Domingo de Ramos

Hoy celebramos un día de adoración al Señor. Al igual que los pastorcillos acudieron a postrarse ante el Niño Jesús, hoy la gente humilde, los sencillos y no doctos de Jerusalén acudieron a recibir al Mesías, proclamando alabanzas de reconocimiento con palmas y olivos y alfombrando el suelo con sus mantos.

A las tensiones de las fechas anteriores —según los Evangelios— en que Jesús se ve acosado, hostigado, por la élite, los doctores, fariseos y escribas, en este día recibe el respaldo de la ciudadanía normal.

Una cosa que llama la atención es que toda esta gente entusiasta de Jesús, después, cinco días después desapareciendo, dejando al Señor solo. Cuando Jesús estaba en el pretorio con Pilato, y este preguntó a la gente allí congregara «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?», gritaron por condenar a Jesús.

Un detalle a tener también en cuenta es el hecho del borriquillo. Jesús eligió un pollino para entrar en la gran Jerusalén; esto contrasta con la manera de llegar los reyes y césares en sus ciudades —tras retornar de un largo viaje o una nueva conquista— con caballos de batalla hermosamente enjaezados. Que cada cual haga la reflexión personal de lo que esto significa.

Sobre este acontecimiento de la entrada en Jerusalén, esto nos cuenta el evangelio de san Lucas 19, 28-40

En aquel tiempo, Jesús echó a andar delante, subiendo hacia Jerusalén. Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la aldea de enfrente; al entrar, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: «¿Por qué lo desatáis?», contestadle: «El Señor lo necesita».

Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: «¿Por qué desatáis el borrico?» Ellos contestaron: «El Señor lo necesita.» Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le ayudaron a montar.

Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos. Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto, diciendo: «¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto.»

 

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