Este día, 26 de marzo, es el quinto domingo de Cuaresma. El evangelio de la liturgia según san Juan recoge la resurrección de Lázaro. Amigo de Jesús, por el que el Señor llegó a llorar, y al que le devolvió la vida. Es un texto evangélico hermoso y lleno de relevancia para el contenido de la fe cristiana.
Lázaro podría ser uno de nosotros, de los que el Señor Jesús es amigo; pues Él lo ha dado todo por amor por nosotros, para trabar una relación de amistad. Y también podríamos ser cada uno de nosotros en estos momentos especiales de enfermedad y muerte a causa de la pandemia del coronavirus. Y estos días, a Jesús nos hemos dirigido —hablando por muchos— diciéndole: «Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús no respondió de inmediato: «Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.»; pero luego acudió. Aunque parezca tardar y que todo está perdido, el Señor responde: «Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado».
Marta, la hermana de Lázaro, le dirige a Jesús un reproche, revelando la confianza en Él: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano».
Entonces Jesús hace una afirmación rotunda: «Yo soy la resurrección y la vida» y el que «crea en mi no morirá para siempre». Y no menos rotunda es la confesión de fe de Marta, afirmando la esperanza del Mesías prometido que se cumple en Jesús y otorgándole el nombre divino de Señor: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Marta, aunque cree en Jesús, le ocurre como a nosotros, que creemos que su señorío es para la otra vida pero que no se ejerce o tiene un accionar o reinar en este mundo: Marta le dice a Jesús que su hermano ya está muerto muy muerto, ha empezado incluso a corromperse: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.» Y Jesús afirma, incluyendo un reproche, que ya aquí se puede ver la acción de la gracia divina: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
El Señor Jesús es un amigo que está con nosotros, a nuestro lado, y quiere que nos fiemos de Él. Él no permanece indiferente a nuestros dolores; al igual que se conmueve con su amigo Lázaro, Jesús lo está haciendo con nosotros en estos momentos de enfermedad y muerte.
La Resurrección es el punto central de nuestra fe, marca nuestra vida, despierta en nosotros gozosa esperanza.
Y una reflexión final: Jesús nos invita a salir de la cueva, de la fosa, en que nos hallamos por nuestros pecados, por nuestra corrupción. Nos invita a reconocer que no tenemos fuerzas para salir nosotros solos.
Lectura del santo evangelio según san Juan (11,3-7.17.20-27.33b-45):
En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús: «Quitad la losa.»
Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.
Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.