Día de los Pobres, 17 de noviembre

Reflexión a la luz de esta su jornada dedicada a los pobres; a los que Dios tiene en tanta consideración.

En la Tierra hay suficiente para todos, y sin embargo, hay mucha gente que pasa hambre, a veces hasta morir.  Nadie puede desentenderse de esto: de alguna manera nos afecta a todos. 

Cual malditos, los pobres de este mundo son tan pobres pobres (doblemente pobres, o albarda sobre albarda), que se hallan privados de aquello que les corresponde por vivir y para vivir en esta tierra, sino que también, se les quiere privas hasta de la esperanza de la otra vida, la del cielo.

Es de los protestantes calvinistas la ideologización que se hace de la riqueza, constituyéndola en un dogma: a quien Dios ama y le corresponden, les favorece premiándoles con riqueza. De modo que al que le va bien en esta vida, le va a ir bien en la otra. Son geniales estos ricos. La tarjeta de crédito conseguida aquí en la tierra, les servirá como tique de entrada a las puertas de cielo.

La avaricia de los ricos es de una dimensión inaudita: no solo condena a los pobres a pasarlo mal aquí, como desgraciados muertos de hambre, sino que también en la otra vida, pues tal como te vaya aquí les ira allí. ¡Pobre de los pobres!, ahora y por siempre.

Esto caló fuerte -o tal vez cabe decir más propiamente, compraron esta «mercancía»- en América del Norte, pues la gente se enriquecía -o aspirara a hacer, como gran objetivo de su vida- con el llamado «sueño americano». Pero lo que sorprende es como ha podido triunfar esta teoría -o ser adquirida esta «mercancía averiada»- en América del Sur. Esta era tierra católica, credo en el que el pobre está muy considerado, y sin embargo…

Decía -«con lo que estamos hasta cierto punto de acuerdo»- un filósofo francés: «detrás de cada gran fortuna hay un crimen«. Hay muchas riquezas productos del latrocinio, el pillaje, el robo, el fraude, el engaño, la corrupción, la usura, el tráfico de drogas, de armas, personas, trata de blancas, emigrantes, esclavos, explotados, etc., etc. Y -de no ser así y en cualquier caso- quien amontona tanto, habiendo tantísima gente muriéndose de hambre alrededor – aquí y allá y en todas las partes del mundo-, la indiferencia o la pasividad ignorándoles se convierte en un crimen que les condena.

La Palabra Sagrada es clara: «no se puede amar a dos señores: al dinero y a Dios…» (Cf. Mateo 6,24-34). Por consiguiente, quien ha amontonado mucha riqueza, más que ser un premio de Dios, es del diablo; en el sentido que al igual que decía san Pablo «la avaricia es el peor de los males», pues más que premiar con el cielo, condena.

Los pobres por lo mucho que han penado y sufrido aquí, tienen la recompensa del cielo «más que asegurada» (osaríamos decir), por pura misericordia de Nuestro Dios. En cambio, los ricos… (le remitimos a que lean la parábola del rico Epulón, Evangelio de san Lucas 16,19-31).

Esto ha dicho el papa Francisco, en esta jornada de los pobres:

«Los pobres están en el centro del Evangelio; el Evangelio no puede ser entendido sin los pobres. Los pobres tienen la misma personalidad que Jesús, que siendo rico se despojó de todo, se hizo pobre. (…) Pidamos la gracia de ver a Jesús en los pobres, de servir a Jesús en los pobres.»

Y concluimos con: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.» (Lc 6,20).

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