Hoy es uno de esos días que relucen más que el sol. Hoy es el día del Amor Fraterno, del Sacerdocio y de la Eucaristía.
Jesús en la Ultima Cena o de Pascua llevó a cabo un gesto sorprendente, para manifestar en qué consiste el amor a los demás: en servir. Jesús descendió hasta los pies de los apóstoles y se los lavó. Era algo inaudito, incomprensible; de tal modo que el mismo Pedro se negó a que se los lavara.
Jesús tuvo que emplearse a fondo para convencerlo, aunque Pedro no lo entendiera, y le dijo rotundo: si lo te dejas lavar los pies no tendrás nada que ver conmigo. Esta palabras impactaron de tal modo al testarudo de Pedro, que exclamó: no solo los pies sino todo el cuerpo. Para pertenecer al Reino de Dios se precisa hacer la voluntad del Señor, y hacer lo que él dice y hace: amar sirviendo —no ha venido para ser servido sino para servir— a los demás, fraternalmente. «Amaros los unos a los otros, como yo os he amado».
Cada Jueves Santo, la Iglesia hace memoria agradecida de la Última Cena de Jesús con sus discípulos y de esa experiencia radical del amor fraterno que Jesús quiso expresar en el gesto del lavatorio de los pies, que es expresión del amor hecho servicio.
Este día del amor fraterno la Iglesia a través de Cáritas invita a los files a ejercitar ese amor ofreciendo a través estipendios para los más necesitados, hermanos nuestros. En este día es la mejor manera de cumplir con el mandamiento nuevo del amor que nos propuso el Señor.
Lectura del santo evangelio según san Juan (13,1-15)
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»
Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.»
Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás.»
Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.»
Simón Pedro le dijo: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.»
Jesús le dijo: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.»
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.» Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»