Hace unos años, concretamente en 2017, escribíamos un artículo con el título «El Papa de la ternura y misericordia«, y comenzábamos diciendo:
Si hay alguna seña de identidad de este Papa, sin duda es la de su tierna misericordia. No es una pose ni una slogan publicitario, es una virtud que lleva incorporada en su alma. Este Santo Padre es así. Sus gestos, actos, palabras y escritos lo ponen de manifiesto. Llega directamente a la gente, conecta con ella, anula las distancias, empatiza (que se dice hoy día).
Hoy volvemos a hacer alusión a este carácter genuino del papa Francisco. Seguro que tiene defectos —como todo el mundo—, que comete pecados —como todo ser humano— y que yerra —hasta los más entendidos sabios y los más santos— lo han hecho. La libertad propiciada por Dios con arreglo a la dignidad con que nos ha querido premiar en grandeza y dada nuestra eventual fragilidad del vivir terreno conllevan el que incurramos en deslices morales, intelectuales y de todo tipo.
A este respecto exponemos lo que dijimos en otro artículo «Biden y el Vaticano«, en que discrepábamos de la postura complaciente del Papa con arreglo al presidente de EE.UU.:
El Papa a no ser «ex cátedra» se pude equivocar (y no es que digamos que lo haya hecho, pero… «todo escribano puede echar un borrón»); otros hombres de Iglesia, purpurados, con vitola de santidad, se han pronunciando de forma diferente, y su visión en este extremo puede ser la acertada, ¿por qué no?; la Comunión no se niega a nadie, pero sí se la niega uno a sí mismo cuando no muestra ningún arremetimiento de pecar gravemente (se está en pecado gravísimo cuando se promociona el aborto, o sea la muerte del sicario —que dijo contundencia el mismo Papa en otra ocasión hablando sobre la acción aniquiladora de la vida del no nacido—), alentar la Comunión indignamente —y hasta con osadía de hacerlo, como ha mostrado Biden— supone amontonar ascuas ardientes de condenación sobre su cabeza (que diría san Pablo); y concluyendo, la «compasión y la ternura» no ha de ser discriminatoria: para unos sí (Biden), para otros no (Trump y los no nacidos).
Dicho lo cual, queremos resaltar la ternura de este Santo Padre, y para ello —y sin ir más lejos— exponemos algunas líneas de la catequesis sobre san José, padre en la ternura, del día de ayer, 19-1-2022, en la Audiencia general (y que pueden leer en su totalidad, AQUÍ):
«José vio a Jesús progresar día tras día “en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2,52): así dice el Evangelio. Como hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer” (cf. Os 11,3-4)» (Patris corde, 2). Es bonita esta definición de la Biblia que hace ver la relación de Dios con el pueblo de Israel. Y la misma relación pensamos que haya sido la de san José con Jesús.
Los Evangelios atestiguan que Jesús usó siempre la palabra “padre” para hablar de Dios y de su amor. Muchas parábolas tienen como protagonista la figura de un padre [1]. Entre las más famosas está seguramente la del Padre misericordioso, contada por el evangelista Lucas (cf. Lc 15,11-32).
«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (v. 20). El hijo se esperaba un castigo, una justicia que al máximo le habría podido dar el lugar de uno de los siervos, pero se encuentra envuelto por el abrazo del padre. La ternura es algo más grande que la lógica del mundo. Es una forma inesperada de hacer justicia. Por eso no debemos olvidar nunca que Dios no se asusta de nuestros pecados: metámonos bien esto en la cabeza. Dios no se asusta de nuestros pecados, es más grande que nuestros pecados: es padre, es amor, es tierno. No se asusta de nuestros pecados, de nuestros errores, de nuestras caídas, sino que se asusta por el cierre de nuestro corazón —esto sí, le hace sufrir—, se asusta de nuestra falta de fe en su amor. Hay una gran ternura en la experiencia del amor de Dios. Y es bonito pensar que el primero que transmite a Jesús esta realidad haya sido precisamente José. De hecho, las cosas de Dios nos alcanzan siempre a través de la mediación de experiencias humanas.
Entonces podemos preguntarnos si nosotros mismos hemos experimentado esta ternura, y si nos hemos convertido en testigos de ella. De hecho, la ternura no es en primer lugar una cuestión emotiva o sentimental: es la experiencia de sentirse amados y acogidos precisamente en nuestra pobreza y en nuestra miseria, y por tanto transformados por el amor de Dios.
Dios no confía solo en nuestros talentos, sino también en nuestra debilidad redimida. Esto, por ejemplo, lleva a san Pablo a decir que también hay un proyecto sobre su fragilidad.
El Señor no nos quita todas las debilidades, sino que nos ayuda a caminar con las debilidades, tomándonos de la mano. Toma de la mano nuestras debilidades y se pone cerca de nosotros. Y esto es la ternura. La experiencia de la ternura consiste en ver el poder de Dios pasar precisamente a través de lo que nos hace más frágiles; siempre y cuando nos convirtamos de la mirada del Maligno que «nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo», mientras que el Espíritu Santo «la saca a la luz con ternura» (Patris corde, 2). «La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros» (ibíd
El Señor nos dice la verdad y nos tiende la mano para salvarnos. «Sabemos, sin embargo, que la Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona» (cf. ibíd.). Dios perdona siempre: esto metéoslo en la cabeza y en el corazón. Dios perdona siempre. Somos nosotros que nos cansamos de pedir perdón. Pero Él perdona siempre, también las cosas más malas.
Nos hace bien entonces mirarnos en la paternidad de José que es un espejo de la paternidad de Dios, y preguntarnos si permitimos al Señor que nos ame con su ternura, transformando a cada uno de nosotros en hombres y mujeres capaces de amar así. Sin esta “revolución de la ternura” —hace falta, ¡una revolución de la ternura!— corremos el riesgo de permanecer presos en una justicia que no permite levantarnos fácilmente y que confunde la redención con el castigo