Hoy celebramos la Presentación del Señor en el templo, de la Luz divina al mundo.
Dos ancianos, de ambos géneros, un hombre y una mujer, humildes, sencillos, llenos del Espíritu Santo, descubren la presencia del Mesías prometido. Promesa que añoraban y en la que esperaban expectantes.
Ellos, impulsados por el Espíritu Santo, proclaman la presencia de Dios entre los hombres, la Luz que cual candela viene a iluminar para que el mundo vea y se salve. Y anuncian lo que va a suponer la irrupción divina en la Tierra. De tal modo que María y José se quedaron admirados por lo que dijeron de Jesús aquellos dos personajes, Simeón y Ana, a la entrada del templo.
Y es para admirarse por lo que esas dos personas «pequeñas» manifestaron allí, justo en el espacio sagrado, donde otros muchos —entre ellos los sacerdotes— no repararon. Estas fueron sus palabras, provenientes del Espíritu Santo (del evangelio según san Lucas 2,22-40):
Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Hoy es el día de los religiosos, de aquellos que han consagrado su vida por entero al Señor, al que se han «ofrecido» (Lc 2,22), a Él que les alumbran…
¡Benditos seáis, vosotros, que un día escuchasteis al Espíritu Santo para, como Simeón, acudir a estar junto al Señor, en medio de un mundo que ignora su presencia; un mundo que tanto os debe!
…oo0oo…
Palabras del papa Francisco
(Homilía, 2 de febrero de 2024)
Mientras el pueblo esperaba la salvación del Señor, los profetas anunciaban su venida, como afirmaba el profeta Malaquías: «entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el Ángel de la alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos» (3,1). Simeón y Ana son imagen y figura de esta espera. Ellos ven al Señor entrar en su templo e, iluminados por el Espíritu Santo, lo reconocen en el Niño que María lleva en brazos. Llevaban toda la vida esperándolo: Simeón, «que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel» (Lc 2,25); Ana, que «no se apartaba del Templo» (Lc 2,37).
Nos hace bien mirar a estos dos ancianos pacientes en la espera, vigilantes en el espíritu y perseverantes en la oración. Sus corazones permanecen velando, como una antorcha siempre encendida. Son de edad avanzada, pero tienen la juventud del corazón; no se dejan consumir por los días que pasan porque sus ojos permanecen fijos en Dios, en la espera (cf. Sal 145,15). Fijos en el Señor, en la espera, siempre en la espera. A lo largo del camino de la vida experimentaron dificultades y decepciones, pero no se rindieron al derrotismo: no “jubilaron” la esperanza. Y así, contemplando al Niño, reconocieron que se había cumplido el tiempo, la profecía se había hecho realidad, había llegado Aquel a quien buscaban y por quien suspiraban, el Mesías de las naciones. Habiendo mantenido despierta la espera del Señor, se hicieron capaces de acogerlo en la novedad de su venida.
Hermanos y hermanas, la espera de Dios también es importante para nosotros, para nuestro camino de fe. Cada día el Señor nos visita, nos habla, se revela de maneras inesperadas y, al final de la vida y de los tiempos, vendrá. Por eso Él mismo nos exhorta a permanecer despiertos, a estar vigilantes, a perseverar en la espera. Lo peor que nos puede ocurrir, en efecto, es caer en el “sueño del espíritu”: dejar adormecer el corazón, anestesiar el alma, almacenar la esperanza en los rincones oscuros de la decepción y la resignación.
Pienso en ustedes, hermanas y hermanos consagrados, y en el don que representan; pienso en cada uno de nosotros, los cristianos de hoy: ¿somos todavía capaces de vivir la espera? ¿No estamos a veces demasiado atrapados en nosotros mismos, en las cosas y en los ritmos intensos de cada día, hasta el punto de olvidarnos de Dios que siempre viene? ¿No estamos demasiado embelesados por nuestras buenas obras, corriendo incluso el riesgo de convertir la vida religiosa y cristiana en las “muchas cosas que hacer” y de descuidar la búsqueda cotidiana del Señor? ¿No corremos a veces el peligro de programar nuestra vida personal y la vida comunitaria sobre el cálculo de las posibilidades de éxito, en lugar de cultivar con alegría y humildad la pequeña semilla que se nos confía, con la paciencia de quien siembra sin esperar nada, y de quien sabe esperar los tiempos y las sorpresas de Dios? A veces —hay que reconocerlo— hemos perdido esta capacidad de esperar. Esto se debe a diversos obstáculos, y de entre ellos quisiera destacar dos.
El primer obstáculo que nos hace perder la capacidad de esperar es el descuido de la vida interior. Es lo que ocurre cuando el cansancio prevalece sobre el asombro, cuando la costumbre sustituye al entusiasmo, cuando perdemos la perseverancia en el camino espiritual, cuando las experiencias negativas, los conflictos o los frutos, que parecen retrasarse, nos convierten en personas amargadas y resentidas. No es bueno masticar amargura, porque en una familia religiosa -—como en cualquier comunidad y familia— las personas amargadas y con “cara sombría” hacen pesado el ambiente; estas personas que parecer tener vinagre en el corazón. Es necesario entonces recuperar la gracia perdida, es decir, volver atrás y, mediante una intensa vida interior, retornar al espíritu de humildad gozosa y de gratitud silenciosa. Y esto se alimenta con la adoración, con el empeño de las rodillas y del corazón, con la oración concreta que combate e intercede, que es capaz de avivar el deseo de Dios, el amor de antaño, el asombro del primer día, el sabor de la espera.
El segundo obstáculo es la adaptación al estilo del mundo, que acaba ocupando el lugar del Evangelio. Y el nuestro es un mundo que a menudo corre a gran velocidad, que exalta el “todo y ahora”, que se consume en el activismo y en el buscar exorcizar los miedos y las ansiedades de la vida en los templos paganos del consumismo o en la búsqueda de diversión a toda costa. En un contexto así, en el que se destierra y se pierde el silencio, esperar no es fácil, porque requiere una actitud de sana pasividad, la valentía de bajar el ritmo, de no dejarnos abrumar por las actividades, de dejar espacio en nuestro interior a la acción de Dios, como enseña la mística cristiana. Cuidemos, pues, de que el espíritu del mundo no entre en nuestras comunidades religiosas, en la vida de la Iglesia y en el camino de cada uno de nosotros, pues de lo contrario no daremos fruto. La vida cristiana y la misión apostólica necesitan de la espera, madurada en la oración y en la fidelidad cotidiana, para liberarnos del mito de la eficiencia, de la obsesión por la productividad y, sobre todo, de la pretensión de encerrar a Dios en nuestras categorías, porque Él viene siempre de manera imprevisible, viene siempre en tiempos que no son los nuestros y de formas que no son las que esperamos.
Como afirma la mística y filósofa francesa Simone Weil, somos la esposa que espera en la noche la llegada del esposo, y «el papel de la futura esposa es esperar […]. Desear a Dios y renunciar a todo lo demás es lo único que salva» (S. Weil, A la espera de Dios, Madrid 1996, 125-126). Hermanas, hermanos, cultivemos en la oración la espera del Señor y aprendamos la buena “pasividad del Espíritu”: así podremos abrirnos a la novedad de Dios.
Como Simeón, también nosotros carguemos en brazos al Niño, al Dios de la novedad y de las sorpresas. Cuando acogemos al Señor, el pasado se abre al futuro, lo viejo en nosotros se abre a lo nuevo que Él hace nacer. No es fácil —lo sabemos— porque, en la vida religiosa como en la vida de todo cristiano, es difícil oponerse a la “fuerza de lo viejo”: «porque no es fácil que lo viejo que hay en nosotros acoja a lo nuevo —acoger lo nuevo, acogerlo en nuestra vejez— […]. La novedad de Dios se presenta como un niño y nosotros, con todos nuestros hábitos, miedos, temores, envidias —pensemos en las envidas—, preocupaciones, nos hallamos frente a este niño. ¿Le abrazaremos, le acogeremos, le haremos espacio? ¿Entrará esta novedad de veras en nuestra vida, o más bien intentaremos casar lo viejo y lo nuevo, tratando que la presencia de la novedad de Dios nos moleste lo menos posible?». (C.M. Martini, Meditaciones sobre la oración, Madrid 2011, 32).
Hermanos y hermanas, estas preguntas son para nosotros, para cada uno de nosotros, son para nuestras comunidades, son para la Iglesia. Dejémonos interpelar, dejémonos mover por el Espíritu, como Simeón y Ana. Si como ellos sabremos vivir la espera en el cuidado de la vida interior y en coherencia con el estilo del Evangelio, si como ellos viviremos la espera, entonces abrazaremos a Jesús, que es luz y esperanza de la vida.
…oo0oo…
Catena Aurea
San Cirilo
Después de la circuncisión se espera todavía el tiempo de la purificación, por lo que dice: «Cumplido asimismo el tiempo de la purificación de la Madre, según la ley», etc.
Beda
Si examinamos detenidamente las palabras de la ley, hallaremos ciertamente que la misma Madre de Dios, como no había concebido por obra de varón, no estaba obligada al precepto legal. Porque no era considerada como inmunda toda mujer que alumbrase, sino sólo aquélla que alumbrase por obra de varón, por lo cual se distinguía aquella que había concebido y dado a luz siendo virgen. Pero, para que nosotros nos viésemos libres del yugo de la ley, María, como Cristo, se sometió espontáneamente a ella.
Tito Bostrense
Por eso dice claramente el evangelista que se cumplió el tiempo de la purificación, según la ley. Y en verdad que no tenía necesidad la Santísima Virgen de esperar los días de su purificación, porque, habiendo concebido por obra del Espíritu Santo, se vio libre de toda mancha.
Prosigue: «Llevaron al Niño a Jerusalén, para presentarlo al Señor».
San Atanasio in serm. super Omnia mihi tradita sunt
Pero, ¿cuándo el Señor estuvo escondido de la mirada del Padre, de modo que no pudiera ser visto por El? ¿O qué lugar hay fuera de su imperio, en el que pueda estar separado de su Padre hasta que se le lleve a Jerusalén, y sea introducido en el templo? Pero todo esto ha debido ser escrito por causa nuestra, porque así como no ha sido hecho hombre, ni circuncidado en su carne, por causa de sí mismo, sino para hacernos dioses en virtud de su gracia, y para que nos circuncidemos espiritualmente, así fue presentado el Señor por nosotros, para que aprendamos también a presentarnos nosotros mismos.
Beda
Después de treinta y tres días de su circuncisión, es presentado al Señor, dando a entender de una manera mística que ninguno, si no está circuncidado de sus vicios, es digno de presentarse delante de Dios, y que todo el que no esté libre de los nexos del cuerpo mortal, no puede disfrutar perfectamente de los goces de la ciudad eterna.
Prosigue: «Como está escrito en la ley del Señor».
Orígenes, in Lucam, 14
¿Dónde están aquellos que niegan que Jesucristo haya proclamado en el Evangelio al Dios de la ley? ¿Puede creerse que Dios, siendo bueno, sometiera a su Hijo a la ley del enemigo, que El mismo no había dado? Porque en la ley de Moisés está escrito lo que sigue: Que todo macho que abriere matriz será consagrado al Señor.
Beda
Las palabras «que abriere matriz» se refieren al primogénito del hombre y del animal, porque estaba mandado que uno y otro debía consagrarse al Señor, y por tanto, pertenecían al sacerdote, pudiendo recibir una ofrenda por el primogénito del hombre y redimir a todo animal inmundo.
San Gregorio Niseno, in homilia de occursu Domini
Esta prescripción de la ley parece cumplirse de una manera singular y diferente de las otras en el Dios encarnado. En efecto, sólo El, concebido inefablemente y nacido de una manera incomprensible, abrió el seno virginal, no abierto antes por la unión conyugal, y se conservó milagrosamente después del parto la señal de la castidad.
San Ambrosio, in Lucam, 1, 2
Porque no fue hombre el que abrió el seno virginal, sino que el Espíritu Santo infundió germen inmaculado en aquel seno inviolable. Aquel, pues, que santificó las entrañas de otra para que naciese el profeta, es el mismo que abrió las entrañas de su Madre para nacer inmaculado.
Beda
Las palabras: «Que abriere matriz», se refieren al modo con que se verifica el nacimiento. Pero no se ha de creer que el Señor destruyera por su nacimiento la virginidad del seno sagrado que había santificado aposentándose en él.
San Gregorio Niseno, in homilia de occursu Domini
En sentido espiritual, éste es el sólo parto masculino que ha ocurrido, puesto que no participó de la culpa femenina, por cuya razón se llama con verdad santo. Así el arcángel Gabriel (como recordando que esta disposición solamente se refiere a él) decía: «El fruto santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios». Y por lo que hace a los demás primogénitos, la prudencia evangélica ha establecido que sean llamados santos, porque su ofrenda a Dios los hace dignos de este nombre. Pero para el primogénito de toda criatura, el Angel proclama que nace santo como siéndolo por sí mismo.
San Ambrosio, in Lucam, 1, 2
Solamente Jesús, Nuestro Señor, es santo entre todos los nacidos de mujer, puesto que no experimentó en su inmaculado nacimiento las consecuencias del contagio humano que rechazó por su majestad celestial. Porque si seguimos el sentido de la letra ¿cómo podremos decir que es santo todo hombre, cuando sabemos que muchos han sido malvados? Pero El es aquel santo a quien señalaban los piadosos preceptos de la ley divina en la figura del futuro misterio; porque El es el que solo debía abrir el seno misterioso de la santa y virgen Iglesia, para engendrar a los pueblos.
San Cirilo, homilia 17
¡Oh profundidad de los secretos de la sabiduría y de la ciencia de Dios! Ofrece hostias Aquel que es honrado igualmente con el Padre, y siendo la verdad, observa las figuras de la ley. Es autor de la ley como Dios y la cumple como hombre. Por ello sigue: «Y para dar la ofrenda conforme está mandado en la ley del Señor ( Lev 12,8), un par de tórtolas, o dos palominos».
Beda, in homilia de Purificatione
Esta era la ofrenda de los pobres porque el Señor había mandado en la ley que los que pudiesen ofrecer un cordero por el hijo o por la hija, ofreciesen a la vez la tórtola o la paloma; pero que los que no pudieran ofrecer un cordero, ofreciesen dos tórtolas o dos pichones. Así el Señor, siendo rico, se dignó hacerse pobre, para hacernos participantes de sus riquezas por su pobreza.
San Cirilo, homilia, 17
Veamos ahora qué es lo que significan estas ofrendas. La tórtola es la que más cuenta entre todas las aves, y la paloma es el animal más manso. Tal se ha hecho el Señor para nosotros practicando la más perfecta mansedumbre, y haciendo resonar en su huerto las melodías para atraer el mundo. Tanto la tórtola como la paloma eran sacrificadas para manifestarnos por estas figuras que el Señor sufriría en su carne por la vida del mundo.
Beda, in homilia de Purificatione
La paloma representa la candidez y la tórtola la castidad; porque la primera ama la sencillez, y la última la castidad, de tal modo que, si por casualidad pierde su compañera no vuelve a buscar otra. Por esta razón se ofrece una tórtola y una paloma al Señor en holocausto, porque el trato sencillo y honesto de los fieles es un sacrificio agradable a su justicia.
San Atanasio in serm. super Omnia mihi tradita sunt
Por esto mandó que se ofreciese dos cosas, porque, como el hombre consta de alma y de cuerpo, Dios exige de nosotros dos clases de sacrificios: la castidad y la mansedumbre, no sólo del cuerpo, sino del alma. Porque, de otro modo, el hombre sería falso e hipócrita, cubriendo con aparente inocencia una malicia oculta.
Beda, in homilia de Purificatione
Pero aunque estas aves son por su costumbre de gemir el emblema de la tristeza presente de los santos, se diferencian, sin embargo, en que la tórtola vuela sola por los bosques, mientras que la paloma acostumbra a volar en compañía de otras, por lo cual la una representa las lágrimas ocultas de nuestras oraciones, y la otra las públicas reuniones de la Iglesia.
Beda
Además la paloma que vuela en compañía de otras, representa la agitación de la vida activa, y la tórtola, que goza en la soledad, representa las alturas de la vida contemplativa. Y como estas dos ofrendas son igualmente agradables al Creador, no dice San Lucas si fueron tórtolas o pichones los que fueron ofrecidos al Señor, a fin de no dar la preferencia a uno de estos dos órdenes de vida, enseñándonos a seguir ambos a dos.
San Ambrosio, in Lucam, 1, 2
Recibió testimonio la encarnación del divino Verbo, no sólo de los ángeles y los profetas, de los pastores y sus padres, sino también de los justos y los ancianos. Por lo cual se dice: «Y había a la sazón en Jerusalén un hombre justo y temeroso de Dios, llamado Simeón».
Beda
Difícilmente se guarda la justicia sin el temor. No me refiero al de vernos privados de los bienes temporales (el amor perfecto lo rechaza), sino al santo temor de Dios que dura en el siglo; porque cuanto más ama el justo a Dios, con tanto más cuidado evita el ofenderlo.
San Ambrosio, in Lucam, 1, 2
Y era verdaderamente justo el que no buscaba la gracia para sí, sino para el pueblo. Por esto dice: «Esperaba la consolación de Israel».
San Gregorio Niseno, in homilia de occursu Domini
No esperaba en verdad el prudente Simeón la felicidad mundana para la consolación de Israel, sino la verdadera transición al brillo de la verdad, por la separación de las sombras de la ley, pues le había sido revelado que habría de ver al Cristo o ungido del Señor antes de salir de la presente vida. Por lo cual prosigue: «Y el Espíritu Santo moraba en él, por quien en verdad era justificado. El mismo Espíritu Santo le había revelado», etc.
San Ambrosio
Deseaba en verdad verse libre de las ligaduras de la fragilidad de la carne, pero esperaba ver a quien le había sido prometido, porque sabía que son bienaventurados los ojos que lo ven.
San Gregorio Magno, Moralium, 23,3, super Iob 6,5
En esto comprendemos con cuánta ansia los hombres santos del pueblo de Israel desearon ver el misterio de la encarnación del Verbo.
Beda
Ver la muerte significa sufrirla, y muy feliz será aquél que antes de ver la muerte de la carne haya tratado de ver con los ojos de su corazón al Cristo o ungido del Señor, tratando de la Jerusalén celestial y frecuentando los umbrales del templo del Señor, esto es, siguiendo los ejemplos de los santos (en quienes habita el Señor). Esta misma gracia del Espíritu Santo, que le había hecho antes conocer al que había de venir, hizo que lo reconociera cuando vino. Por ello sigue: «Así vino inspirado de El al templo».
Orígenes, in Lucam, 15
Y tú, si quieres poseer a Jesús y abrazarlo, debes cuidar con todo empeño de tener siempre por guía al Espíritu Santo, y venir al templo del Señor. Y por esto sigue: «Y al entrar sus padres con el niño Jesús (esto es, su Madre María y José, que se creía que era su padre) para practicar con El lo prescrito por la ley, lo tomó Simeón en sus brazos».
San Gregorio Niseno, in homilia de occursu Domini
Cuán dichosa fue esta santa entrada en el templo sagrado, por la cual se adelantó al término de su vida. ¡Dichosas manos que tocaron al Verbo de vida, y dichosos también los que lo recibieron!
Beda
Aquel hombre justo recibió al niño Jesús en sus brazos, según la ley, para demostrar que la justicia de las obras, que, según la ley, estaban figuradas por las manos y los brazos, debía cambiarse por la gracia humilde, ciertamente, pero saludable de la fe evangélica. Tomó el anciano al niño Jesús, para demostrar que este mundo, ya decrépito, iba a volver a la infancia y la inocencia de la vida cristiana.
Orígenes, in Lucam, 15
Si sólo con tocar la franja del vestido de Jesús quedó curada aquella mujer, ¿qué habremos de juzgar de Simeón, que recibió al niño Jesús en sus brazos, y se regocijaba teniendo así al que había venido a librar a los cautivos, sabiendo que nadie podía sacarlo de la prisión del cuerpo con la esperanza de la vida eterna, sino Aquel que tenía en sus brazos? Por esto se dice: «Y bendijo a Dios diciendo: ahora, Señor, sacas en paz de este mundo a tu siervo».
Teofilacto
Dice Señor para confesar que es el dueño de la vida y de la muerte, declarando así que era Dios el niño a quien había recibido en sus brazos.
Orígenes, in Lucam, 15
Como diciendo: Cuando yo no tenía a Jesucristo, estaba como cautivo y no podía salir de las prisiones.
San Basilio, in homil. de gratiarum actione
Si examinas los clamores de los justos, verás que todos lloran sobre este mundo y su lamentable duración. Dice David en el salmo ( Sal 119,5): «¡Ay de mí, que mi destierro se ha prolongado!»
San Ambrosio
Ve aquí a ese justo que desea librarse de la cárcel de su cuerpo, en que está como encerrado, para empezar a ser con Cristo. Pero el que quiera librarse de esta cárcel vaya al templo, vaya a Jerusalén, espere al Cristo o ungido del Señor, reciba en sus manos al Verbo de Dios y abrácelo -por decirlo así- con los brazos de su fe. Entonces será libre, y no verá la muerte quien ha visto la vida.
Griego
Simeón bendecía al Señor sobre todo, porque veía realizadas todas las promesas que se habían hecho, pues había merecido ver con sus propios ojos y tener en sus propias manos al consolador de Israel. Por esto dice: «Según tu palabra», esto es, porque he obtenido la realización de tus promesas. Y ahora que he sentido de una manera visible lo que deseaba, libras a tu siervo, no espantado por el temor de la muerte ni conturbado por pensamientos de duda. Y por esto añade: «En paz».
San Gregorio Niceno
Porque después que Jesucristo destruyó el pecado, su enemigo, y nos reconcilió con su Padre, se llevó a cabo la traslación de los santos a la región de la paz.
Orígenes
¿Quién es el que se aparta de este mundo en paz, sino aquel que conoce que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo ( 2Cor 5), y que no tiene nada de enemigo de Dios, sino que ha recibido en sí todas las delicias de la paz por sus buenas obras?
Griego
Se le había ofrecido que no moriría antes de ver al Cristo o ungido del Señor, y por tanto, manifestando que esto se había cumplido, añade: «Porque han visto ya mis ojos tu salvación».
San Gregorio Niceno
Bienaventurados tus ojos, tanto los del alma como los del cuerpo. Estos en verdad, recibiendo al Señor de una manera visible; aquéllos no sólo considerando lo que han visto, sino reconociendo al Verbo del Señor en su carne iluminados por la luz del Espíritu, porque el Salvador que habéis visto es el mismo Jesús, cuyo nombre significa salvación.
San Cirilo
Jesucristo, pues, había sido aquel misterio que se manifestó en los últimos tiempos, y que fue preparado antes de la creación del mundo. Y por esto dice: «la cual has aparejado ante la faz de todos los pueblos», etc.
San Atanasio
Esto es que la salud de todos los pueblos ha sido hecha por Cristo. ¿Cómo, pues, se ha dicho antes que Israel esperaba su consolación? Porque el Espíritu le hizo conocer que Israel tendría su consolación cuando estuviera preparada la salud para todos los pueblos.
Griego
Observa también la penetración del venerable y digno anciano. Antes de aparecer como digno de la bienaventurada visión, esperaba el consuelo de Israel. Pero desde que obtuvo lo que esperaba, exclama diciendo que había visto la salvación de todos los pueblos, porque la inefable luz de aquel infante bastó para que viese lo que había de suceder en la prosecución de los tiempos.
Teofilacto
Dice de un modo significativo: «Para ser revelada», a fin de que su encarnación fuese vista de todos. Y añade que esta salvación es la luz de las gentes y la gloria de Israel, y con estas palabras: «Sea luz brillante que ilumine a los gentiles».
San Atanasio
Antes de la venida del Salvador, vivían sumidas las naciones en las últimas tinieblas, privadas del conocimiento del verdadero Dios.
San Cirilo
Pero al venir Jesucristo, fue la luz para los que vivían en las tinieblas del error, a quienes oprimía la mano del enemigo, y a los que llamó Dios Padre al conocimiento de su Divino Hijo, que es la verdadera luz.
San Gregorio Niceno
Israel, sin embargo, estaba débilmente iluminada por la ley, y por tanto, no dice que le hubiese mostrado la luz, puesto que añade: «Y para gloria de tu pueblo de Israel», recordando la antigua historia de Moisés, quien, después de hablar con el Señor, volvió con el rostro radiante de gloria. Así también ellos, conociendo la divina luz de la humanidad de Jesucristo, y echando fuera su antigua ceguedad, se transformaban en imagen suya, pasando de una gloria a otra gloria.
San Cirilo
Porque aunque algunos de ellos fuesen desobedientes, otros, sin embargo, se salvaron, y por medio de Jesucristo han alcanzado la gloria. Las primicias de estos fueron los santos apóstoles, cuyas luces iluminan a todo el orbe. Jesucristo fue también especialmente la gloria de Israel, porque procedía de ellos según la carne, aun cuando como Dios fuese rey de los siglos bendecido por todos los hombres.
San Gregorio Niceno
Y por eso dijo terminantemente: «De tu pueblo», porque no solamente fue adorado por él, sino que además había nacido de él, según la carne.
Beda
También la luz de las naciones debía ser mencionada antes que la gloria de Israel, porque cuando haya entrado la totalidad de ellas, entonces todo Israel será salvo. ( Rom 10,15-26.)
Griego
Cada vez que viene a la memoria el conocimiento de las cosas sobrenaturales, se renueva el milagro en el Espíritu y por esto dice: «Su padre y su Madre escuchaban con admiración las cosas que de El se decían».
Orígenes
Tanto por el ángel y por la multitud del ejército celestial, como por los pastores y por el mismo Simeón.
Beda
Llama a José padre del Salvador, no porque fuese su padre verdaderamente (según los fotinianos), sino porque era considerado como padre por todos para conservar el buen nombre de María.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2, 1
Aunque puede llamarse padre por ser el esposo de María sin comercio carnal ni unión conyugal -puesto que estaba así- aparecía mucho más unido a ella, que de cualquier otra forma. Y por tanto San José podía llamarse padre de Jesucristo porque, aunque no lo había engendrado según la naturaleza, lo había adoptado sin embargo.
Orígenes
El que quiera remontarse más en esta cuestión puede decir que el orden de la genealogía se computa desde David hasta José, para que no apareciese que José se llamaba padre del Salvador no siéndolo, puesto que para observar el orden de sucesión es llamado padre del Señor.
Griego
Una vez celebradas las alabanzas del Señor, Simeón dirigió su bendición sobre los que traían al niño, de donde prosigue: «Y los bendijo Simeón». Dando su bendición a los dos, dirige los anuncios de lo que había de suceder solamente a la Madre, aun cuando por esta bendición común no excluye a San José de la paternidad aparente, y hablando a la Madre, aparte de José, la considera como verdadera Madre del Señor. Por esto dice: «Y dijo a María su Madre», etc.
San Ambrosio
Ve aquí la gracia abundante del Señor difundida sobre todos por medio del nacimiento del Salvador, y cómo la profecía fue negada a los incrédulos y no a los justos. He aquí por qué Simeón profetiza que Jesucristo había venido para ruina y para elevación de muchos.
Orígenes
El que expone sencillamente esto puede decir que Jesucristo había venido para ruina de los infieles y para elevación de los fieles.
San Juan Crisóstomo
Así como la luz, aun cuando ofende a los ojos débiles, no deja de ser luz, así el Salvador continúa siendo Salvador, aun cuando se pierdan muchos, sin que pueda decirse que la pérdida de éstos es obra suya, sino la locura de los malos, por lo que su poder no sólo se manifiesta cuando procura la salvación de los buenos, sino también cuando produce la ruina de los malos. Porque cuanto más brilla el sol, más ofende a los ojos débiles.
San Gregorio Niceno
Observemos, pues, lo escogido de las expresiones de esta distinción. Dice que se ha preparado la salvación de todo el pueblo, pero anuncia la caída y la elevación de muchos. El propósito divino es la salvación y la gloria de todos. Sin embargo la ruina y la elevación de muchos consisten en la intención de cada cual, según sea creyente o incrédulo. Ahora, que los caídos o incrédulos se levanten está conforme con la razón.
Orígenes
Podrá decirse que para que uno haya caído es preciso que antes haya estado de pie, pero ¿quién es el que ha estado de pie, y para cuya ruina haya venido el Señor?
San Gregorio Niceno
Pero en esto se da a conocer que la ruina afecta a lo más malo, porque no merecen igual castigo los que vivieron antes del misterio de la encarnación, que los que vivieron después de la redención y de la predicación. Y especialmente debían ser privados de los beneficios antiguos los que procedían de Israel y pagar con penas más graves que todas las demás naciones, porque no quisieron admitir lo que se les había profetizado, lo que ellos habían adorado, y lo que de ellos había nacido. Por esto se les amenaza de una manera especial con la ruina no sólo de la salud espiritual, sino también con la destrucción de la ciudad y de los habitantes de ella. La elevación se ofrece por el contrario a los que crean, así a los que viven bajo el yugo de la ley, y a quienes se trata de librar de él, como a los que viven sepultados con Jesucristo, y que habrán de resucitar con El.
Orígenes
Debe entenderse en un sentido mucho más elevado lo que se dice de aquellos que claman contra el Creador, diciendo: He aquí el Dios de la ley y de los profetas; vedle cual es: «Yo -dijo- doy la muerte y doy la vida» ( Dt 32,39). Si por esto es un juez sanguinario y un creador cruel, Jesús, Hijo suyo, lo es también, porque está escrito de El que había de venir para ruina y elevación de muchos.
San Ambrosio
Esto es para distinguir los méritos de los justos y de los impíos, y para darnos, como juez verdadero y justo, el premio o el castigo que merezcan nuestras acciones.
Orígenes
Debemos fijarnos y ver que el Salvador no ha venido acaso igualmente para la ruina que para la elevación. Porque cuando yo estaba en pecado, me sirvió de utilidad el caer primeramente y morir para el pecado. Los santos, y también los profetas, cuando contemplaban alguna cosa demasiado augusta, caían con el rostro sobre el suelo, para purificarse mejor de sus pecados con esta caída. Esto es lo primero que el Salvador nos concedió. Eras pecador, pues que caiga lo que había en ti de pecador, para que puedas después resucitar y decir: «Si hemos muerto con El, con El también resucitaremos» ( 2Tim 2,11).
San Juan Crisóstomo
La resurrección, en verdad, es una vida nueva, porque cuando el lascivo se convierte en casto, el avaro en caritativo, el furioso en manso, entonces se opera la resurrección, el pecado muere y resucita la justicia.
Prosigue: «Y para ser el blanco de la contradicción».
San Basilio
Blanco de la contradicción se llama con propiedad en la sagrada Escritura a la cruz, porque dice ( Núm 21,9) que Moisés hizo una serpiente de bronce, y la puso en alto como señal.
San Gregorio Niceno
Aquí mezcla la deshonra con la gloria, porque para nosotros los cristianos es verdaderamente como signo de contradicción, puesto que mientras unos lo consideran como ridículo y horrible, otros lo consideran digno de veneración. O acaso se llama signo al mismo Cristo, porque existe sobre la naturaleza y es el autor de los signos milagrosos.
San Basilio
Es pues un signo que indica una cosa admirable y oculta, visto por los sencillos, y comprendido por los que tienen cultivado el entendimiento.
Orígenes
Todo lo que dice la historia respecto de Jesucristo, está contradicho. No por los que creen en El, pues nosotros ciertamente sabemos que son verdaderas todas las cosas que están escritas; pero para los incrédulos todo lo que se ha escrito, respecto del Salvador, es señal de contradicción.
San Gregorio Niceno
Todas estas cosas que se dicen del Salvador, afectan igualmente a su Madre, porque toma también para sí todos sus trabajos y todas sus glorias, y no solamente le anuncia las prosperidades, sino que también los dolores. Porque prosigue: «lo que será para ti misma una espada que traspasará tu alma».
Beda
En ninguna historia se lee que la Santísima Virgen María muriera herida por alguna espada, especialmente cuando, no el alma, sino el cuerpo es quien puede ser atravesado por el hierro. Por tanto, debemos entender que la espada que traspasó su alma fue aquélla de que se dice: «Y la espada en los labios de ellos atravesó su alma» ( Sal 58,8), esto es, refiriéndose al dolor de la Virgen por la pasión del Señor. La cual, aun cuando aparecía que Jesucristo moría por voluntad propia (como Hijo de Dios) y aun cuando no dudase que habría de vencer a la misma muerte, sin embargo, no pudo ver crucificar al Hijo de sus entrañas sin un sentimiento de dolor.
San Ambrosio
Tal vez manifestó en esto que la prudencia de María no era desconocedora de este divino misterio, puesto que la palabra de Dios es viva y eficaz y más penetrante que cualquier espada de dos filos ( Heb 4,12).
San Agustín, de quaest. novi et veteris Testamenti, cap. 73
Acaso significó en esto que también María (por quien se había realizado el misterio de la encarnación), dudó con cierto estupor en la muerte de Jesús, viendo al Hijo de Dios tan humillado y que descendía hasta la muerte. Y así como la espada cuando toca a un hombre le hace temer, aun cuando no lo hiera, así la duda produjo en ella tristeza, sin matarla, porque no tomó asiento en su alma, sino que la atravesó como una sombra.
San Gregorio Niceno
Pero no declara que ella sola habría de sufrir en la pasión, cuando añade «Para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones», con lo que expresa el hecho, pero no la causa, porque después de estos sucesos se siguió para muchos el descubrimiento de sus pensamientos. Unos confesaban a Dios en la cruz, otros no dejaban de insultarlo e injuriarlo. O tal vez se dice esto en el sentido de que durante la pasión se manifestó la meditación en el corazón de muchos, que se enmendaron por la resurrección, reemplazando después la duda con la certidumbre. Acaso por revelación debemos entender iluminación, conforme al sentido habitual de la Escritura.
Beda
Mas hasta la consumación de los siglos, la espada de la más dura tribulación no cesará de traspasar el alma de la Iglesia, al ver que, aunque resucitan muchos con Cristo, una vez oída la palabra de Dios, son muchos también los que niegan y persiguen la fe. También cuando se ve que revelados los pensamientos de muchos corazones en que se ha sembrado la buena semilla del Evangelio, la cizaña de los vicios prevalece, o es la única que germina en ellos.
Orígenes
Había en los hombres pensamientos malos, que fueron revelados para que los destruyera el que murió por nosotros. Puesto que es imposible destruirlos durante el tiempo que permanecen ocultos, por lo que, si nosotros pecamos, debemos decir: «no he ocultado mi maldad» ( Sal 31,5). Si manifestamos nuestros pecados, no solamente a Dios, sino a aquellos que pueden curar las heridas de nuestras almas, se borrarán nuestros pecados.
San Ambrosio
Había profetizado Simeón, había profetizado una que era casada, y había profetizado una Virgen. Debió también profetizar una viuda para que no faltase ningún sexo ni condición. Y por ello dice: «Vivía entonces una profetisa llamada Ana», etc.
Teofilacto
Se detiene el evangelista, describiendo la persona de Ana, diciendo quién era su padre, cuál era su tribu, y presentando como testigos a muchos que vieron a su padre y su tribu.
San Gregorio Niceno
O tal vez porque en aquel tiempo había otras mujeres que tenían el mismo nombre de su padre, y dice cuál es su procedencia.
San Ambrosio
Ana, tanto por sus virtudes de viuda, cuanto por sus costumbres, está representada como digna de anunciar al Redentor del mundo, por lo que continúa: «Que era ya de edad muy avanzada, y había vivido desde su virginidad, siete años con su marido y siendo viuda hasta los ochenta y cuatro años».
Orígenes, in Lucam, 17
No en vano el Espíritu Santo habitó en ella, porque el primer bien es poseer, si se puede, la gracia de la virginidad. Pero si esto no es posible, y sucede que la mujer pierda a su marido, debe permanecer viuda, y hallarse con este ánimo, no sólo después de la muerte de su marido, sino también mientras él vivió, a fin de que Dios, si no sucede así, premie su voluntad y su propósito, debiendo decir: Yo ofrezco esto, yo prometo que, si me sucede lo que no deseo, permaneceré viuda y pura. Con razón, pues, mereció esta santa mujer recibir el espíritu de profecía, porque había subido a la cumbre de la perfección, por su dilatada castidad, y por sus prolongados ayunos. Por lo que sigue: «No saliendo del templo, y sirviendo en él a Dios día y noche en ayunos y oraciones», etc.
Orígenes
Esto indica que poseía todas las demás virtudes. Veamos, pues, cómo era conforme con Simeón por sus virtudes. Los dos estaban juntos en el templo, y juntos fueron considerados dignos de la gracia profética. Por ello sigue: «Esta, pues, sobreviniendo a la misma hora, alababa igualmente al Señor».
Teofilacto
Esto es, daba gracias viendo la salvación del mundo en Israel, y decía de Jesús que era el Redentor, y el mismo Salvador. De aquí prosigue: «Y hablaba de El a todos los que esperaban», etc.
Orígenes
Y como Ana la profetisa habló poco y no muy claro de Jesucristo, el Evangelio no refiere explícitamente lo que ella dijo. También se puede creer que tal vez habló Simeón antes que ella, porque éste representaba la forma de la ley (puesto que su nombre quiere decir obediencia) y ella representaba la gracia (según la significación del suyo), y como Jesucristo estaba entre ellos, dejó morir al primero con la ley, y fomentó con la gracia la vida de la última.
Beda
Según el sentido místico, Ana significa la Iglesia, que en la actualidad ha quedado como viuda por la muerte de su esposo. También el número de los años de su viudez representa el tiempo de la peregrinación del cuerpo de la Iglesia lejos del Señor. Siete veces doce hacen ochenta y cuatro; siete expresa la marcha del tiempo que gira en siete días, y doce que pertenecen a la perfección de la doctrina apostólica. Por esto, tanto la Iglesia universal, como cualquier alma fiel, que procure pasar todo el tiempo de la vida según la doctrina de los apóstoles, se puede decir que ha servido al Señor por espacio de ochenta y cuatro años. También concuerda bien con esto el tiempo de siete años, que esta viuda había vivido con su marido. Porque en virtud de un privilegio de la majestad del Señor, que El mismo en carne mortal nos ha explicado, el número de siete años es signo que expresa un número perfecto. También el nombre de Ana se conforma mucho con la Iglesia, porque su nombre significa gracia. Es hija de Fanuel que quiere decir cara de Dios, y desciende de la tribu de Aser, que quiere decir bienaventurado.
San Ambrosio
Había profetizado Simeón, había profetizado una que era casada, y había profetizado una Virgen. Debió también profetizar una viuda para que no faltase ningún sexo ni condición. Y por ello dice: «Vivía entonces una profetisa llamada Ana», etc.
Teofilacto
Se detiene el evangelista, describiendo la persona de Ana, diciendo quién era su padre, cuál era su tribu, y presentando como testigos a muchos que vieron a su padre y su tribu.
San Gregorio Niceno
O tal vez porque en aquel tiempo había otras mujeres que tenían el mismo nombre de su padre, y dice cuál es su procedencia.
San Ambrosio
Ana, tanto por sus virtudes de viuda, cuanto por sus costumbres, está representada como digna de anunciar al Redentor del mundo, por lo que continúa: «Que era ya de edad muy avanzada, y había vivido desde su virginidad, siete años con su marido y siendo viuda hasta los ochenta y cuatro años».
Orígenes, in Lucam, 17
No en vano el Espíritu Santo habitó en ella, porque el primer bien es poseer, si se puede, la gracia de la virginidad. Pero si esto no es posible, y sucede que la mujer pierda a su marido, debe permanecer viuda, y hallarse con este ánimo, no sólo después de la muerte de su marido, sino también mientras él vivió, a fin de que Dios, si no sucede así, premie su voluntad y su propósito, debiendo decir: Yo ofrezco esto, yo prometo que, si me sucede lo que no deseo, permaneceré viuda y pura. Con razón, pues, mereció esta santa mujer recibir el espíritu de profecía, porque había subido a la cumbre de la perfección, por su dilatada castidad, y por sus prolongados ayunos. Por lo que sigue: «No saliendo del templo, y sirviendo en él a Dios día y noche en ayunos y oraciones», etc.
Orígenes
Esto indica que poseía todas las demás virtudes. Veamos, pues, cómo era conforme con Simeón por sus virtudes. Los dos estaban juntos en el templo, y juntos fueron considerados dignos de la gracia profética. Por ello sigue: «Esta, pues, sobreviniendo a la misma hora, alababa igualmente al Señor».
Teofilacto
Esto es, daba gracias viendo la salvación del mundo en Israel, y decía de Jesús que era el Redentor, y el mismo Salvador. De aquí prosigue: «Y hablaba de El a todos los que esperaban», etc.
Orígenes
Y como Ana la profetisa habló poco y no muy claro de Jesucristo, el Evangelio no refiere explícitamente lo que ella dijo. También se puede creer que tal vez habló Simeón antes que ella, porque éste representaba la forma de la ley (puesto que su nombre quiere decir obediencia) y ella representaba la gracia (según la significación del suyo), y como Jesucristo estaba entre ellos, dejó morir al primero con la ley, y fomentó con la gracia la vida de la última.
Beda
Según el sentido místico, Ana significa la Iglesia, que en la actualidad ha quedado como viuda por la muerte de su esposo. También el número de los años de su viudez representa el tiempo de la peregrinación del cuerpo de la Iglesia lejos del Señor. Siete veces doce hacen ochenta y cuatro; siete expresa la marcha del tiempo que gira en siete días, y doce que pertenecen a la perfección de la doctrina apostólica. Por esto, tanto la Iglesia universal, como cualquier alma fiel, que procure pasar todo el tiempo de la vida según la doctrina de los apóstoles, se puede decir que ha servido al Señor por espacio de ochenta y cuatro años. También concuerda bien con esto el tiempo de siete años, que esta viuda había vivido con su marido. Porque en virtud de un privilegio de la majestad del Señor, que El mismo en carne mortal nos ha explicado, el número de siete años es signo que expresa un número perfecto. También el nombre de Ana se conforma mucho con la Iglesia, porque su nombre significa gracia. Es hija de Fanuel que quiere decir cara de Dios, y desciende de la tribu de Aser, que quiere decir bienaventurado.