
El Evangelio de la liturgia de la misa de hoy 27 de febrero cuenta de manera nítida y sin paliativos cómo será el juicio después de pasar por esta vida terrenal, y la gravísima responsabilidad de nuestras acciones u omisiones.
Habla del juicio final después del fin de la historia humana, juicio sobre las naciones, que se llevará a cabo presidido por el Hijo del Hombre, que no es otro que el mismo Señor Jesucristo; Él será el Juez. Este juicio a la Humanidad, al final del mundo, tendrá también como criterio discriminador entre los buenos y los malos las obras de misericordia de actuación en favor de los necesitados, con los cuales se identifica Cristo. Este criterio no solo se aplicará a las naciones al final, también será el que se aplique de cada uno de nosotros en particular cuando llegue nuestro final en el tránsito por esta vida.
Este criterio de amor misericordioso es irrevocable, tanto es así que para como si Dios quisiera que nadie lo banalizara y tratará de pasar sobre él sin darlo mayor importancia lo «sacralizó», poniéndose es Él como el destinatario de aquellas acciones u omisiones. Tantos unos —los justos que actuaron con amor— como otros —los inmisericordes— preguntarán «sorprendidos»: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. De modo que aquellos incluso que, sin ser totalmente conocedores de este misterio, actuaran con un corazón misericordioso serán considerados como justos.
La sentencia será de: benditos o malditos, de salvados o condenados.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,31-46):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones.
Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.
Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha:
“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a yerme”.
Entonces los justos le contestarán:
“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”.
Y el rey les dirá:
“En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Entonces dirá a los de su izquierda:
“Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”.
Entonces también estos contestarán:
“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”.
Él les replicará:
“En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”.
Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».
Como dijera san Juan de la Cruz, «al final de nuestra vida seremos examinados en el amor». Y especialmente en un amor misericordioso, un amor hacia los pequeños y necesitados, y a más y a más, a los más pequeños.
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