Denuncia el horror de la medicina y la ciencia sin ética, y la hipocresía del poder relativista. Los débiles y enfermos suelen ser héroes en sus novelas y el mal es presentado en su fealdad, sin glamour alguno.
Dean Koontz sabe mucho de terror. Durante cuarenta años ha escrito más 70 novelas de esta temática, sus libros se han traducido a 38 idiomas y vende unos 17 millones de ejemplares al año. Más de 15 de sus títulos han sido trasladados a la pantalla.
«Los malvados de Koontz son personajes obsesionados consigo mismo, solipsistas, avariciosos y resentidos con la gente que lleva vidas buenas y decentes. Nos enseña a reconocer el mal», dice Smith.
Contra los médicos locos
La sabiduría de los débiles ¿Y cuáles son los monstruos de estas novelas que causan terror? Son fruto de la frialdad, la falta de amor, el interés o malos tratos de los mayores… o de la genética y la ciencia sin ética. Médicos que aceleran la muerte de pacientes para obtener sus órganos, o su sangre, o experimentar con ellos. Terrible como las revistas bioéticas que uno puede leer cada día.
Una infancia dura A menudo ha explicado como su infancia fue de lo más disfuncional. Su padre era un sociópata, borracho y violento. Cuando Dean se casó, se alegró de poner 3.000 kilómetros de distancia, pero años después, muerta su madre, alojaron al padre enfermo en su casa durante 14 años. En dos brotes piscóticos intentó asesinarle. En una ocasión, cuando el ya anciano le amenazaba con un cuchillo, sólo le frenó la llegada de dos policías pistola en mano.
La alegría de la fe católica Su descubrimiento de la fe católica llegó a través de su esposa Gerda, de familia italoamericana. «Me asombraba lo bien que se trataba toda esa gente, su familia italiana, un mundo distinto al que estaba yo acostumbrado. Lo empecé a relacionar con el catolicismo», explicaba en 2007 en el National Catholic Register. Fue en sus años universitarios cuando decidió hacerse católico. Era un lector compulsivo y leyó mucho sobre la fe y la cultura católica. «Notaba en el catolicismo lo mismo que Chesterton, una exuberancia, un gozo de vivir. Pienso que mi conversión fue un crecimiento natural. Incluso en los peores momentos de mi infancia yo era irreprimiblemente optimista, siempre encontraba cosas que me llenasen de asombro, maravilla y deleite. La fe católica me explicó por qué siempre me sentí lleno de esperanza», afirma el novelista. Sólo lamenta que con el Vaticano II se perdió el latín y otras «costumbres muy antiguas», pero afirma que «ahora eso está empezando a cambiar y a mejorar».
No ocultar la maldad «Como cristiano, creo que es mi tarea escribir libros sobre el mal, porque este reino es de Satán, y él es el príncipe del mundo; está aquí, y está entre nosotros», afirma el artista. «Mis villanos son patéticos, nunca glorifico a un villano. No puedo escribir algo como Hannibal, porque ahí hay algo que hace que el villano sea el personaje más glamuroso de la historia. Yo no encuentro glamuroso al mal. No lo verás así en mis libros«. Pero tampoco tiene sentido ocultar la maldad. «En nuestra vida cotidiana, el mal nos tienta. No hablar de ello, no pensar en ello, me parece que no es un punto de vista cristiano de verdad. Evitar reconocer el mal es profundamente pecaminoso. Nuestra vida tiene un propósito, un sentido, que es enfrentarse al mal, no sucumbir a él».
A Dios por la belleza
Las sugerencias de la física Cada pequeño acto en la vida adquiere una tremenda significación que reverbera en la vida de los demás de forma impensable. Un amigo lo leyó y le dijo: «Todo este libro está explorando el concepto del cuerpo místico de Cristo». «Le respondí que así era, pero que casi nadie se había dado cuenta».
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