Don Nadie

«Por su interioridad es superior al universo entero» (Vaticano II, GS 14)

«Gustad de ser ignorados y tenidos en nada. Después de haberlo dejado todo, es necesario dejarse, sobre todo, a sí mismo» (Sta. Teresa de Lisieux)[1]

«Si alguno se imagina ser algo, siendo nada, se engaña a sí mismo»  (Gál 6,3)

                             

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           Un próspero industrial al confesarse recibió por penitencia el dar trabajo en su empresa a un joven que iría el día siguiente a su fábrica solicitando un puesto de trabajo.

           Cuando el joven presentó  el empresario lo expulsó de manera airada. Y de inmediato fue a ver al cura.

            —¡Sabía usted de quien se trataba!, ¿verdad? Ese individuo despreciable es el que pretende a mi hija…

            —Bien. ¿Y qué hay de malo?… ¿Y por qué le desprecia?

            —Es un miserable, que no tiene donde caerse muerto, que quiere hacer fortuna a mi costa. Yo quiero para mi hija alguien de su condición…

           El cura se puso serio, y le dijo:

          —Le voy a contar una historia tan verdadera como la suya:

 

           “El ex emperador Guillermo al entrar en un cuartel de Berlín, fue saludado por el cabo de guardia.

           Guillermo II le notó triste y le preguntó qué le pasaba, y el joven cabo guardó silencio un tanto turbado. El emperador le dijo, jovialmente:

           —¿Es el amor lo que te entristece?

           El cabo le contó cómo momentos antes había entrado el sargento mayor despreciándole y advirtiéndole de que no consentía que un simple soldado enamorase a su hija.

           El káiser tomó prestado de uno de los acompañantes que le seguía las insignias de coronel y se las colocó al joven soldado, diciendo:

           —Pon en conocimiento de tu futuro suegro que Guillermo II te ha elevado coronel.

           Y al salir del cuartel el sargento mayor y pasar junto al antes cabo de la guardia, ignorándole como siempre, se percató que éste no le daba el saludo, se volvió ceñudo, y le gritó:

           —¡No me ha saludado usted, soldado cabo!

           Para inmediatamente exclamar atónito y demudado:

           —¡Eh!… ¿¡Coronel!?

           Al día siguiente autorizaba a su hija a formalizar relaciones con aquel donnadie.”

 

               El impetuoso industrial, se levantó, abrió la puerta y sin volverse dijo gruñendo:

           —Cumpliré la penitencia.

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Cuando Poseidón, el dios de los mares, arrastró la nave de Ulises hacia la tierra habitada por Polifemo, espantoso cíclope, gigante de un solo ojo; Ulises se llamó a sí mismo Nadie. Era un modo de engañar, de pasar inadvertido ante aquel monstruoso gigantesco, devorador de hombres. Para los griegos Polifemo representaba la barbarie; y a esta (o sea, para aquél) no somos nadie, pues la barbarie no reconoce a los demás como iguales, con idéntica dignidad inabordable.

“El hombre, sagrado para el hombre”, decía Séneca (carta XCV).

El derrumbamiento de la cultura humanística y de sus valores indeclinables puede sorprender, pero para quienes sabemos que nada se tiene en pie si Dios no lo sostiene no nos extraña. Cuando se ha perdido de vista a Dios, ya nada es nada y nadie parece nadie.

La figura del hombre de hoy aparece sostenida por lo que tiene no por lo que es y la esperanza de lo que eternamente será. Tanto tienes tanto vales, tanto eres apreciado, considerado… No tener equivale a no ser, a ser nadie.

Por otra parte, este ser nadie es algo cómodo, sin responsabilidad, y sin personalidad con criterio propios, lo tolera todo, porque todo es nada, y nadie también.

Las esencias no importan, importan las apariencias, lo que aparece superficialmente a la vista. Por lo que hay que renunciar a sí mismo, a sus más profundas convicciones. Es la forma de ser aceptado, de tener un lugar bajo el sol.

La civilización moderna, nihilista, ha creado un mundo para nadie. Quien no es nadie, puede ser feliz. El hombre interior disuelto, que solo piensa en sobrevivir en la inexistencia.

Así es la personalidad relativista y escéptica del ser humano de hoy.  Pero le queda poco, pues tiene carece de peso, de identidad valiosa y duradera.

 La consideración humana cristiana: Ser humilde hasta considerarse nada, nadie que no sea sino la vida digna creada, dada y misericordiosamente regalada y salvada; y considerar a los demás con el respeto del que ve la grandeza obrada por Dios.

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[1] Manuscritos 5,17.5

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