El Evangelio de hoy, según san Juan, está cargado de contenido muy apropiado para hoy día: Jesús eleva una oración de intercesión al Padre, en un momento que él va a retornar al cielo, pendiendo que cuide a sus discípulos, que el Padre dispuso cuando le envió a él la tierra, al mundo, y a los que ahora él a su vez envía al mundo; por los que pide que les cuide: en la unidad y de la maldad del mundo.
Lectura del santo evangelio según san Juan (17,11b-19):
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad.»
Al inicio del evangelio de mañana (Jn 17,20-26) se dice: «Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: `Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos´»; es decir, que no solo lo dicho era para los apóstoles, sino también para todos nosotros, en todo tiempo. Como toda la palabra de Dios, pero ahora enfáticamente expresado, y como continuidad de la misión de Jesús encomendada a sus discípulos. Lo cual nos hace tomar conciencia de que esto es algo importante a tener en cuenta.
Hay una relación de vocablos, como la unidad, la alegría, la palabra, la verdad, en referencia a Dios, en contraste con lo que referente al mundo, en el que existe una atmósfera de mal, de odio.
Jesús, su palabra, la misma que la del Padre, son despreciadas, odiada, por el mundo, por el espíritu del tiempo, por la mundanidad, por esa atmósfera de mal, que contamina el mundo, que yace en tinieblas, y que rechaza fóbicamente lo que no tiene que ver con el mismo; la mundanidad es refractaria a la palabra de Jesús, entonces, como ahora.
Jesús pide que consagre -haga sagrados- en la verdad de su palabra a los sus discípulos y a los discípulos de sus discípulos…. Su palabra es la verdad, y el camino y la vida; su palabra lo es todo, la unidad en la santidad. Y esto parece ser el distintivo del cristiano: en canto más seamos de Dios, santos, más seremos odiado por su oponente, el mundo en el que operan las fuerzas del mal. Pero Cristo, para los tentados de abandonar… y apartarse de la dificultades de lo que supone el escenario actual de la realidad adversa y persecutorio de cristianismo, pidió al Padre: «No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal«.