El pecado contra el Espíritu Santo. Ser de la familia de Dios

Pixabay

El Evangelio (Mc 3,20-35) de la misa de hoy, 9 de junio, consta de dos partes: 1º, Ante la expulsión de demonios, Jesús es acusado de realizarlos con el poder de Satanás, por estar poseído por un espíritu inmundo; 2º, Jesús afirma rotundamente que su verdadera familia son aquellos que cumplen la voluntad de Dios.

 Lectura del santo Evangelio según San Marcos 3,20-35

En aquel tiempo, Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco.
Los escribas que habían venido de Jerusalén, decían acerca de Jesús: “Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera”.
Jesús llamó entonces a los escribas y les dijo en parábolas: “¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Porque si un reino está dividido en bandos opuestos, no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse sus cosas, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno”. Jesús dijo esto, porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo.


Llegaron entonces su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: “Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan”.
Él les respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: “Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

..ooOoo..

 

Jesús realiza un milagro, la liberación de una persona que estaba endemoniada. La gente allí  presente se siente admirada, e incluso algunos se preguntan si no será Jesús el Mesías, el hijo de David, prometido y esperado, los escribas y fariseos también allí presentes se revuelven contra el sentir general y califican a Jesús de todo lo contrario: de no ser quien la gente piensa que es, sino de haber realizado esa expulsión no con poder de origen divino, es decir, con el poder que le hubiera otorgado el príncipe de los demonios, Belzebú, que le tenía poseído «tenía dentro un espíritu inmundo».

Y Jesús rebate a estos con un argumento preciso: «¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Si Satanás expulsa a Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?…». A lo que añade: «el árbol se conoce por su fruto». 

Si Él expulsa «a los demonios por el Espíritu de Dios, es que ha llegado el reino de Dios». El Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, está con Él y en Él, junto con el Padre. Es en sí la Trinidad, pues donde una de las tres personas trinitarias está están las otras dos. La vida trinitaria, el Reino de Dios, ha llegado con el Hijo a los hombres.

De modo que negar esto: negar el Reino de Dios, la obras de amor y bien que nacen del corazón de Dios, impulsadas por el Espíritu Santo, es negar el todo, ponerse insultante, blasfemamente, aliándose con el Maligno, a Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo. Y está radical negación contra la más sagrado: achacando a lo bueno como obra de mal y a lo malo como obra de Dios trinitario, se opone a la voluntad salvadora. Aun así, Jesús viene a añadir un matiz referido a la ofensa que se haga contra Él:  «… contra el Hijo del hombre será perdonado»,  y sin embargo se muestra tajante:  «pero quien hable contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este mundo ni en el otro.», «no tendrá perdón jamás». Es la obstinación en la perversión que se resiste diabólicamente a la misericordia perdonadora del amor trinitario de Dios.

El Catecismo de la Iglesia Católica en el nº 1864 dice: “No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna”. Es el drama de la libertad humana que puede oponerse a Dios y a su Palabra y cerrar el corazón al perdón. Es decir, que por más misericordioso que sea Dios y trate de salvar a todos, habrá quién se niegue a ser personado, a recibir esa gracia indebida; todo porque a base de mal, de encanallamiento, es ya incapaz de percibir la bondad que el Espíritu Santo le muestra como su bien y lo rechaza como algo aborrecible, como la luz apagada por las tinieblas. Este es el mayor temor o único, que hemos de temer: el odiar el amor trinitario que nos hace presente el Espíritu Santos

 ..ooOoo..

 

Sobre la segunda parte del Evangelio, esto es lo que nos dice el Papa Francisco (Ángelus, 10 junio 2018):

Sus familiares (de Jesús), quienes estaban preocupados porque su nueva vida itinerante les parecía una locura. (cf. v 21). De hecho, Él se mostró tan disponible para la gente, sobre todo para los enfermos y pecadores, hasta el punto de que ya ni siquiera tenía tiempo para comer. Estaba para la gente. No tenía tiempo ni siquiera para comer. Sus familiares, por lo tanto, decidieron llevarlo de nuevo a Nazaret, a casa. Llegan al lugar donde Jesús está predicando y lo mandan llamar. Le dicen: «He aquí, tu madre, tus hermanos y hermanas están afuera y te buscan» (v.32) y Él responde: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» y mirando a las personas que le rodeaban para escucharlo, añade: «¡He aquí mi madre y mis hermanos! Porque quien cumpla la voluntad de Dios, es mi hermano, mi hermana y mi madre» (vv. 33-34). Jesús ha formado una nueva familia, que ya no se basa en vínculos naturales, sino en la fe en Él, en su amor que nos acoge y nos une entre nosotros, en el Espíritu Santo. Todos aquellos que acogen la palabra de Jesús son hijos de Dios y hermanos entre ellos. Acoger la palabra de Jesús nos hace hermanos entre nosotros y nos hace ser la familia de Jesús. Hablar mal de los demás, destruir la fama de los demás nos vuelve la familia del diablo.

Aquella respuesta de Jesús no es una falta de respeto por su madre y sus familiares. Más bien, para María es el mayor reconocimiento, porque precisamente ella es la perfecta discípula que ha obedecido en todo a la voluntad de Dios. Que nos ayude la Virgen Madre a vivir siempre en comunión con Jesús, reconociendo la obra del Espíritu Santo que actúa en Él y en la Iglesia, regenerando el mundo a una vida nueva.

ACTUALIDAD CATÓLICA