La codicia es una fuerza cegadora. La política respecto al poder lo es tanto o más, como el avaro respecto al dinero, o el maniaco sexual… Tan es así, que incluso se habla calificando esa pasión enfermiza —o pecadora— como de «erótica del poder»·
Resulta tan fuerte la atracción a la poltrona, al mandar, al imponer su voluntad a los demás…, a ser admirados, a ser protagonistas, a la inflamación del ego…, que no lo pueden resistir, y por ello, ante la amenaza de perderlo hacen cualquier cosa: no importa si hay que comprar voluntades, si subvencionar con dinero público a medios de comunicación, a grupos de presión, activistas, sindicatos, etc., la cuestión es que le respalden y sostengan en la cúspide del poder.
Tristemente. Son pocos los políticos que, ante tal tesitura de la lucha por alcanzar un puesto de relevancia, se comporten moralmente con integridad, anteponiendo su conciencia a los intereses propios y empleen su tiempo en servir honradamente al bien común.
Lo que en un principio —muy al principio, en los inicios, en la juventud…— fue una vocación admirable de servicio a los demás y a la patria, acaba por convertirse en un servirse, y muchas veces, trepando y a base de triquiñuelas poco honrosas. Estas argucias y maniobras por alcanzar el poder o mantenerse en el no son algo actual, aunque hoy día están alcanzado cotas alarmantes: viene de lejos, en la antigua Roma entre los senadores patricios ya se daba la traición y el navajeo.
Si las ansias del poder en nuestros días no llega al grado de crueldad como el de los sicarios, al estilo de Bruto apuñalando —con la daga oculta bajo los pliegues de la túnica— a Julio Cesar, si que posee una corrupción desmedida: en el sentido de que tiende a una expansión irreprimible de acaparamiento de poder y más poder.
Esta codicia acaparadora del poder hace llevar a políticos —y no políticos— a extremos de pervertir la Democracia aniquilando la división de poderes de Montesquieu —legislativo, ejecutivo y judicial—, a los que hay añadir el mediático, el sindical, el empresarial y otros agentes sociales e instituciones u organizaciones, etc., que en alguna medida pueden influir en la sociedad. Influencia que tratan totalizar.
Los gobernantes —y sus alatares, elites y lobbistas— cada vez más estatistas, pretenden acaparar —cual señores feudales— el dominio sobre sus ciudadanos —y a nivel globalista—, y para ello sobredimensionan sus tentáculos acaparando otros poderes, que tienen la misión de contrapeso, y refugio y defensa de las libertas. Este autoritarismo voraz de los gobiernos de hoy día, en su pretensión de imponerse a la sociedad y ostentar el poder por el máximo tiempo y en su máximo ejercicio, no se recatan en invadir esos contrapesos y hacerlos suyos, a base de infiltran gente de sus cuerda, lacayos, trepadores o apesebrados, que por todo ello se comportan según la voz de su amo.
Y esto ocurre en todos lugres susceptibles de poder…: en grandes empresas influyentes y en todos los organismo públicos, y algo parecido está sucediendo con la Justicia, donde cada vez más jueces se prestan a ese juego del escalafón a cambio de favores y demás; de manera que el poder judicial está penetrado por el poder político y en gran medida a su servicio. Los medios de comunicación —o cuarto poder— ya dependen y viven o hacen negocios a base de los patrocinadores que en gran parte son anuncios de los ministerios, públicos, o cuando no, directamente reciben subvenciones; en fin que entre estos «comprados» y los que son de propiedad estatal, la mayoría esta al disposición del poder establecido gobernante. Algo parecido sucede con los grupos activistas y lobby de presión y demás asociaciones o ONGs, sindicatos, y demás («chiringuitos»), que viven de las subvenciones y prebendas de origen público, que el Estado riega desde su boletines oficiales. Y así podríamos estar citando situaciones y casos en que el poder estatal en sus ansias voraces e insaciables de poder y más poder está autoliquidando la realidad misma de su razón de ser: gobernar sirviendo al bien de la sociedad y a la libertad de sus gobernados.
Este parece ser el NOM (Nuevo Orden Mundial) al que nos encaminamos a marchas forzadas.
Y Jesús les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,25-28).