El fundamentalismo racionalista

El sueño de la razón, Goya

Hay fanatismos y fundamentalismos diversos, que se creen en posesión de la verdad y de una verdad que hay que imponer —por las buenas o por las malas— o con la cual se puede despreciar, descalificar, marginar a los otros, que están en el error o son simplemente ignorantes o inferiores.

Hay un fundamentalismo proveniente de la razón. Es de un peligro total, pues se reviste de argumentos de apariencia convincente. Ya desde la Ilustración y la Revolución francesa se advirtió eso, y el extraordinario pintor Goya lo dejó plasmado en su obra, haciendo constar que «el suelo de la razón produce monstruos«.

El fanatismo de los que se creen usar la razón, racionalistas, es sorprendente…  Días atrás, un periodista debatiendo sobre el aborto le dijo a otro, con aparente razón, que los que tenéis una opinión proveniente de una creencia religiosa no podéis pretender de que los demás adopten vuestra postura o ley prohibitiva como en el caso del aborto.

Es decir, ya descalificaba la opinión del interlocutor cristiano tachándola como procedente de una fe que dicta una verdad que no se atiende a la razón.

Además del tema a tratar en ese debate, el aborto, se pudo suscitar este otro: el de la razón del hombre de fe. Pero, oh sorpresa, el creyente, teniendo como asumido el criterio -este si fundamentalista- en que descalificaba per se la opinión proveniente de su creencia, la dio como asumida, y se calló. Es decir, que el que se daba por racionalista usando un argumento fundamentalista consiguió su objetivo: tapar la boca al opinante contrario.

Partamos de una realidad incontrovertible: el creyente de fe cristiana se apoya en la razón tanto o más que cualquiera (incluso de los que se llaman racionalista), y en ese espacio de la razón es donde se ha de debatir o entrar en dialogo con todos.

El cristiano hace uso de la razón porque Dios además de amor (Dios es amor), también es razón, inteligencia, sabiduría (Dios es el Logos), es decir, que tiene ese atributo como propio. El ser humano está hecho a «imagen y semejanza» de Dios, y todos estamos llamados a reflejar, llevar a cabo lo máximo posible la expresión de lo que somos. El cristiano es consciente de ello y tiene como modelo ejemplar a Cristo, el Homo (el hombre) por excelencia. Él es además del Amor, la  Sabiduría.  

De modo que el cristiano no ha de temer a usar la razón hasta sus últimas consecuencias, sin miedo; pues podemos ir más lejos que nadie andando ese camino, sin que nos sintamos defraudados, sino todo lo contrario: confirmados en nuestra fe, y es más, como medio de dar a Dios a conocer.

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Concluimos con estas palabras de Luigi Giussani[1]:

La razón, en vez de sentirse y reconocerse como lo que en realidad es, paso abierto sobre la realidad del ser, se toma a sí misma por medida de la realidad, como ábismo exhaustivo del ser (es como si dijese: «lo que yo no consiga medir no existe»).

 Es, en sustancia, la tentación del hacer al hombre mismo criterio de todo, es decir, Dios. Y en este sentido su paradigma se halla en el pecado original descrito ya en la primera página de la Biblia; las palabras del diablo a Eva y Adán pueden traducirse: «No es verdad que exista algo que vosotros no podías comprender y medir». 49

 Al corromperse el sentido religioso la razón no puede evitar el identificar prematura y presuntuosamente el valor último con un elemento del ámbito de la existencia, con un aspecto de su experiencia: y eso es lo que la Biblia llama `idolatría’ (Dios se convierte en un `eidolon’, es decir, en cosa contingente). 50

De manera significativa la Biblia no contrapone tanto religioso  a ateo, cuanto verdadero religioso a idólatra. 50

 En la idolatría es donde la Biblia ve la corrupción y el desvanecimiento de la verdadera, aunque incompleta, posibilidad de armonía humana: en la idolatría está la raíz de la guerra (Dios se lo advierte a Noé después del diluvio universal). En efecto, la fraternidad humana se funda en el misterio, en le Dios verdadero; la idolatría, en cambio, trata siempre de explicar y ordenar la realidad según motivos parciales, rompiendo la tensión únitria hacia la armonía total y chocando inevitablemente con  las tentativas idolátricas de otros. 51

 De las formas más primitivas a las más evolucionadas, la actitud idolátrica es fundamentalmente idéntica: la pretensión de abarcar a Dios  -es decir, el valor último-  con algo comprensible. 52

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[1] «El sentido religioso», Ed. Encuentro, Madrid 1978.

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