Contemplación del Sagrado Corazón

La lectura (Juan 19,31-37)  del Evangelio de la misa del día de hoy, solemnidad del Sagrado Corazón, dice:

En aquel tiempo, los judíos, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.

El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»

 

Los dos crucificados que acompañaron a Jesús fueron, como ocurría normalmente, atados a  la cruz; de modo que podrían estar allí colgados mucho tiempos, días, hasta que por agotamiento morían asfixiados. Dado que se la proximidad del día sagrado del sábado, se le había de provocar la muerte; para ello con un mazo se les rompían las piernas, y así, al no poder auparte para tomar aire, se asfixiaban. En el caso de Jesús, dado el martirio al que fue sometido, llegó a la cruz muy mermado de fuerzas –e incluso, como se sabe por la sábana santa, tenía un hombro dislocado, es decir, que se le salido el brazo, y esto produjo una elongación de las venas, que acabaron por rompérseles, y la hemorragia interna precipitó la muerte-; de manera que cuando quisieron los soldados romperle las piernas, constataron que ya no era necesario. Y así se cumplió la profecía: “No le quebrarán un hueso”. Pero sí –tal vez por capricho- le lancearon, uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.” Y así se cumplió otra profecía: “Mirarán al que atravesaron.” Esta lanzada alcanzó el corazón amantísimo de Jesús, y por la herida del costado se donó su sacratísima sangre junto con agua, agua de purificación y sangre de salvación, por la vida del mundo.

 

Es comúnmente sabido que la devoción al Sagrado Corazón tuvo su inicio a raíz de la revelación de Jesús a santa Margarita María de Alacoque, que se le apareció en una visión en 1675, en la pidió que la fiesta del Sagrado Corazón sea celebrada cada año el viernes siguiente a Corpus Christi,; para que posteriormente en 1873 la devoción al Sagrado Corazón fue formalmente aprobada por el Papa Pío IX. Ya con anterioridad se menciona sus orígenes en el siglo XI, cuando los cristianos piadosos meditaban sobre sus cinco llagas. En el siglo XIII, a santa Gertrudis el Señor le permitió una vez descansar su cabeza sobre su corazón. Esto es algo relevante, para lo que deseamos apuntar: el origen de la devoción contemplativa del Sagrado Corazón tuvo lugar en un momento cumbre de la fe cristiana, en la Ultima Cena: allí como posteriormente ocurriera a santa Gertrudis, el Señor Jesús, permitió a san Juan que reclinara sobre tu pecho divino la cabeza.

Jn 13, 23-25: Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.  Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?». 

San Juan es le contemplativo del Corazón de Jesús por antonomasia. Reúne el requisito de ser un corazón inocente, es el más joven de los apóstoles; es al que el Padre, en el Bautismo del Hijo, le relevo la identidad de Jesús, como el Mesías prometido, al que esperaban, entre ellos Juan. En la contemplación del Corazón de Jesús como en la Última cena, el Señor mostraba a Juan el inefable sentir del Corazón Divino. Tal era la intimad de amistad de Jesús -que también nos ofrece a todos- que el mismo san Pedro, en aquel entonces, no se atrevía -en un gesto carente de la confianza de san Juan- a pedir a Jesús que dijera el nombre de quién se trataba que le iba a traicionar

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