Hasta no hace mucho, la hechura personal y social que configuraba al ser humano y la estructura del vivir en Occidente era cristina (o, si se prefiere, cristiano-judía). Ahora, y casi de repente y con rotundidad, esto ya no es así.
Las señas de identidad del cristianismo, que forjaba la realidad, se ha difuminado y carece de mayor relevancia en el horizonte vital de la gente. Es decir, que el credo cristiano, su verdad, doctrina sus valores, enseñanzas, creencias, moralidad, etc., están siendo remplazados de manera acelerada.
En el plano político, cabe mencionar como botón de muestra la declaración del primer ministro húngaro, Viktor Orbán la Unión Europea se ha convertido en un “imperio irresponsable” que está librando una guerra contra las naciones europeas cristianas pro-familia en nombre de la ideología LGBT. Y de lo que habría ya de hablar en términos globalistas.
Y en la Iglesia, mientras la barca del cristianismo se tambalea, hay quienes dentro de ella se mueven y remueven con disputas estériles, oportunistas y disparatadas –ejemplo: la sinodalidad, especialmente la alemana–, provocando que la vuelque.
Esta es la situación actual: un debilitamiento considerable de la presencia cristiana, para que el espíritu del tiempo o mundanidad sea quién ejerza mayor influencia sobre la vida de las personas, siguiendo el guión del Nevo Orden Mundia, Woke y la Agenda 2030..
Esto es lo que trae es el postcristianismo: la eutanasia (como derecho y obligación; se nos convencerá de su conveniencia y necesidad, a partir de los 80), el aborto (como un derecho absoluto a aniquilar sin escrúpulo una vida indefensa, hasta el momento de dar a luz, incluso); la ideología de género (sí o sí, y obligado su adoctrinamiento en colegios, y con todo tipo de subvenciones públicas, asistencia social, leyes de discriminación positiva, sin ningún reparo o algo en contra; no eres lo que biológicamente eres, hasta que tu no lo decidas, etc.); la familia (en proceso de extinción, al menos en singular y según el patrón clásico y tradicional; por un popurrí de versiones, vinculaciones, todo muy libre, y muy inestable, sin responsabilidad ni ataduras, hijos sin padres, padre sin hijos; plurales relaciones, algunas de una noche, y desde los 10 añitos -ya hay colegios en que a esa tiernísima edad se reparten preservativos); la antropología (la descualificación de la grandeza de la persona otorgada de dignidad «sagrada», otorgada por el Dios cristiano, a cuya imagen hemos sido creados, y llamados a vivir eternamente); la felicidad (consistente los placeres del cuerpo, y no en la sublime felicidad de la santidad, elevación del ser humano a su máxima expresión de nobleza, bondad y amor, según la voluntad divina; como afirmaba recientemente Pascal Bruckner: «Ya no nos preocupa tanto las salvación del alma como la felicidad del cuerpo»); el sentido de la vida (no existe, o si lo hubiera, mejor ignorarlo, pues compromete; el suicidio, como alternativa; de modo que no hay más destino que el de la materia, en ella acaba todo); lo ético o moral (como la conciencia, mejor olvidarse…, antiguallas metafísicas; solo existe la ley positiva y la policía), y hacer lo que a cada cual le venga en gana, sin más, y como exclusivo determinante de la conducta. Etc., etc.
En fin, y añadir un dato más, que lo confirma: en las recientes Elecciones Ggenerales del 23-J españolas, la influencia cristiana en cuanto al «voto en conciencia» según la doctrina del humanismo cristiano es escasa, la inmensa mayoría ha votado –por lo que se ve– a opciones que se alejan notablemente de los valores cristianos de carácter indeclinable: La defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, la defensa del matrimonio natural y de la familia que nace de dicha unión, la libertad de educación de los padres como primeros responsables de sus hijos y el bien común en sus dimensiones nacional y mundial.
Para finalizar, recogemos esta palabras de cierta esperanza de José Francisco Serrano Oceja ante la pregunta sobre el postcristianismo:
La pregunta de partida, con un certero diagnóstico que se puede aplicar a nuestra realidad, es si se ha agotado la fuerza fascinante del anuncio de un Dios que sale al encuentro de nuestra esperanza, si se ha agotado el cristianismo. De entre los relatos más significativos en la modernidad, el que nace de la fe cristina ha sido protagonista indiscutible, ¿sigue siéndolo ahora? La progresiva reducción de la práctica cristiana indica que se está derrumbando el cristianismo convencional, lo que no implica que se esté derrumbando el cristianismo. De hecho, como se puede comprobar en el día a día de la Iglesia real, aparecen iniciativas ilusionantes que impactan en la vida de las personas. Ahí tenemos algunos casos de sorprendente éxito como los retiros de Emaús o los nuevos métodos de formación en la experiencia cristiana al estilo Life teen. Estamos ante una nueva oportunidad para mostrar la relevancia pública de la fe que representa un bien para la persona y la sociedad. Es cuestión de partir del núcleo interior y no de las exigencias de quienes marcan la agenda política.