El Señor en su segunda venida dará cumplimiento a todas las sentencias dictadas. “Habrá dos juicios: el juicio particular y el juicio final o universal, según Santo Tomas de Aquino, príncipe de la teología católica, explica admirablemente el porqué de estos dos juicios. Porque el individuo es una persona humana particular pero además un miembro de la sociedad. En cuanto individuo, en cuánto persona particular le corresponde un juicio personal, que le afecte única y exclusivamente a él: y este es el juicio particular. Pero en cuanto miembro de la sociedad, – escribe Royo Marín- a la que posiblemente ha escandalizado con sus pecados, o sobre la que ha influido provechosamente con su acción bienhechora, tiene también que sufrir un juicio universal, público solemne para recibir ante la faz del mundo el premio o el castigo merecido”.
El parágrafo 1021…, del Catecismo de la iglesia católica nos complementa el texto de San Mateo diciéndonos que: «1021.- La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2Tm 1,9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16,22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23,43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2Co 5,8; Flp 1,23; Hb 9,27; 12,23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16,26) que puede ser diferente para unos y para otros”.
El juicio más importante a nuestro efectos será el primero el que tendrá lugar inmediatamente después de la muerte, el juicio final tendrá la función de juzgar la historia y mostrar la significación social y sobrenatural de la vida de cada hombre en cuanto que con sus acciones influyó en el curso de la historia. “El juicio final, será interior (Jn 3,15-21). No se realizará a través de un mecanismo policial y de represalia, -escribe René Laurentin- sino por la misma conciencia de cada uno, coronada o confundida por la luz de Dios. Los que hayan vivido por el amor de Dios, según sus diversas modalidades, irán, con todo su impulso hacia el amor descubierto. Los que hayan vivido en el egoísmo y en el odio sin amor, o contra el amor huirán de esta luz que les confundirá y se refugiarán en la tristeza”.
Resulta lógico que así sea pues todos salvados o condenados ya han pasado por su primer juicio particular, y como que se estará en el final del mundo, no existirá ser humano que no haya sido anteriormente en el juicio particular salvado o reprobado, “…, unos estarán unidos a Dios y abismados en Él y Dios en ellos de suerte que entre Dios y ellos no hay más obstáculos que el tiempo y la condición de esta vida mortal. Cuando están desprendidos de los lazos del cuerpo, al instante mismo disfrutan de su eterna bienaventuranza. No serán juzgados, sino con Cristo juzgarán a los demás en el último día. Entonces acabará la vida mortal y toda pena temporal sobre la tierra y en purgatorio”. Es decir, el purgatorio ya no existirá, porque al final de este segundo juicio, solo habrá salvados y reprobados al infierno todo con carácter eterno.
San Agustín refiriéndose a estos tiempos escribe diciendo: “En la cruz manifestó su paciencia pero en el juicio manifestará su potencia”. Y refiriéndose a los reprobados, nos añade: “A ti no se te permitirá ver con corazón inmundo lo que solo se puede ver con un corazón puro; serás rechazado, arrojado de allí, no verás nada. (…), porque solo en un corazón puro existen los ojos con que puede Dios ser visto”. San Juan de la Cruz nos dice que “Al atardecer te examinarán de amor. Al término de la vida y al término de la existencia, el criterio del juicio será el amor”.
En todo caso lo importante para nosotros en este tema, no es que sean uno o dos juicios, sino superar con éxito el final de la prueba de fe y amor, que es para lo que hemos venido a este mundo. Y para pasar la prueba hay haber cumplido debidamente los mandatos divinos que hemos recibido y no hay otra alternativa. San Agustín nos dice que: “Nadie se lisonjee de impunidad fundado en la misericordia de Dios, porque habrá juicio: así como nadie después de convertido debe temer el juicio de Dios, pues este viene precedido de la misericordia”.
Cuando abandonamos este mundo, hasta un último momento no conocido, tenemos la posibilidad de arrepentirnos y aceptar su amor que continuamente nos lo está ofreciendo, pero llegado ese último momento no conocido cuándo es, si no ha existido un arrepentimiento es imposible que ya este pueda existir, por que la persona de que se trate ha salido del ámbito de amor del Señor, y el vacío que le produce la pérdida del amor que en vida tenía, porque estaba dentro del ámbito de amor del Señor, ya no lo tiene y ese vacío lo ocupa ahora, la antítesis del amor que es el odio. Para que se genera la misericordia divina, es necesario el arrepentimiento, y el arrepentimiento en sí, es un acto de amor y el que ha salido del ámbito de amor del Señor, solo es puro odio como un demonio y carece de capacidad de algo tan simple ahora para nosotros como amar.
Juan del Carmelo
Fuente y texto ccompleto: https://www.religionenlibertad.com/blog/33354/juicio-final.html