En el Evangelio (Mc 7,14-23) de la liturgia de hoy, 12 de febrero,. el Señor nos habla de lo realmente importante: el cuidado del corazón, del espíritu humano. Lo cual contrasta con la actitud del ser humano de hoy, que se dedica a cuidado estético del cuerpo de una manera cuasi neurótica, machacándose en gimnasios, gastándose cantidad ingente de dinero en cirugías plásticas o en cremas de todo tipo…
Jesús nos cita un número de males, de los que hoy no se tienen en cuenta, porque se vive en la exterioridad, fijos la mirada en la materia y en el desprecio del interior, que es lo propiamente humano y lo digno de cuidar. Estos males que dañan el corazón humano son pecados que no son tenidos en cuentan, pero afean la estética del alma, y a la larga son mortales.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,14-23):
En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. Él les dijo: «¿Tan torpes sois también vosotros? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y se echa en la letrina.»
Con esto declaraba puros todos los alimentos. Y siguió: «Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»
Hay muchas prescripciones dadas por una cultura o para circunstancias concretas (como la alimentación en la vida del desierto del tiempo de Moisés) pueden y deben decaer en otro marco vital. De modo que no ha que aferrarse a algo que ahora pueda ser una limitación para la libertad humana.
La fijación en las prescripciones o normas legales pueden sofocar al espíritu de ser humano. Son de carácter temporal, externas, hoy en día impuestas por ideologías humanas que tratan de ordenar la vida de las personas. Pero esto no es lo importante, lo verdaderamente importante es lo que afecta al espíritu humano, lo que le puede contaminar, hacer impuro. Esto requiere de una comprensión moral, de una conciencia de la que hoy se está tan ausente.
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Palabras del papa Francisco
(Ángelus, 29 agosto 2021)
Algunos escribas y fariseos asombrados por la actitud de Jesús. Están escandalizados porque sus discípulos comen sin antes realizar las tradicionales abluciones rituales. Piensan para sus adentros: “Esta forma de hacer es contraria a la práctica religiosa” (cf. Mc 7, 2-5).
También nosotros podríamos preguntarnos: ¿Por qué Jesús y sus discípulos descuidan estas tradiciones? Al fin y al cabo no son cosas malas, sino buenos hábitos rituales, simples abluciones antes de comer. ¿Por qué Jesús no le presta atención? Porque para Él es importante llevar de nuevo la fe a su centro. Este llevar de nuevo la fe a su centro lo vemos continuamente en el Evangelio. Y evitar un peligro, que vale tanto para esos escribas como para nosotros: el de observar las formalidades externas dejando en un segundo plano el corazón de la fe. Nosotros también muchas veces nos “maquillamos” el alma. La formalidad exterior y no el corazón de la fe: esto es un riesgo. Es el riesgo de una religiosidad de la apariencia: aparentar ser bueno por fuera, descuidando purificar el corazón. Siempre existe la tentación de “reducir nuestra relación con Dios” a alguna devoción externa, pero Jesús no está satisfecho con este culto. Jesús no quiere exterioridad, quiere una fe que llegue al corazón.
De hecho, inmediatamente después, llama otra vez a la multitud para decir una gran verdad: «Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda hacerlo impuro» (v. 15). En cambio, es «de dentro, del corazón» (v. 21) que salen las cosas malas. Estas palabras son revolucionarias, porque para la mentalidad de la época ciertos alimentos o contactos externos te hacían impuro. Jesús invierte la perspectiva: no daña lo que viene de fuera, sino lo que viene de dentro.
Queridos hermanos y hermanas, esto también nos concierne. A menudo pensamos que el mal proviene principalmente del exterior: del comportamiento de los demás, de quienes piensan mal de nosotros, de la sociedad. ¡Cuántas veces culpamos a los demás, a la sociedad, al mundo, de todo lo que nos pasa! Siempre es culpa de los “otros”: es culpa de la gente, de los que gobiernan, de la mala suerte, etcétera. Parece que los problemas vienen siempre de fuera. Y pasamos el tiempo repartiendo culpas; pero pasar el tiempo culpando a los demás es una pérdida de tiempo. Nos enojamos, nos amargamos y mantenemos a Dios fuera de nuestro corazón. Como esas personas del Evangelio, que se quejan, se escandalizan, discuten y no acogen a Jesús. No se puede ser verdaderamente religioso en la queja: la queja envenena, te conduce a la ira, al resentimiento y a la tristeza, la del corazón, que cierra las puertas a Dios.
Pidámosle hoy al Señor que nos libre de echar la culpa a los demás —como los niños: “¡Yo no he sido! Ha sido el otro, ha sido el otro…”—. Pidamos en la oración la gracia de no perder el tiempo contaminando el mundo con quejas, porque esto no es cristiano. Jesús nos invita a mirar la vida y el mundo desde nuestro corazón. Si nos miramos dentro, encontraremos casi todo lo que detestamos fuera. Y si le pedimos sinceramente a Dios que purifique nuestro corazón, comenzaremos a hacer el mundo más limpio. Porque hay una forma infalible de vencer el mal: empezar a vencerlo dentro de uno mismo. Los primeros Padres de la Iglesia, los monjes, cuando se les preguntaba: “¿Cuál es el camino de la santidad? ¿Cómo debo empezar?”, decían que el primer paso era acusarse a uno mismo: acúsate a ti mismo. La acusación de nosotros mismos. ¿Cuántos de nosotros, durante el día, en un momento del día o en un momento de la semana, somos capaces de acusarnos por dentro? “Sí, este me hizo esto, ese otro…, aquel una salvajada…”. ¿Y yo? Yo hago lo mismo, o lo hago así… Es una sabiduría: aprender a acusarse. Intentad hacerlo, os hará bien. Para mí es bueno, cuando consigo hacerlo, me hace bien, nos hará bien a todos.
Que la Virgen María, que cambió la historia con la pureza de su corazón, nos ayude a purificar el nuestro, superando en primer lugar el vicio de culpabilizar a los demás y de quejarse de todo.
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Catena Aurea
Pseudo-Crisóstomo
No considerando los judíos más que la purificación corporal, según la ley, y protestando contra esto, quiere el Señor introducir lo contrario. «Entonces, llamando de nuevo la atención del pueblo, les decía: Escuchadme», etc. «Nada de afuera que entra en el hombre puede hacerlo impuro, mas la cosas que proceden o salen del hombre, esas son las que dejan mácula en el hombre», es decir, lo hacen impuro. Las cosas que son de Cristo se consideran, pues, que entran en el hombre; pero las que son de la ley se juzga que salen de él, y a éstas es a las que como corporales debía dar fin en breve la Cruz de Cristo.
Teofilacto
El Señor dice esto queriendo hacer ver a los hombres que las observaciones que da la ley sobre los alimentos se deben entender en sentido espiritual; por ello empieza a explicarles la intención de la ley.
Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
Añade, pues: «Si hay quien tenga oídos para oír esto, óigalo». No declaraba de un modo terminante qué cosas eran las que procedían del hombre y las que lo manchaban, y por esto creyeron los apóstoles que lo dicho antes por el Señor significaba algo más profundo. «Después que se hubo apartado de la gente, y entró en casa, sus discípulos le preguntaban la significación de esta parábola», etc., pues llamaban a la parábola un discurso no claro.
Teofilacto
El Señor, los increpa primero: «Y El les dijo: ¡Qué! ¿También vosotros tenéis tan poca inteligencia?»
Beda, in Marcum, 2, 29
Es mal oyente quien quiere entender lo oscuro como claro, y viceversa.
Teofilacto
Después el Señor manifiesta lo que estaba oculto, diciendo: «¿Pues no comprendéis que todo lo que de afuera entra en el hombre no es capaz de contaminarle?»
Beda, in Marcum, 2, 29
Jactándose los judíos de tener parte con Dios, llamaban ordinarios a los alimentos que consumen todos los hombres, como las ostras, las liebres y otros parecidos. Pero si el lector prudente pregunta ¿por qué no comemos de lo ofrecido a los ídolos?, debe tener en cuenta que lo ofrecido a los ídolos no es impuro por sí mismo.
Beda
Como alimento, es hechura de Dios. Pero le hace impuro la invocación a los ídolos y demonios. Y dice la causa añadiendo: «Puesto que nada de esto entra en su corazón». Según Platón el lugar principal del alma está en el cerebro, pero según Cristo, es en el corazón donde reside.
Glosa
Dice en el corazón 1, esto es, en el entendimiento, que es la parte principal del alma, de la que depende toda la vida del hombre. Por él se ha de estimar al hombre como puro o impuro, y así, resulta que lo que a él no llega no puede contaminar al hombre. Por su naturaleza los alimentos no pueden manchar al hombre, porque no llegan al espíritu; pero el uso desordenado de los alimentos, que proviene del desorden del espíritu, pertenece a la impureza de éste. En lo que sigue demuestra que los alimentos no llegan al espíritu: «Sino que va a parar en el vientre, de donde sale con todas las heces», etc. Dice esto para que no se crea que todo el alimento queda en el cuerpo; puesto que queda lo que es necesario para su nutrición y desarrollo y sale lo que es superfluo, como una especie de depuración del alimento que queda.
San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, q. 73
Ciertas cosas llegan a nosotros para transformarse y transformarnos: así el alimento, perdiendo su naturaleza, se convierte en nuestro cuerpo, y nosotros lo transformamos en fuerza una vez restaurados por él.
Beda
Los alimentos no hacen impuros a los hombres, sino la malicia, que es la causa de las pasiones procedentes del interior. «Mas las cosas, decía, que salen del corazón del hombre», etc.
Glosa
La razón la explica añadiendo: «Porque de lo interior del corazón del hombre es de donde proceden los malos pensamientos». Es patente que los malos pensamientos pertenecen al espíritu, que aquí se llama corazón, según el cual es llamado el hombre bueno o malo, puro o impuro.
Beda
Esto sirve de respuesta a los que juzgan que los malos pensamientos tienen su origen en el diablo y no en nuestra propia voluntad. El diablo puede instigar y ayudar a los malos pensamientos, pero no puede ser su autor.
Glosa
De los malos pensamientos proceden las demás acciones malas: los adulterios, que consisten en la violación del lecho ajeno; las fornicaciones, que son las uniones ilícitas de personas no unidas por los lazos del matrimonio; los homicidios, cuando se priva de la vida al prójimo; los hurtos, cuando se le quita lo suyo; las avaricias, cuando se retiene algo injustamente; las malicias, cuando se calumnia al prójimo; los fraudes, cuando se le engaña; las deshonestidades, que son toda corrupción del espíritu y del cuerpo.
Teofilacto
La envidia, esto es, el odio y la adulación, porque el que odia tiene envidia y mala intención contra quien es objeto de su odio, y el adulador conduce al mal a su prójimo, no viendo lo que le conviene; las blasfemias, esto es, las injurias a Dios; la soberbia o menosprecio de Dios, puesto que por ella no atribuimos a Dios lo bueno que hacemos, sino a nuestra virtud; la necedad, o la injuria al prójimo.
Glosa
La necedad consiste en no pensar bien de Dios, puesto que es contraria a la sabiduría, que es el conocimiento de las cosas divinas. Y sigue: «Todos estos vicios proceden del interior, y esos son los que manchan al hombre». Al hombre se le imputa sólo aquello que consiste en su voluntad: tales son las cosas que proceden de la voluntad interior, por la que el hombre es dueño de sus actos.
Notas
- En la cultura judía el corazón era el símbolo de la sede de las funciones racionales (ver p. ej. Dt 29,3; Jer 23,20). En los Setenta se traducen las voces hebreas por kardía, aunque también por psyché, expresando el órgano principal de la vida humana, incluyendo las funciones intelectuales y volitivas. Entre los griegos el corazón es la sede de los pensamientos y de las emociones. El Nuevo Testamento muestra un variado y múltiple uso de corazón dentro de la significación señalada (ver p. ej. Mt 7,21; Jn 12,40; Mc 11,23/ Lc 21,14/ Hch 2,26; Jn 16,6; etc.)