El prójimo

Le dice Dios en «El Diálogo» a santa Catalina de Siena:

             «El amor que se tiene por Mí y el amor al prójimo son una sola y misma cosa»

             «Os he colocado al lado a vuestro prójimo a fin de que hagáis por él lo que no podéis hacer por Mi… El alma es como una mujer que ha concebido un hijo: si no le pone en el mundo, sí no aparece ante sus ojos, su esposo no puede decir que tiene un hijo. Y yo, que soy el Esposo del alma, si el alma no da a luz ese hijo, que es la caridad hacia el prójimo, ¿dónde está el fruto de nuestra unión?…»[1]

 

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         «Hijos, este hombre es Jesucristo»

        Sucedió sobre 1960 en un pueblo de la ribera de Navarra, donde la gente tiene fama de “brutica”, pero de gran corazón y buen espíritu cristiano. Resultó que a la hora de la siesta se presentó en la casa parroquial un mendigo preguntando por el sacerdote. Salió a abrirle la puerta la madre del párroco, quien le informó de que su hijo en ese momento estaba descansando. El hombre, sin embargo, insistió en que quería hablar con el párroco. El sacerdote oyó las voces y bajó a ver qué pasaba. Cuando vio que se trataba de un mendigo, le hizo pasar y le preguntó qué era lo que quería. El mendigo respondió: 

—No quiero comida, no quiero dinero, no quiero nada. Sólo he venido para que conozca usted qué feligreses tiene en su parroquia. —Y el hombre contó lo que acababa de ocurrirle—: Pasaba al lado de una casa, cuando oí desde una ventana a un hombre que me llamaba y me invitaba a pasar. Entré y vi una familia sentada alrededor de una mesa para comer. El padre de un manotazo abrió un hueco entre sus hijos, y puso una silla para que me sentara a comer. Durante la comida, el padre me señaló con el dedo y dijo, dirigiéndose a sus hijos: “Hijos, éste hombre es Jesucristo”. He venido sólo para que usted conozca qué tipo de gente tiene usted en su parroquia.

Estas cosas pasan. Sólo Dios sabe cuántos eslabones tiene esa cadena de buenas obras que las personas de fe han ido forjando a lo largo de la historia, movidas únicamente por su amor a Cristo presente en los pobres.[2]

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         Cuando estemos cerca de los «pequeños» del mundo, estamos cerca de Dios. Quien no encuentre a Jesús en los más pequeños, no lo encontrará nunca, ni aquí ni… en el cielo.

         Quien trata con Dios no puede dejar de sentir, por la fe en Cristo, que en el hombre roto, humillado, ignorado, se halla él más presente que en ningún lugar de la tierra, más que en ti, más que en ningún templo, santuario, más que en ninguna parte.

          En ese hombre destrozado, descartado, hay un privilegio divino.

       Entre tú y ese hombre, hay una disimetría. Te hallarás siempre radicalmente «sometido»  a la mirada suplicante y excitante de él. Y de la que no te puedes ocultar, si realmente tienes la fe que dices tener. La fe hace incondicionalmente que la relación con ese otro hombre sea siempre asimétrica, en su favor. Quien crea esto, no esperará, pues, reciprocidad, y su amor será ágape, pura cáritas, amor divino.

         La única prueba real de que amamos a Dios es si amamos a nuestro prójimo (= póximo). Quien se acerca a Dios y se distancia del próximo, quien reza a Dios y se aleja del más cercano, pasa desapercibido del necesitado, y olvida del otro… se engaña gravemente a sí mismo. No se puede estar en comunión con Dios sin estarlo con los hermanos. «El que no ama a su hermano, que ve, no puede amar a Dios, que no ve. Este es el mandamiento que hemos recibido de Él, que el que ame a Dios, ame también a su hermano.»  (1 Jn 4,20b-21)

         Relacionarnos con Dios nos puede resultar más cómodo y consolador que con el prójimo. Nuestro amar a Dios (a “ nuestro Dios») se presta a platonización, a la ilusión, etc., en cambio, al hombre real, al que tenemos a nuestro lado, no le podemos imponer nuestra imaginación, su carne escapa a cualquier abstracción. Cristo nos mostro el camino: se encarnó.

          El amor de Dios, ágape, tiene en la atención a los pobres y marginados una significada de predilección.

         «Los que cuentan más, al disponer de una porción mayor de bienes y servicios comunes, han de sentirse responsables de los más débiles, dispuestos a compartir con ellos lo que poseen»[3] 

            Quien aparta del mendigo su mirada… ¡Ay de quién le esquiva!

         Así le dice el Señor Yavé: “Yo mismo juzgaré entre la oveja gorda y la flaca: porque vosotros habéis empujado con el flanco y el lomo, con los cuernos habéis topado a las más débiles hasta echarlas fuera; yo defenderé a mi grey y  no servirán más de presa; haré justicia entre oveja y oveja» (Ez 34,20-22)

         «Escuchad esto, los que aplastáis al pobre e intentáis exterminar a los necesitados» (Am 8,4)  «Jamás me olvidaré de ninguna de vuestras obras» (Am 8,7b).

        Cuando amemos —asumamos— la carne de la miseria —no las tinieblas— del projimo, seremos semejantes a Dios, seremos santos.

 

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[1] ESTEBAN PERRUCA, J.: «Santa Catalina de Siena», Folletos Mundo Cristiano, nº 27, Abril 1967, pp.35-36.

[2] 4buenasnoticias.com

[3] Encíclica «SOLLICITUDO REI SOCIALIS», n.39.

 

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