El respeto a los mayores

Lo del cuarto mandamiento es un imperativo moral que cada día, desgraciadamente, se cumple menos. El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres.

Lo del cuarto mandamiento es un imperativo moral que cada día se cumple menos (entre paréntesis, como tantos otros, pues la sociedad actual cada vez es más amoral). El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. El Señor recuerda este deber de gratitud (cf. Mc 7,10-12).

Antiguamente había más respeto a nuestros mayores, hoy en día cada vez cuentan menos, en el momento que decaen sus fuerzas físicas y, no digamos, las mentales.

Es obvio que ha habido un notable retroceso en cuanto al respeto y la consideración que se les otorgar de siempre (y ente paréntesis, aún hay quien a esto lo llama progresismo). Su voz era escuchada, como acertados consejos llenos de sabiduría, el amor por una vida gastada, de entrega y la gratitud por la vida que nos han dado…

Este respeto no solo es debido a los próximos, también a los que no tienen que ver directamente con cada cual, a toda persona mayor. La falta de consideración y de educación a cederles la preferencia y prestarles atenciones en su mermadas facultades, se pone cada vez más de manifiesto en los espacios públicos, especialmente.

Amén de esto, está la espada de Damocles pendientes sobre sus cabezas:  la eutanasia, que se afila su hoja lentamente pero inexorablemente para no tardando entrar en acción sin piedad. Y si algo lo retiene es el hecho —nada más cierto— de que el envejecer nos va acabar afectando a todos, y esto da qué pensar; es decir, por una razón egoísta pero no por amor.

Este es mundo en muchos aspectos  despiadado, hedonista, comodón, que solo piensa en sí mismo…, se aleja de aquel que supone una carga, una merma a su vida placentera, etc. y descarta a aquel que no le resulta útil ni de interés, entre ellos están las personas mayores, los «inservibles», etc. Y amen de estas consideraciones y otras semejantes, el anciano viene a resultar un incordio…

Hacerle desaparecer quitándole de en medio —de forma drástica, eutanasia, o recuyéndole en una residencia— es lo que se está imponiendo hoy día.

De modo que nos encaminamos, a toda velocidad, a que se provoque su final definitivo (bajo el título hipócrita de buena muerte —eutanasia—); pues suponen una responsabilidad, una limitación, un coste, un estorbo, etc., que requiere de una actitud de ternura, amor y sacrificio; al igual que los enfermos incurables, que reúnen características parecidas, que les hacen acreedores a que un mundo hedonista, egoísta, injusto, etc., que va a lo práctico inmisericordemente, les acorte la vida, en un homicidio asistido.

Esto está tan avanzado en el pensamiento de dominio público, que ellos mismos las víctimas han asumido que esa es la mejor solución. Quien escribe estas líneas llegó a escuchar de un ser querido: «Más allá de los 80 años, no se debería vivir. ¿Qué hacemos aquí a esas edades?…»

Se me ocurrió decirle: «Si Dios le quiere aquí, ¿por algo será? No obstante, sí que tiene una «utilidad» real: ¡cuántas personas, sin que lo sepa quién —al final se verá—, se favorece de sus oraciones, de los rosarios… que reza a diario! Consigue muchas gracias para personas desconocidas, en cualquier parte de la tierra  hasta del purgatorio, que se están beneficiando de ellas, por usted!

Estas son palabras del papa Francisco:  “los abuelos del tiempo actual están llamados a formar un coro permanente en el gran santuario espiritual de nuestro mundo, acompañando con su oración y testimonio a quienes luchan en la vida”.

Les invito a leer este otro artículo nuestro: El privilegio de ser una persona mayor

 

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