La fe cristiana roza el absurdo. Parece increíble, es decir, digno de no creer el creer en un Dios que nace en un establo. Es tan increíble que por ello mismo es digno de creer: Solo al Dios verdadero se le podría imaginar tal cosa; ninguna invención humana se le podría ocurrir hacer nacer a mismísimo Dios, el dueño del universo entero, nacer en esas condiciones.
Pero, por eso mismo, cabria decir, por esa fragilidad y pequeñez inaudita que no se apoya en nada, en ninguna potencia extraordinaria, sobrehumana, excelsa, es justamente por lo que creemos los que tenemos a Jesucristo por nuestro Dios y Señor; nuestra fe no procede de potencia que supere a cualquier otra terrena alguna, sino a la impotencia de un Dios que se abaja hasta lo más humilde que puede descender lo humano; nuestra fe no se apoya en nada más que en la gracia, en el don dado, ofrecido gratuitamente, a nuestra pequeñez, sin merecimiento alguno ni condición, tan solo el ser el aceptado libremente por una humildad y sencillez –como la de María- capaz de decir “sí”.. Como dice Cristo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.» (Mt 11,25-26). Entre estos están los pastores que acudieron a Belén aquella madrugada del 25 de diciembre a ver al niño Dios reclinado entre pajas en un establo.
No nos cabe más remedio que recibir el anuncio sobre Nuestro Señor, como un don, como lo recibieron aquellos pequeños pastores; en caso contrario, no podremos acceder a estar ante Dios y creer en Él.
Que el Creador de todo, el Dueño de todo, el Absoluto, etc., se someta hasta la más baja condición y pobreza: la del que nada tiene: son muy pocos los que nacen en un establo, hay que ser muy pobre, pues bien, Jesús se asume esa situación humana. Impresiona, pero es así. Tal y como dice la Sagrada Escritura: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12).
Dios es acostado -haciendo de cuna- entre las pajas de un comedero de caballerías (vacas, muchas, burros, etc.). No hay nada más que hablar, así fue; no cabe interpretaciones ni retorcer lo escrito, es de una claridad meridiana. Y esto, esta humildad al nacer nos lleva a recordar aquella escena en la que fuera exaltado por la gente a la entra a Jerusalén montado de un burro: «¡Salta de gozo, Sion; alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador; pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna.» (Zac 9,9).
Solo a un Dios verdadero se le hubiera ocurrido semejante cosa;: nacer en una cuadra y morir en un patíbulo. Así resulta difícil de creer, por eso mismo es digno de crédito. Y se derriba aquel pensar que «hizo fortuna», de que Dios ha sido creado por el hombre a imagen y semejanza suya.
Causa estupor, asombra, admira…
Mirar cara a cara, con coraje, ese misterio… da vértigo.
El pesebre y la cruz son los tronos elegidos de Jesucristo, nuestro Rey: “Cuando los ángeles anuncian el nacimiento de Jesús — ‘Ve a buscarlo’ — la señal es: encontrarás un bebé en un pesebre. Esa es la señal. El trono de Jesús es el pesebre, o la calle durante su vida cuando predicaba, o la cruz al final de su vida: este es el trono de nuestro Rey”, dijo Papa[1].
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[1] El 28 de diciembre de 2022 en su audiencia pública semanal en el Vaticano.