La apostasía de Antíoco o del fin de los tiempos

Maqueta actual del Templo de Jerusalén del tiempo de los Macabeos

Todos los años, en estas fechas se hace lectura en la liturgia de la misa —como ha sido hoy lunes, 20 de noviembre, finalizando el años litúrgico y ante la celebración de Cristo Rey, del próximo domingo—, sobre la apostasía de carácter apocalíptico de la que se habla en los textos bíblicos referente al fin de los tiempos, y que formará parte de la temible persecución o gran tribulación, y que acabará enfriando la fe y poniéndola casi en extinción sobre la faz de la tierra.

El texto macabeo de la lectura de hoy es como arquetipo de la apostasía que sobrevendrá… La apostasía, el abandono de la fe en Cristo, es uno de los signos de los tiempos del fin. Antíoco jugaría el papel del Anticristo o la Bestia del Apocalipsis que perseguirá a sangre y fuero a los cristianos, para que renuncien a su condición de cristianos y adoren a Satanás.

De estos momentos trágicos tal vez no estemos lejos, según se desprende de una apreciación de los signos de los tiempos de los que Nuestro Señor nos dijo que estuviéramos atentos y en vela.

Lectura del primer libro de los Macabeos (1,10-15.41-43.54-57.62-64):

En aquellos días, brotó un vástago perverso: Antíoco Epifanes, hijo del rey Antíoco. Había estado en Roma como rehén, y subió al trono el año ciento treinta y siete de la era seléucida.
Por entonces hubo unos israelitas apóstatas que convencieron a muchos: «¡Vamos a hacer un pacto con las naciones vecinas, pues, desde que nos hemos aislado, nos han venido muchas desgracias!»
Gustó la propuesta, y algunos del pueblo se decidieron a ir al rey. El rey los autorizó a adoptar las costumbres paganas, y entonces, acomodándose a los usos paganos, construyeron un gimnasio en Jerusalén; disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, emparentaron con los paganos y se vendieron para hacer el mal. El rey Antíoco decretó la unidad nacional para todos los súbditos de su imperio, obligando a cada uno a abandonar su legislación particular. Todas las naciones acataron la orden del rey, e incluso muchos israelitas adoptaron la religión oficial: ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el Sábado. El día quince del mes de Casleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey mandó poner sobre el altar un ara sacrílega, y fueron poniendo aras por todas las poblaciones judías del contorno; quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas; los libros de la Ley que encontraban, los rasgaban y echaban al fuego, al que le encontraban en casa un libro de la alianza y al que vivía de acuerdo con la Ley, lo ajusticiaban, según el decreto real. Pero hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no comer alimentos impuros; prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la alianza santa. Y murieron. Una cólera terrible se abatió sobre Israel.

 

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