Después de haber dado de un modo maravilloso la vista a los ciegos, dio la palabra a un mudo y la salud al que estaba poseído del demonio: en cuyo hecho se muestra Jesús como Señor de todo poder y autor de todos los medios divinos. Ya lo dijo Isaías: «Entonces verán los ciegos, oirán los sordos y hablarán los mudos» ( Is 35,5). Por eso se dice: «Después de su partida le presentaron un hombre mudo».
San Jerónimo
La palabra griega cophos ( cwfoV ) significa más bien sordo que mudo, pero es costumbre de la Escritura, tomarla indiferentemente o por sordo o por mudo.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 32,1
No era mudo de naturaleza, sino por obra del demonio. De ahí la necesidad que tuvo de que lo llevaran a Jesús y la imposibilidad en que se encontraba de pedir por sí mismo o de suplicar a otros que lo hicieran. No tenía voz por habérsela paralizado el demonio: por esta razón no le exige Jesús la fe y le cura en seguida, por eso se dice: «y arrojado el demonio habló el mudo».
San Hilario, in Matthaeum, 9
En este acontecimiento sigue todo el procedimiento un orden natural: primero arroja el demonio y después recobran todas las partes del cuerpo sus funciones.
Sigue: «Y se admiraron las turbas y dijeron: Jamás aconteció en Israel una cosa parecida».
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 32,1-2
El pueblo estimaba a Jesús más que a todos los demás, no sólo porque curaba, sino porque curaba con facilidad y prontitud todas las enfermedades, aunque fueran incurables. Esto era lo que más irritaba a los fariseos. Porque no sólo era preferido antes que todos los que vivían en Israel, sino incluso a todos los nacidos antes que El en Israel. Por esto los fariseos, movidos por malos sentimientos, procuraran infamarle, según aquellas palabras: «Mas los fariseos decían, arroja a los demonios en virtud del príncipe de los demonios».
Remigio
Los escribas y fariseos negaban, siempre que podían, los milagros del Señor, e interpretaban de maliciosa manera los que no podían negar, según aquello: «A causa de tu gran fuerza, te mentirán tus enemigos» ( Sal 65,3).
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 32,2
¿Se puede decir locura mayor que la que ellos dijeron? Porque nadie puede formarse la idea de que un demonio arroje a otro demonio, pues un demonio aplaude siempre y no destruye nunca lo que otro hace. Y Cristo no sólo arrojaba a los demonios sino que también limpiaba a los leprosos, resucitaba a los muertos, perdonaba los pecados, predicaba el reino de Dios y conducía a los hombres al Padre; cosas todas que ni podía ni quería hacer el demonio.
Rábano
En sentido místico podemos decir, que así como los dos pueblos, el judío y el gentil, estaban representados por los dos ciegos, así también todo el género humano, en general, está representado por el hombre mudo y poseído del demonio.
San Hilario, in Matthaeum, 9
Podemos ver también en el hombre sordo, mudo y poseído del demonio, a todo el pueblo gentil (indigno de toda salvación), rodeado por todas partes de toda clase de males y envuelto en todos los vicios del cuerpo.
Remigio
Mudo estaba todo el pueblo gentil, porque no podía abrir su boca para confesar la verdadera fe, ni para alabar a su Creador y porque adorando a los ídolos mudos, se hizo semejante a ellos: estaba poseído del demonio porque quedó muerto por su infidelidad y sujeto al imperio del demonio.
San Hilario, in Matthaeum, 9
Por el conocimiento de Dios se evita todo género de locas supersticiones y se encuentra la vista, el oído y la palabra de salvación.
San Jerónimo
Porque así como los ciegos reciben la luz, así también se pone expedita la lengua a los mudos, para que hablen y confiesen a aquel a quien antes negaban. La admiración de las turbas representa la confesión de las naciones y la calumnia de los fariseos nos da a conocer la actual infidelidad de los judíos.
San Hilario, in Matthaeum, 9
A la admiración de las turbas sigue inmediatamente la siguiente confesión: «Jamás sucedió en Israel una cosa parecida», en cuyas palabras se demuestra el poder divino, que salvó a aquel a quien la ley no pudo dar auxilio alguno.
Remigio
En los que presentaron al Señor al mudo a fin de que le sanara, están representados los Apóstoles y los predicadores, porque pusieron delante de los ojos misericordiosos de Dios, al pueblo gentil con el objeto de que le salve.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,29
Sólo San Mateo nos refiere los dos hechos de que se habla aquí: el hecho del ciego y el del mudo poseído del demonio. Aquellos dos ciegos del que se ocupan los otros evangelistas son distintos; el acontecimiento, sin embargo, es parecido. En tales términos es parecido que si San Mateo no hubiera hecho mención de él, podríamos creer que lo que ahora narra había sido contado por los otros dos evangelistas. Debemos recordar siempre que hay en el Evangelio ciertos hechos que se parecen: de manera que (cuando encontráremos en otros pasajes hechos acompañados de circunstancias tan particulares y distintas que no pudiéramos concordarlas) debemos deducir que el hecho no es el mismo sino otro parecido, o ejecutado del mismo modo.
Y recorría Jesús todas las ciudades y castillos enseñando en las sinagogas, y predicando el Evangelio del reino, y curando todo género de dolencias y de enfermedades. Y al ver a las muchedumbres, se compadeció de ellas por lo maltratadas y agobiadas de males en que estaban; estaban como las ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «Ciertamente la mies es mucha; pero los operarios pocos. Rogad al Señor de la mies, que envíe operarios a su mies». (vv. 35-38)
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 32,2
El Señor quiso refutar con sus acciones la acusación de los fariseos cuando decían: «En nombre del príncipe de los demonios, arroja a los demonios», pues el demonio no se venga haciendo bien a los que le ultrajan, sino haciéndoles daño. Y el Señor hace lo contrario; puesto que no castiga, ni aun increpa a los que le afrentan y ultrajan, sino que los colma de beneficios, por eso se dice: «Y recorría Jesús todas las ciudades y castillos»: en cuyo proceder nos enseña, no a devolver a una acusación otra acusación, sino a responder con beneficios. Aquel que después de ser acusado, deja de hacer el bien, da a entender que hace el bien por el aplauso de los hombres, pero si hiciéremos constantemente el bien a nuestros semejantes, sean quienes quieran, tendremos una grandísima recompensa.
San Jerónimo
Vemos cómo el Señor predica el Evangelio indistintamente en las aldeas, en las ciudades y en los pueblos, es decir, en los grandes y pequeños centros de población. Porque El no mira el poderío de los nobles sino a la salvación de los creyentes, así se dice: que enseñaba en la sinagoga, es decir, llenaba la misión que le había encomendado el Padre y satisfacía su sed de salvar por medio de su palabra a los infieles.
Glosa
Y enseñaba en la sinagoga el reino de Dios y por eso dice: «y predica el Evangelio del Reino».
Remigio
Debe entenderse de Dios; porque aunque habla de las promesas temporales, esto no constituye el Evangelio. De aquí es, que a la ley no se la llama Evangelio; porque no prometía bienes celestiales sino temporales, a los que la observaban.
San Jerónimo
Después de predicar y de enseñar curaba todas las tristezas y enfermedades, con el objeto de persuadir con las obras a los que no había convencido con la palabra y por esta razón se dice: «Curaba todo abatimiento y enfermedad»; con razón se dice de El: nada le es imposible.
Glosa
Llama abatimiento a toda enfermedad duradera y enfermedad a todo achaque ligero.
Remigio
Debe tenerse presente, que a los que curaba exteriormente en el cuerpo, los curaba también interiormente en el alma: cosa que no podía hacer nadie por su propio poder, sino por consentimiento de Dios.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 32,2
No consiste en esto solamente la bondad de Cristo, sino que abriendo las entrañas de su misericordia para con aquel pueblo, les manifiesta la solicitud que tiene para con ellos, según aquellas palabras: «Y al ver las turbas se compadeció de ellas».
Remigio
Se mostró en esto el Señor como un buen pastor y no como un pastor contratado. Esta es la razón que tenía para compadecerse de ellos: «Porque eran atropellados y agobiados de males, como las ovejas que no tienen pastor». Eran maltratados por los demonios y por las diversas enfermedades y abatimientos que los consumían.
Rábano
O también eran maltratados por los distintos errores que profesaban y estaban agobiados, esto es, entorpecidos e incapaces de levantarse porque aunque tenían pastores, era como si no los tuviesen.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 32,2
Esta es la condenación de los príncipes de los judíos, pues siendo ellos pastores se portaban como lobos, porque no sólo no corregían al pueblo, sino además le perjudicaban cuanto podían para utilidad propia, por eso el pueblo decía con admiración: «Jamás ha sucedido en Israel una cosa parecida» y los fariseos, por el contrario: «arroja al demonio en nombre del príncipe de los demonios».
Remigio
Desde el momento en que el Hijo de Dios miró desde el Cielo a la tierra, a fin de escuchar los lamentos de los que estaban encadenados ( Sal 101), comenzó a tomar incremento la mucha mies que había; porque si no hubiera puesto sus ojos en la tierra el autor de la salvación de los hombres, no se hubieran acercado éstos a la fe, por eso dijo a sus discípulos: «Ciertamente hay mucha mies; pero los operarios son pocos»:
Glosa
La mies son todos aquellos hombres a quienes pueden segar los predicadores y separar del montón de los hombres perdidos, como se separan las semillas de la paja, a fin de colocarlas en los graneros.
San Jerónimo
La mucha mies significa la multitud de pueblos y los pocos operarios la escasez de maestros.
Remigio
Pequeño era el número de los Apóstoles en comparación de mies tan extensa. Y el Salvador por esta razón exhorta a sus predicadores (esto es, a los Apóstoles y a sus discípulos), a que todos los días pidan se aumente su número, por eso añade: «Rogad, pues, al Señor de la mies que mande sus operarios a su mies».
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 32,3
Jesús se declara abiertamente Señor de la mies. Si bien es cierto que manda a los Apóstoles a segar la mies que ellos no sembraron, no los manda, sin embargo, a segar mieses ajenas, sino a aquellas cuyas semillas sembró El mismo por medio de los profetas. Pero no siendo más que doce los Apóstoles, exclamó: «Rogad al Señor de la mies, que mande operarios a su mies». Y aun cuando El no aumentó el personal, lo multiplicó, sin embargo, no en cuanto al número, sino en cuanto al poder que les dio.
Remigio
O también los aumentó cuando designó otros 72, o cuando el Espíritu Santo descendió sobre los creyentes y formó multitud de predicadores.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 32,3
El nos manifiesta cuán grande es la gracia, esto es, la de ser llamado a predicar convenientemente la palabra de Dios, diciéndonos que a este fin debemos dirigir nuestras súplicas. Nos hace mención en este pasaje de las palabras de Juan sobre el arca, el bieldo, la paja y el grano.
San Hilario, in Matthaeum, 10
Una vez concedida en sentido místico la salud a las naciones, todas las ciudades y castillos quedan iluminados por el poder y presencia de Cristo y limpios de todas las enfermedades dependientes de su antigua postración. Tuvo el Señor compasión del pueblo atormentado por la violencia del espíritu inmundo y agobiado por el peso de la Ley, porque aun no tenía pastor que le volviera a la vigilancia del Espíritu Santo. El fruto de esta gracia era muy abundante y su abundancia supera a las necesidades de todos los que lo desean, porque por grande que sea la cantidad que cada uno tome, es aun mucha la que queda para dar y como hay necesidad de gran número de operarios que lo distribuyan, nos manda que pidamos al Señor de la mies que nos envíe gran número de distribuidores de este don del Espíritu Santo, porque mediante la oración nos concede el Señor esta gracia.