En el Evangelio de día de hoy, 12 de junio, Jesús nos advierte de que la ley moral no se ha de abolir, sino más bien sobrepasarla en su plenitud, que no es otra cosa que el Amor misericordioso, o en grado sumo, vivido en el servicio a los demás y según el espíritu de las Bienaventuranzas.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,17-19):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».
Unas palabras estas de Jesús muy propicias para estos tiempos actuales. Tiempos repletos de leyes humanas, muchas de ellas hechas a capricho de los gobernantes de turno, por decreto o por mayoría simple parlamentaria, que llevan al hartazgo a la gente que se siente llena de imposiciones y que controla, sin margen a la libertad y la autonomía persona. Y que sin embargo, habría de aplicarse ese dicho de que «dime de qué presumes y te diré de qué careces»; pues así es, muchas leyes y más leyes que emanan los Parlamentos, pero que la gente las ve como opresoras y que en cuanto puede procura no cumplir, y es más, se sirve ellas para irresponsabilizarse de la ley moral —que da libertad, al autodeterminarse por la propia conciencia— para aliviarse y hacer lo que le venga en gana.
Hoy día, la generalidad de las personas que formamos la sociedad occidental, no se rige o determina según la conciencia moral, es decir, según el contenido de la ley natural —reflejo de la voluntad divina, de aplicación para los seres humanos, al objeto de conseguir su santificación—, explicitada en Ley y los Profetas, y que Jesucristo vino a llevarla a su plenitud y no a hacerla desaparecer —como se hace hoy—. Lo cual es de una gravedad absoluta, de tal modo que el mismo Señor dice con contundencia: En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Que nadie se engañe: quien anda por la vida sin vivir éticamente, camina a su propia perdición. Estamos llamados a asumir —y no evadirnos— la responsabilidad de la dignidad dada, en su grado máximo, pleno, santo.
Dios ha dejado muy claro que no quiere abolir sino dar plenitud. Para que todos tengamos vida y la tengamos en abundancia.
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Palabras del papa Francisco
(Ángelus, 12 febrero 2023)
En el Evangelio de la liturgia de hoy, Jesús dice: «No piensen que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17). Dar cumplimiento: ésta es una palabra clave para entender a Jesús y su mensaje. ¿Pero qué significa este “dar cumplimiento”? Para explicarlo, el Señor comienza diciendo lo que no es cumplimiento. La Escritura dice “no matarás”, pero para Jesús esto no basta si luego se hiere a los hermanos con las palabras; la Escritura dice “no cometerás adulterio”, pero esto no basta si luego se vive un amor salpicado por la doblez y la falsedad; la Escritura dice “no jurarás en falso”, pero no basta hacer un juramento solemne si luego se actúa con hipocresía (cf. Mt 5,21-37). Así no hay cumplimiento
Para darnos un ejemplo concreto, Jesús se centra en el “rito de la ofrenda”. Al hacer una ofrenda a Dios, se correspondía a la gratuidad de sus dones. Hacer una ofrenda para corresponder simbólicamente —digámoslo así— a la gratuidad de sus dones, era un rito muy importante, tan importante que estaba prohibido interrumpirlo salvo por motivos graves. Pero Jesús afirma que hay que interrumpirlo si un hermano tiene algo contra nosotros, para ir primero a reconciliarnos con él (cf. vv. 23-24): solo entonces se cumple el rito. El mensaje es claro: Dios nos ama primero, gratuitamente, dando el primer paso hacia nosotros sin que lo merezcamos; y, por ende, nosotros no podemos celebrar su amor sin dar a nuestra vez el primer paso para reconciliarnos con quienes nos han herido. Así hay cumplimiento a los ojos de Dios, de lo contrario la observancia externa, puramente ritualista, es inútil, se convierte en una ficción. En otras palabras, Jesús nos hace comprender que las reglas religiosas son útiles, son buenas, pero son solo el inicio: para darles cumplimiento, es necesario ir más allá de la letra y vivir su sentido. Los mandamientos que Dios nos ha dado no deben encerrarse en la caja fuerte asfixiante de la observancia formal, pues de lo contrario nos quedamos en una religiosidad externa y desapegada, siervos de un “dios amo” en lugar de hijos de Dios Padre. Jesús quiere esto, que no tengamos la idea de servir a un Dios amo, sino al Padre, y por esto es necesario ir más allá de la letra.
Hermanos y hermanas, este problema no existía solo en tiempos de Jesús, existe también hoy. A veces, por ejemplo, oímos: “Padre, no he matado, no he robado, no he hecho daño a nadie…”, como diciendo: “He cumplido”. Esta es la observancia formal, que se conforma con el mínimo indispensable, mientras que Jesús nos invita al máximo posible. Es decir, Dios no razona con cálculos y tablas; Él nos ama como un enamorado: ¡no hasta el mínimo, sino hasta el máximo! No nos dice: “Te amo hasta cierto punto”. No, el verdadero amor nunca llega hasta un punto determinado y nunca se siente satisfecho; el amor va siempre más allá, no puede por menos. El Señor nos lo mostró dando su vida en la cruz y perdonando a sus asesinos (cf. Lc 23,34). Y nos ha confiado el mandamiento que más aprecia: que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado (cf. Jn 15,12). ¡Este es el amor que da cumplimiento a la Ley, a la fe, a la verdadera vida!
Así pues, hermanos y hermanas, podemos preguntarnos: ¿cómo vivo yo mi fe? ¿Es una cuestión de cálculo, de formalismo, o es una historia de amor con Dios? ¿Me conformo solo con no hacer el mal, con mantener “la fachada”, o intento crecer en el amor a Dios y a los demás? Y de vez en cuando ¿me confronto a mí mismo con el gran mandamiento de Jesús, me pregunto si amo a mi prójimo como Él me ama? Porque tal vez somos inflexibles para juzgar a los demás y nos olvidamos de ser misericordiosos, como Dios lo es con nosotros.
Que María, que observó perfectamente la Palabra de Dios, nos ayude a dar cumplimiento a nuestra fe y a nuestra caridad.