El ideal de la religión cristiana es insuperable

La cosmovisión cristiana es la más logradas de cuantas otras propuestas como ideales para el sentido y la realización vitales de los seres humanos.

El ideal antropológico propuesto por la religión cristiana es insuperable, cualquier otro no ha sido testado tanto y por tanto tiempo a lo largo del tiempo. Su capacidad para sobrevivir durante siglos, de encarnarse en las más diversas culturas y  dialogar con cualquier sociedad y forjar el pensamiento y la conciencia moral, con unos valores indeclinables, la hacen única.

El hecho de que la religión persista como una forma muy viva y poderosa de existencia en plena era científica, significa que la religión propone las respuestas más fuertes, antiguas y creíbles a las preguntas fundamentales, sobre todo a la pregunta por el sentido de la vida inherente al “homo sapiens”. ¿Acaso, no habrá  más sabiduría en la religión que en la ciencia, la filosofía u otros saberes…?

 En nuestro tiempo por más que haya intelectuales que se afanen en convencernos de que el ateísmo es consecuencia lógica y racional del conocimiento, la idea de la extinción definitiva seguirá siendo intolerable para el ser humano, que seguirá encontrando en la fe aquella esperanza de una supervivencia más allá de la muerte a la que nunca podrá renunciar.

 Según un estudio realizado por la universidad de Oxford, que trataba discernir si la fe en la divinidad era algo aprendido, es decir, trasmitido de padres a hijos o mediante la educación, o era, por el contrario, algo innato a la persona, como quien dice, impreso en el código genético; la conclusión del conjunto de pruebas acumuladas sugería que la religión es un hecho intrínseco a la naturaleza humana más allá de las diversas culturas. De modo que, por decir así, es algo atemporal, perdura a los tiempos, y querer acabar con algo que se ha dado en todas las culturas, en todo tiempo y en todo lugar, se antoja pretensión imposible.

 La gran tentación del racionalismo a partir de la Ilustración fue la de dar a la vida cotidiana el fundamento para prescindir de la religión. Pero fracasó, porque lo más razonable e imprescindible resulta ser el hecho religioso. La necesidad de lo sagrado que tiene la gente es tan incuestionable que no necesita demostración. El sentido religioso es connatural al ser humano. Ante la imposibilidad de extirpar y erradicar la religiosidad como dimensión de la espiritualidad humana, se trata de sofocarla, falsificarla, neutralizarla, con sucedáneos: la proliferaciones de sectas y otras creencias… o ídolos, como el dinero o ambiciones de todo tipo, o hasta con un activismo agotador, un pasamiento líquido o el acceso a una sucesión de placeres cuyo encadenamiento proporcione la ficción de felicidad. 

El teísmo cristiano es una visión del mundo más adecuada, consoladora y segura. Es la Verdad, la verdad estable que todo el mundo desea y necesita. ¿Qué es mejor y más sensato, sentirse como fruto de un amor providente o como arrojados por un destino ciego?

Cabe preguntar, ¿es posible que nuestra razón y corazón procedan de algo sin-razón y sin-corazón? Sin perspectiva de Dios, no hay manera humana de dar una respuesta válida a las cuestiones humanas básicas como la muerte, el dolor, el sentido de la vida, etcétera. Además, como muy bien dijera Ortega y Gasset, nadie que quiera henchir su espíritu indefinidamente, puede renunciar sin dolor a lo religioso. El ser religioso proporciona textura bondadosa al ser humano, lo ennoblece y santifica. Creer desarrolla el corazón, nos mejora, humaniza, engrandece, eleva… El cristianismo, cuanto menos, es un prodigioso humanismo, inigualable. El ideal de hombre y la filosofía del cristianismo son insuperables, son la más alta y estimable perfección de la naturaleza humana. Al creer le es consustancial la aspiración al bien y a la bondad, e implica amar, ser honrado, generoso… y a dar gracias por existir, por ser amado por un Dios Padre que nos has creado para vivir eternamente con Él.

 

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