Cuando la inversión no es el lucro

Quien ama el oro no escapará sin pecado, y quien ama el lucro en él se extraviará (Eclo 31,5). 

Habéis acumulado riquezas en esto días que son los último. Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza (St 5,3-5).

  

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           El gerente y jefe de finanzas de la empresa se reunió con el propietario de la misma y le expuso:

           —Señor, he estado examinando las cuentas de resultados y los balances, y todo apunta de que de seguir así, con ese ritmo excesivo de gastos, el próximo ejercicio no tendremos beneficios.

           El empresario, grave, le dijo:

           —¿Y qué aconseja usted?

           —Hay dado que incrementar los ingresos no es posible…, no cabe otra alternativa que reducir costes.

           —¿Ha pensado usted en ello? ¿En el cómo?

           —Pues… sí. Por doloroso que parezca, señor,  no hay más remedio que reducir la plantilla. Hemos de despedir al personal que no nos sea estrictamente necesario.

           —Está bien —dijo serio—. Haga una lista…

           Y a los pocos días, tras un estudio pormenorizado, le representó una relación del todo el personal, con una doble lista, de los imprescindible y de los susceptibles de ser despedidos.

           El jefe, mirándola apesadumbrado, guardó un silencio prolongado y levantando la cabeza dijo resuelto:

           —Ya veo, ya veo… Los primeros que se queden, pues los necesitamos; los segundos que también se quedan, pues me necesitan a mi. 

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El cristiano no está aquí para pasarlo lo mejor posible (egoístamente y cifrado en un afán de tener), sino para crear fraternidad. Quien tenga dinero y no lo dedique a este fin, cristianamente hablando, lo dedica a un fin impropio, y no posibilita el Reino de Dios entre nosotros.

San Juan Pablo II afirmaba como eje central de su encíclica “Laborem exercens” que la persona tabajadora está por encima del trabajo, éste está en función de aquel. E igualmente afirma Keines cuando decía que la única finalidad de la economía es el hombre y no al revés.

«Una teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica es moralmente inaceptable. El apetito desordenado de dinero no deja de producir efectos perniciosos.  Es una de las causas de los numeroso conflictos que perturban el orden social”[1]

Toda práctica que reduce a las personas a no ser más que medios con vistas al lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y contribuye a difundir el ateísmo. «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24; Lc 16,13).[2]

El capitalismo ¾que es el auténtico nombre del liberalismo¾ al grito de ¡sálvese el que pueda! Se dedica a fomentar la guerra de la producción y el consumo, de la oferta y la demanda, de forma que viene a cumplirse la profecía de J. Smith, parte de la ciencia económica. En su libro Economía y principios morales, el autor afirma que el liberalismo lleva en sus entrañas el cáncer que lo destruye: el desmesurado afán de lucro.[3]

«Una sociedad cuyos principios son la adquisición, el lucro y la propiedad produce un carácter social orientado a tener, y después de que se establece la pauta dominante, nadie desea ser un extraño, o un paria; para evitar este riesgo, todo el mundo se adapta a la mayoría, que sólo tiene en común el antagonismo mutuo[4]

«Una sociedad que lucha por el dinero, el lugar de luchar por la verdad y la justicia, es una sociedad «mamónica»  -que equivale a «satánica», pero suena mejor-  en lugar de «cristiana». El asunto es lo suficientemente grave como para darle muchas vueltas allá en el fondo más verdadero de la conciencia de cada cual.«[5]

El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje «instintivo» la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según a fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad… Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza  se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro… La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración (Newman, mix. 5, sobre la santidad).[6]

Entre las opiniones y actitudes opuestas a la voluntad divina y al bien del prójimo y las «estructuras» que conllevan, dos parecen ser las más características: el afán de ganancia exclusiva, por una parte, y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad.[7]

 

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[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 1992, n.2424.

[2] Catecismo de la Iglesia Católica, 1992, n.2424

[3] BAÓN, A., “Punto de vista: 1984-2000″: Alfa y Omega 240 (2000), p.30.

[4] FROMM. E.: «¿Tener o ser?», Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1986, pp. 107-8

[5] Bernardino M. Hernando en DE ANDRES, R.: «Ejercicios para testigos», Paulinas, Madrid 1979, p.89.

[6] Catecismo de la Iglesia Católica, 1992, n.1723.

[7] Encíclica «Sollicitudo Rei SocialisS» n.37

 

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