En el Evangelio de día de hoy, 15 de marzo, Jesús nos advierte de que la ley moral no se ha de abolir, sino más bien sobrepasarla en su plenitud, que no es otra cosa que el Amor misericordioso, o en grado sumo, vivido en el servicio a los demás y según el espíritu de las Bienaventuranzas.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,17-19):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».
Unas palabras estas de Jesús muy propicias para estos tiempos actuales. Tiempos repletos de leyes humanas, muchas de ellas hechas a capricho de los gobernantes de turno, por decreto o por mayoría simple parlamentaria, que llevan al hartazgo a la gente que se siente llena de imposiciones y que controla, sin margen a la libertad y la autonomía persona. Y que sin embargo, habría de aplicarse ese dicho de que «dime de qué presumes y te diré de qué careces»; pues así es, muchas leyes y más leyes que emanan los Parlamentos, pero que la gente las ve como opresoras y que en cuanto puede procura no cumplir, y es más, se sirve ellas para irresponsabilizarse de la ley moral -que da libertad, al autodeterminarse por la propia conciencia- para aliviarse y hacer lo que le venga en gana.
Hoy día, la generalidad de las personas que formamos la sociedad occidental, no se rige o determina según la conciencia moral, es decir, según el contenido de la ley natural -reflejo de la voluntad divina, de aplicación para los seres humanos, al objeto de conseguir su santificación-, explicitada en Ley y los Profetas, y que Jesucristo vino a llevarla a su plenitud y no a hacerla desaparecer -como se hace hoy-. Lo cual es de una gravedad absoluta, de tal modo que el mismo Señor dice con contundencia: En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Que nadie se engañe: quien anda por la vida sin vivir éticamente, camina a su propia perdición. Estamos llamados a asumir -y no evadirnos- la responsabilidad de la dignidad dada, en su grado máximo, pleno, santo.
Dios ha dejado muy claro que no quiere abolir sino dar plenitud. Para que todos tengamos vida y la tengamos en abundancia.