«La gloria del Señor les rodeó de luz» (Lc 2,9).
El Señor nos dijo sed santos porque yo soy santo, y san Juan entre sus términos favoritos que aplica a Dios es el de la luz: «Dios es Luz, en él no hay tinieblas alguna» (1 Jn 1,5). Así se entiende que a los santos se les represente con una orla en torno a su cabeza: es el aura de santidad de aquellos en quien el Amor divino, el Espíritu Santo, está tan presente que quedan le «imantados» de su luz, y la «reflejan». «Arropado de luz como de un manto». (Sal 104,2).
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Malcolm Muggeridge (1903-1990) describió en su libro Something Beautiful for God (páginas 41-45) que es un relato de la Madre Teresa de Calcuta. Muggeridge y su equipo de filmación estaban filmando a las monjas recogiendo a los moribundos de las calles y llevándolos a un hogar para los moribundos. Y que cuenta F. AVALOS MURILLO: «Teresa de Calcuta», Rev. Reinado Social, n. 544, Febrero 1975, p.9:
Me despido, emocionado, de las Hermanas y de los pacientes más cercanos. Increíblemente, aquella escena de miseria humana indescriptible no me resulta repulsiva ni horrorosa. Al contrario, experimento un algo que me sujeta los pies a aquel lugar. Es, sin duda, el misterio del dolor relativizado por la fe, la sonrisa, la entrega alegre, el amor cristiano de estas jóvenes religiosas; transformado en luz, en optimismo, en esperanza de humanidad mejor.
A la luz de este amor cristiano en acción, aquellos hombres y mujeres son Cristo mismo, son mis hermanos y hermanas…
Es esta luz sobrenatural que el señor Muggeridge, ilustre periodista de la BBC, entiende haber sido recogida por primera vez por unas cámaras fotográficas, en un reportaje grabado aquí por él mismo. Escribe en su biografía sobre la Madre Teresa:
«Cuando se entra en la Casa para Moribundos Abandonados uno siente inmediatamente que allí hay algo que desborda de amor. Un amor luminoso, como el halo que las artistas han visto y hecho visible en torno a las cabezas de los santos. No encuentro nada sorprendente que esta luminosidad sea registrada en un film fotográfico… En efecto, la Casa para Moribundos es oscura. Nuestro equipo luminoso era totalmente insuficiente para filmar en el interior. A pesar de todo decidimos seguir adelante, con la precaución de hacer algunas tomas en el exterior. Nuestra sorpresa fue grande al revelar el film y ver que la parte filmada dentro aparecía bañada con una luz particularmente brillante, mientras que la parte tomada fuera era más bien oscura y confusa… Todos los que han visto nuestro reportaje concuerdan en que la luz de la Casa para Moribundos es excepcionalmente hermosa y apropiada… Yo, personalmente estoy convencido de que grabamos el primer auténtico milagro fotográfico».
Milagro fílmico o no, la Casa para Moribundos de la Madre Teresa es un rincón de luz… para tiempos oscuros… para hombres sin esperanza…
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Aquí se cumplen testimonialmente las palabras sagradas:
«Vosotros sois la luz del mundo. (…) y alumbra a todos los que están en casa. Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres, que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,14-16).
«El que ama a su hermano, permanece en la luz» (1 Jn 2,10).
«Si das al hambriento tu pan, / y sacias el alma abatida, / brillará en las tinieblas tu luz, / y tus sobras se harán un mediodía.» (Is 58,10).
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Finalizando, les dejamos el relato de en que Dios hace pasar su Gloria ante Moisés en el monte Sinaí, donde quedaba tan radiante que al bajar y presentarse a los israelitas, se tenía que cubrir para no deslumbrarles.
Moisés dijo: “Concédeme ver tu Gloria.” Y Yavé: “Yo haré pasar delante de ti toda mi belleza y pronunciaré ante ti el nombre de Yavé, pues haré gracia a quien yo quiera y mostraré misericordia para con quien yo quiera tenerla.” Ya añadió: “Pero mí faz no puedes verla. No puede verme hombre alguno y vivir.” Siguió Yavé: “He aquí un lugar junto a mí; ponte, pues, sobre aquella roca. Cuando esté al pasar mi Gloria, te meteré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego retiraré mi mano y me verás de espadas, mas mi faz no puede verse.” (Ex 33,18-23).
Cuando descendió Moisés de la montaña del Sinaí, trayendo en sus manos las dos tablas del Testimonio, no sabía que la tez de su cara se había vuelto radiante durante sus conversaciones con Yavé. Al ver Aarón y todos los hijos de Israel a Moisés, notaron que su rostro resplandecía y temieron acercarse a él. (Ex 34,29-30).
Cada vez que Moisés se presentaba a Yavé para hablar con él, se quitaba el velo hasta que salía y, una vez afuera, comunicaba a los hijos de Israel todo lo que le había sido ordenado. Los hijos de Israel dirigían su mirada a la cara de Moisés y veían su piel radiante. (Ex 34,34-35).
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«Cuida, pues, que la luz que hay en ti no sea tinieblas. Pues si todo tu cuerpo está iluminado, al no haber en él parte alguna tenebrosa, todo él resplandecerá como cuando la lámpara te ilumina con su resplandor» (Lc 11,35-36).