Criterio del juicio final: «lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis»

Juicio-final,capilla Sixtina

El Evangelio de la liturgia de la misa de hoy 19 de febrero cuenta de manera nítida y sin paliativos cómo será el juicio después de pasar por esta vida terrenal, y la gravísima responsabilidad de nuestras acciones u omisiones.

Habla del juicio final después del fin de la historia humana, juicio sobre las naciones, que se llevará a cabo presidido por el Hijo del Hombre, que no es otro que el mismo Señor Jesucristo; Él será el Juez. Este juicio a la Humanidad, al final del mundo, tendrá también como criterio discriminador entre los buenos y los malos las obras de misericordia de actuación en favor de los necesitados, con los cuales se identifica Cristo. Este criterio no solo se aplicará a las naciones al final, también será el que se aplique de cada uno de nosotros en particular cuando llegue nuestro final en el tránsito por esta vida.  

Este criterio de amor misericordioso es irrevocable, tanto es así que para como si Dios quisiera que nadie lo banalizara y tratará de pasar sobre él sin darlo mayor importancia lo «sacralizó», poniéndose es Él como el destinatario de aquellas acciones u omisiones. Tantos unos —los justos que actuaron con amor— como otros —los inmisericordes— preguntarán «sorprendidos»: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. De modo que aquellos incluso que, sin ser totalmente conocedores de este misterio, actuaran con un corazón misericordioso serán considerados como justos.

La sentencia será de: benditos o malditos, de salvados o condenados.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,31-46):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones.
Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.
Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha:
“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a yerme”.
Entonces los justos le contestarán:
“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”.
Y el rey les dirá:
“En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Entonces dirá a los de su izquierda:
“Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”.
Entonces también estos contestarán:
“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”.
Él les replicará:
“En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”.
Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».

Esa repetición de la mención a las obras de la misericordia, cuando se escucha en la lectura del Evangelio de la misa, resulta por la misma persistencia de una sensación abrumadora de gran responsabilidad, que cala en el espíritu del que escucha como algo realmente serio y determinante.

Como dijera san Juan de la Cruz, «al final de nuestra vida seremos examinados en el amor». Y especialmente en un amor misericordioso, un amor hacia los pequeños y necesitados, y a más y a más, a los más pequeños.

 

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Palabras del papa Francisco

(Ángelus, 26 noviembre 2023)

Hoy no puedo asomarme a la ventana porque tengo este problema de inflamación en los pulmones y será Mons. Braida a leer la reflexión; ellas conoce muy bien porque es el que las hace ¡y siempre las hace tan bien! Muchas gracias por vuestra presencia.

Hoy, último domingo del año litúrgico y solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, el Evangelio nos habla del juicio final (cf. Mt 25,31-46) y nos dice que será sobre la caridad.

La escena que nos presenta es la de una sala real, en la que Jesús, «el Hijo del hombre» (v. 31), está sentado en un trono. Todos los pueblos están reunidos a sus pies y entre ellos están «los bienaventurados» (v. 34), los amigos del Rey. Pero, ¿quiénes son? ¿Qué tienen de especial estos amigos a los ojos de su Señor? Según los criterios del mundo, los amigos del rey deberían ser aquellos que le han dado riqueza y poder, que le han ayudado a conquistar territorios, a ganar batallas, a engrandecerse entre otros gobernantes, tal vez a aparecer como estrella en las primeras páginas de los periódicos o en las redes sociales, y a ellos les debería decir: «Gracias, porque me han hecho rico y famoso, envidiado y temido». Esto según los criterios del mundo.

En cambio, según los criterios de Jesús, sus amigos son otros: son aquellos que le han servido en las personas más débiles. Porque el Hijo del hombre es un Rey completamente distinto, que llama «hermanos» a los pobres, que se identifica con los hambrientos, los sedientos, los forasteros, los enfermos, los encarcelados, y dice: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (v. 40). Es un Rey sensible al problema del hambre, de la necesidad de un hogar, de la enfermedad y del aprisionamiento (cf. vv. 35-36): todas realidades desgraciadamente siempre muy actuales. Personas que padecen hambre, personas sin hogar, a menudo vestidas como pueden, abarrotan nuestras calles: nos encontramos con ellas todos los días. E incluso en cuanto a la enfermedad y la cárcel, todos sabemos lo que significa estar enfermo, cometer errores y pagar las consecuencias.

Y bien, el Evangelio de hoy nos dice que uno es «bienaventurado» si responde a estas pobrezas con amor, con servicio: no apartándose, sino dando de comer y de beber, vistiendo, acogiendo, visitando, en una palabra, estando cerca de los necesitados. Y esto porque Jesús, nuestro Rey que se llama a sí mismo Hijo del Hombre, tiene sus hermanas y hermanos predilectos en las mujeres y hombres más frágiles. Su ‘sala real’ está instalada donde hay quienes sufren y necesitan ayuda. Esta es la «corte» de nuestro Rey. Y el estilo con el que sus amigos, los que tienen a Jesús por Señor, están llamados a distinguirse es su propio estilo: compasión, misericordia, ternura. Estas ennoblecen el corazón y descienden como aceite sobre las heridas de cuantos están heridos por la vida.

Entonces, hermanos y hermanas, preguntémonos: ¿creemos que la verdadera realeza consiste en la misericordia? ¿Creemos en el poder del amor? ¿Creemos que la caridad es la manifestación más noble del hombre y una exigencia indispensable para el cristiano? Y, por último, una pregunta particular: ¿soy yo amigo del Rey, es decir, me siento personalmente implicado en las necesidades de las personas que sufren y que encuentro en mi camino?

María, Reina del Cielo y de la Tierra, nos ayude a amar a Jesús, nuestro Rey, en sus hermanos más pequeños.

 

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