Fátima, 5ª aparición, 13-9-1917

Según relato de Lucia.

Al aproximarse la hora fu a  Cova de Iria con Jacinta y Francisco entre numerosas personas (unas treinta mil) que nos dejaban andar sólo con dificultad. Los caminos estaban apiñados de gente; todos nos querían ver y hablar, allí no había respetos humanos. Mucha gente del pueblo, y hasta señoras y caballeros, consiguiendo romper por entre la muchedumbre  que alrededor nuestro se agolpaba, venían a postrarse de hinojos delante de nosotros pidiendo que presentásemos sus necesidades a Nuestra Señora. Otros, no consiguiendo llegar junto a nosotros, clamaban de lejos. Unos de ellos:

–¡Por el amor de Dios, pidan a Nuestra Señora que me cure a mi hijo, que está impedido!

Otro:

–Que me cure el mío, que es ciego.

Otro:

–El mío, que es sordo.

–Que me traiga a mi marido o mi hijo, que están en la guerra; que convierta a un pecador, que me dé salud, que estoy tuberculoso., etc.

Allí aparecían todas las miserias de la pobre humanidad y algunos gritaban subidos a los arboles y a las tapias con el fin de vernos pasar. Diciendo a unos que sí, dando la mano a toros para ayudarles a levantarse del polvo de la tierra allá íbamos andando gracias a algunos caballeros que nos iban abriendo camino entre la muchedumbre. Ahora cuando leo estas escenas encantadoras del Nuevo Testamento, del paso de Nuestro Señor por Palestina, pienso en nuestros pobres caminos y sendas de Ajustrel, Fátima y Cova de Iría, y doy gracias a Dios ofreciéndole la fe de nuestra buena gente portuguesa.  Y pienso si ellos podían humillare como lo hicieron ante tres pobres niños, sólo porque eran agraciados d hablar a la Madre de Dios, ¿qué no harían si pudieran ver a Nuestro Señor mismo en persona delante de ellos?

Bien, esto no tiene que ver con la materia, era una distracción de mi pluma que me llevaba a parte donde yo no quería una inútil divagación. No lo arranco para no estropear el cuaderno.

Por fin llegamos a Cova de Iría y al alcanzar la encina comenzamos a decir el rosario con la gente. Un poco más tarde vimos el reflejo de luz y acto seguido, sobre la encina, a Nuestra Señora, que dijo:

–Continuad rezando el rosario para alcanzar el fin de la guerra. En octubre vendrá también Nuestro Señor,  Nuestra Señora de los Dolores y del Carmen, San José con el Niño Jesús para bendecir al mundo. Dios está contento con vuestro sacrificios, pero no quiero que duráis con la cuerda puesta; llevadla sólo durante el día.

–Me han pedido para suplicarle muchas cosas: la cura de algunos enfermos, de un sordomudo, etc.

–Sí, a algunos los curaré, pero a toros no. En octubre haré el milagro para qué todos crean.

Y comenzó a elevarse, desapareciendo como de costumbre.

(Los niños tomaron muy a pecho las palabras de la Virgen en agosto, que pedía sacrificios por los pecadores. Uno de los sacrificios más dolorosos era el de la cuerda que cada uno de ellos levaba atada a la cintura. Tanto les hacía sufrir, que Jacinta a veces hasta lloraba con la violencia del dolor. La Virgen les dijo con solicitud maternal que de noche no usaran la cuerda para poder disfrutar del reposo necesario. Otros sacrificios eran no comer la merienda, que reparten entre los pobres. Dejaban los higos y las uvas. «Teníamos la costumbre de ofrecer de vez en cuando el sacrificio de pasar una novena o un mes sin bebe. Hicimos una vez este sacrificio en pleno mes de agosto, en que el calor era sofocante. Mayores todavía eran los sacrificios que les exigía la misión que la Virgen les encomendara: las vejaciones, la curiosidad y molestias de la gente, su interminables visitas y preguntas, la persecución y la prisión, y por fin la larga enfermedad de Francisco y, sobre todo, de Jacinta la cual varias veces visitó la Virgen previniéndola que moriría solita, despues de sufrir mucho.)

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