El surgimiento del individualismo narcisista, en conjunción con este “fetichismo de la mercancía” (Karl Marx) para transformar al individuo en un “sujeto autómata” que tiene cada vez más una relación con sus semejantes calcada a la relación con las cosas.
Algunas preguntas a Alain de Benoist. Breizh-info.com: “Derecha e izquierda, ¡se terminó!”: Tal es el subtítulo de su trabajo. ¿En qué basa su declaración, sabiendo sin embargo que los candidatos, especialmente en Francia – y lo vemos con motivo de este período preelectoral -, afirman siempre estar a la derecha o a la izquierda (incluidos los extremos) en su mayor parte ? Alain de Benoist: Dediqué un capítulo entero de mi libro a la historia de la división derecha-izquierda. Además del hecho de que siempre ha existido una multitud de diferentes derechas e izquierdas, demuestro que a lo que esta división se refiere nunca deja de evolucionar con el tiempo. ¡Estar a la izquierda en 1880 era militar por el colonialismo; estar en la derecha era ser hostil a la separación de la Iglesia y el Estado! En el pasado la izquierda era el partido de la lucha de clases, hoy es el partido de los derechos individuales, mientras que gran parte de la derecha se ha unido a la defensa del mercado, al principio axiomático del interés y a la explicación económica del mundo. Los politólogos, por su parte, nunca han logrado dar una definición autorizada de la derecha y de la izquierda. En medio de una significativa crisis de identidad, los partidos de la derecha y de la izquierda se han vuelto incapaces de dar un significado preciso a estos términos. A esto se suma la desaparición de las familias sociológicas, donde la gente solía votar por un partido dado toda su vida: la gente hoy “zapea” (como con un mando a distancia frente al televisor. N.d.T.) de derecha a izquierda o al contrario, sin ver nada más que política de derecha hecha por los partidos de izquierda o política de izquierda hecha por los partidos de derecha. En cuanto a los ensayos políticos que aparecen en las bibliotecas, es cada vez más difícil decir si sus autores (Marcel Gauchet, Jean-Claude Michéa, Michel Onfray, etc.) están a la izquierda o a la derecha. La verdad es que la díada izquierda-derecha se ha vuelto obsoleta para el propósito de describir el panorama político actual. La división izquierda-derecha sólo funciona funcionalmente bajo el peso de los hábitos: hay una gravedad histórica de la lógica bipolar que es mantenida por el juego político, especialmente en el momento de las elecciones. Pero cuando nos referimos a las encuestas de opinión, vemos que a los ojos de la mayoría de los franceses, esta división está cada vez más desprovista de significado. En 1980, todavía sólo el 30% consideraba obsoletas las nociones de izquierda y derecha. En marzo de 1981 era el 33%; en febrero de 1988, el 48%; en noviembre de 1989, el 56%; en 2011, el 58%. ¡Hoy es el 73%! Una progresión extraordinariamente significativa. El surgimiento de los movimientos populistas, que a menudo articulan elementos de la derecha y elementos de la izquierda en la misma demanda política y social que emana de la base, contra una oferta política desde “arriba” considerada decepcionante, incluso insoportable, es una de las consecuencias de esta evolución. Por un lado, el populismo sustituye el eje horizontal derecha-izquierda por uno vertical “los que están arriba contra los que están abajo”, pero esto suscita, acompaña y acentúa nuevas divisiones que reemplazan cada vez más la división derecha-izquierda: la división entre aquellos que se benefician de la globalización y aquellos que son sus víctimas, la división entre los que piensan en términos de pueblos y los que sólo conocen una humanidad concebida como una suma de individuos, la división entre la Francia periférica y la Francia urbanizada, el pueblo y las élites globalizadas, la gente común y la Nueva clase, las clases populares así como las clases medias en proceso de declive y la gran burguesía globalista, los defensores de las fronteras y los partidarios de la “apertura”, los “invisibles” y los “sobre-representados” , “los conservadores y los liberales”, etc. La formidable ola de desconfianza hacia las élites (política, financiera, mediática y otras) no cesa de aumentar el populismo que tiene el efecto directo de eliminar – Mélenchón habló de “limpiar” – la vieja casta de los llamados partidos de gobierno. La democracia cristiana y el Partido Comunista han sido barridos en Italia, Syriza en Grecia casi provocó la desaparición del Pasok, la última elección presidencial en Austria fue disputada entre un ecologista y un populista. Podríamos dar muchos otros ejemplos. Breizh-info.com: Los estratos populares parecen efectivamente exasperados, cansados, por la forma en que la ciudad es administrada. Pero, sin embargo, ¿son una fuerza que puede generar propuestas? ¿La tasa de abstención en las elecciones, la falta de movilizaciones en grandes manifestaciones sociales o societarias, no son signos de un abandono de la participación de la vida de la ciudad por parte del pueblo? Alain de Benoist: Son más bien la prueba de la amplitud de un malestar que echa raíces en la crisis de la representación: la gente tiene el sentimiento de que ya no es representada por sus representantes, muchos piensan que es inútil hacer uso en el día de las elecciones de una soberanía que saben que perderán el día después. Por eso los populismos aspiran a formas de democracia más directas, basadas en el referéndum o participativas, conscientes de las disfunciones y límites de una democracia liberal que ha sustituido la soberanía popular por la soberanía parlamentaria y que hoy está dirigida por una casta oligárquica que sólo busca defender sus solos intereses. Las clases populares no sólo están exasperadas por el “modo en que se maneja la ciudad”. Quieren poner fin a la gestión administrativa, es decir, poner fin al poder de una expertocracia que pretende que los problemas políticos sólo son problemas técnicos en último término (para los cuales sólo existe evidentemente una única solución racional) y que buscan rebajar el gobierno de los hombres a la administración de las cosas. Se dan cuenta de que la “gobernanza” es sólo un medio de gobernar sin el pueblo. Lo que Vincent Coussedière llamó el “populismo del pueblo” que no es otra cosa que una demanda dirigida a los políticos de practicar realmente la política en lugar de atenerse a la gestión. El pueblo representa el poder constituyente, y está tanto más presente ante sí mismo cuando tiene los medios para decidir por sí mismo lo que le concierne. Ya se trate de la inmigración, la globalización, o el poder de la Comisión Europea, la gente ve que los otros nunca han dejado de decidir en su lugar, y que estas decisiones han alterado su vida cotidiana. Es perfectamente apto para juzgar lo que es bueno y malo para sí mismo. Para que haga “propuestas”, hace falta solamente que se le consulte o que se le den los medios para decidir. Alain de Benoist: una observación en primer lugar: el desencantamiento del mundo, cuyas raíces están lejos de ser contemporáneas, no señala el “fin de las ideologías”, una expresión de moda pero que estrictamente no significa nada, precisamente porque ninguna sociedad puede existir sin someterse a la influencia de una ideología dominante. Hoy vivimos en la ideología de la mercancía, es decir, en una era donde el imaginario simbólico ha sido colonizado ampliamente por los valores mercantiles (calculabilidad, rentabilidad, ganancia, etc.). La desconexión social, el tecnomorfismo, el surgimiento del individualismo narcisista, en conjunción con este “fetichismo de la mercancía” (Karl Marx) para transformar al individuo en un “sujeto autómata” que tiene cada vez más una relación con sus semejantes calcada a la relación con las cosas. (Entrevista realizada por Yann Vallerie). Fuente: breizh-info.com; Extraído de: Katehon. Texto completo: https://paginatransversal.wordpress.com/2017/03/08/el-fin-del-mundo-moderno-entrevista-con-alain-de-benoist/ |