En el evangelio según san Lucas 18,1-8 de la liturgia de la palabra de la misa de hoy, 18 de noviembre, el Señor Jesús nos habla de la oración, de su necesidad y de hacerlo con constancia (de la que hemos escrito el artículo: «Es necesario orar siempre, sin desfallecer«), ahora nos fijamos el la ultima frase (Lc 18,8) del Evangelio del día, que dice como reza el título del artículo.
Al final de los tiempos, cuando se de la Parusia, la segunda venida de Cristo, dice Jesús se interroga haciendo referencia ese momento; es una duda que, má bien, afirma. Y si nos fimajos bien, dice «esta fe»; es decir, no hace referencia en general a la fe, sino a un tipo de fe, esta. Esta es a la que de la que está hablando, que es una fe de los mártires, una fe potente, probada, aujtentica, grande, cualificada.
De esta fe, es la que Jesús, viendo las circunstacias de ese mundo previo a cuando el Hijo del hombre venga, es de la que duda que exista. Existirá otra, que será superficial y hasta generica, nada comprometeroda, no será ferviente, sino fria… y en camino de extinción, probablemente. Lo cual supone mucho. «Al aumentar la maldad se enfriará el amor de muchos» (Mt 24,12).
Sin duda, la apostasía es un signo profético previo a la venida del Señor o Parusía, y hasta su llegada se extenderá de manera irrefrenable. Apostasía que está sucediendo en los momentos presentes; hoy como nunca se está dando un abandono masivo de la fe, un enfriamiento de la caridad cristiana.
Hay que mantener al fe, la fe grande, pues su enfriamiento va a traer graves consecuencias para la humanidad. E incluso, se nos da a entender que si no se acortara el tiempo de la Parusia, se extinguiría el cristianismo sobre la tierra, del que entonces quedaría aún un resto.
Para permanecer en la fe los que vivimos en estos tiempos de apostasia en Occidente, debemos ser constantes en la oración, la oración mantiene la fe. Como dice el papa Francisco[1]:
Rezar con perseverancia, sin cansarse. La lámpara de la fe estará siempre encendida sobre la tierra mientras esté el aceite de la oración.
Sin la fe, todo se derrumba; y sin la oración, la fe se apaga. Fe y oración, juntas. No hay otro camino.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,1-8):
En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
…oo0oo…
Palabras del papa Francisco
(Ángelus, 16 octubre 2022)
El Evangelio de la Liturgia de hoy se concluye con una pregunta que preocupa a Jesús: «cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc 18,8). Sería como decir: cuando llegue al final de la historia -pero, podemos pensar, también ahora, en este momento de la vida– ¿encontraré un poco de fe en vosotros, en vuestro mundo? Es una pregunta seria. Imaginemos que el Señor llega hoy a la tierra: vería, lamentablemente, muchas guerras, mucha pobreza, muchas desigualdades, y al mismo tiempo grandes conquistas de la técnica, medios modernos y gente que va siempre deprisa, sin detenerse nunca; ¿pero encontraría quien le dedique tiempo y afecto, quien lo ponga en el primer lugar? Y sobre todo preguntémonos: ¿qué encontraría en mí, si el Señor hoy viniera, qué encontraría en mí, en mi vida, en mi corazón? ¿Qué prioridades de mi vida vería?
Nosotros, a menudo, nos concentramos sobre muchas cosas urgentes, pero no necesarias, nos ocupamos y nos preocupamos de muchas realidades secundarias; y quizá, sin darnos cuenta, descuidamos lo que más cuenta y dejamos que nuestro amor por Dios se vaya enfriando, se enfríe poco a poco. Hoy Jesús nos ofrece el remedio para calentar una fe tibia. ¿Y cuál es el remedio? La oración. La oración es la medicina de la fe, el reconstituyente del alma. Pero es necesario que sea una oración constante. Si tenemos que seguir una cura para estar mejor, es importarte cumplirla bien, tomar los medicamentos en la forma correcta y a su debido tiempo, con constancia y regularidad. En todo en la vida hay necesidad de esto. Pensemos en una planta que tenemos en casa: tenemos que nutrirla con constancia cada día, ¡no podemos empaparla y después dejarla sin agua durante semanas! Con mayor razón para la oración: no se puede vivir solo de momentos fuertes o de encuentros intensos de vez en cuando para después “entrar en letargo”. Nuestra fe se secará. Necesita el agua cotidiana de la oración, necesita de un tiempo dedicado a Dios, de forma que Él pueda entrar en nuestro tiempo, en nuestra historia; de momentos constantes en los que abrimos el corazón, para que Él pueda derramar en nosotros cada día amor, paz, gloria, fuerza, esperanza; es decir nutrir nuestra fe.
Por esto Jesús hoy habla a sus discípulos– ¡a todos, no solo a algunos! – «era preciso orar siempre sin desfallecer» (v. 1). Pero alguno podría objetar: “¿Pero yo cómo hago? ¡No vivo en un convento, no tengo tiempo para rezar!” Nos puede ayudar, quizá, en esta dificultad, que es real, una sabia práctica espiritual, que hoy está un poco olvidada, que nuestros mayores conocen bien, especialmente las abuelas: la de las llamadas jaculatorias. El nombre está algo en desuso, pero la sustancia es buena. ¿De qué se trata? De oraciones muy breves, fáciles de memorizar, que podemos repetir a menudo durante el día, durante las diversas actividades, para estar “en sintonía” con el Señor. Hagamos algún ejemplo. Nada más levantarnos podemos decir: “Señor, te doy las gracias y te ofrezco este día”; esta es una pequeña oración; después, antes de una actividad, podemos repetir: “Ven, Espíritu Santo”; y entre una cosa y la otra rezar así: “Jesús, confío en ti, Jesús, te amo”. Pequeñas oraciones pero que nos mantienen en contacto con el Señor. ¡Cuántas veces mandamos “mensajes” a las personas a las que queremos! Hagámoslo también con el Señor, para que el corazón permanezca conectado a Él. Y no nos olvidemos de leer sus respuestas. El Señor responde, siempre. ¿Dónde las encontramos? En el Evangelio, que hay que tenerlo siempre a mano y abrir cada día algunas veces, para recibir una Palabra de vida dirigida a nosotros.
Y volvemos a ese consejo que os he dado tantas veces: llevad un pequeño Evangelio de bolsillo, en el bolsillo, en el bolso, y así cuando tengáis un minuto abrid y leed algo, y el Señor responderá.
La Virgen María, fiel en la escucha, nos enseñe el arte de rezar siempre, sin cansarnos.
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[1] Audiencia general, 14 de abril de 2021.