Cómo orientarse en el bosque de la filosofía

Las disciplinas de la filosofía y las artes liberales, ilustración en el manuscrito de la obra enciclopédica ‘Hortus deliciarum’ escrita por la abadesa Herrada de Landsberg y concluida en el año 1180.

Hace algunos años, visitando Madrid, decidí coger un taxi para desplazarme a una calle alejada del centro, con el propósito de visitar una conocida librería. Mientras nos íbamos aproximando a esta calle, el taxista me contó que él había trabajado de taxista en Valladolid. Después decidió trasladarse a Madrid, buscando una mayor ganancia. En los primeros meses -me contó con mucha gravedad- no conseguía orientarse en el laberinto de calles, lleno de tensión y llegando incluso a la angustia. Poco a poco fue descubriendo que la mejor manera de orientarse en Madrid es reconocer sus grandes líneas o vías principales. Una vez identificadas las grandes vías, era mucho más fácil localizar las otras.

Este sencillo ejemplo nos puede servir para aplicar el mismo mecanismo a la historia de la filosofía. Al igual que el taxista, el estudioso de la historia de la filosofía debe reconocer primero las grandes vías, es decir, los grandes temas de la filosofía. Después resultará mucho más fácil orientarse en el laberinto de doctrinas y sistemas que se han ido elaborando a lo largo de la historia. Este conjunto de doctrinas filosóficas ofrece en un primer momento el aspecto de una maraña abigarrada de teorías sumamente diversas y, en muchos casos, opuestas entre sí. Este tradicional desacuerdo de los filósofos, dicho sea de paso, fue esgrimido por algunos Padres de la Iglesia para demostrar la inestabilidad e inconsistencia de la filosofía.

Para nuestra sorpresa, podemos comprobar que los grandes temas son siempre los mismos: hombre, mundo y Dios. A estos grandes temas podemos añadir naturalmente las diversas relaciones entre ellos. Es decir, la relación del hombre con el mundo (teoría del conocimiento) y con Dios (teología natural); la relación de Dios con el hombre (teodicea) y el mundo (providencia); etc. Dentro de estos temas nucleares, como es comprensible, se establecen diversas posiciones por parte de los diversos filósofos. Pero todo el desarrollo de la filosofía occidental se puede comprender, a mi entender, en torno a estos tres grandes temas.

A partir del siglo XVIII, como resultado de ciertas corrientes de pensamiento, comienza a producirse una alteración en estos tres temas. Es así que el tema de Dios comienza a desfigurarse o incluso a borrarse del horizonte de la filosofía. Los autores ilustrados consideran que la filosofía no necesita de Dios para ser ella misma. Por tanto, ni la teología natural ni la metafísica deben formar parte de un discurso filosófico ilustrado. Este planteamiento dieciochesco será retomado y consolidado a lo largo del siglo XIX.

En el siglo XX se pone en marcha una nueva modificación. Comienza a diluirse o difuminarse el tema del hombre. Esto se va haciendo por medio de dos caminos: la negación de su esencia o naturaleza y la insistencia en la continuidad con el animal. El hombre viene a resultar así un animal que no tiene en el fondo más distintivos que la inteligencia (concebida como un órgano más de su cuerpo) y la capacidad de modificar o destruir el medio ambiente.

Siguiendo este proceso de desmontaje de la tradición de pensamiento solo queda el mundo. Pero este mundo terminará también por ser reducido a cenizas. Porque el mundo sin el hombre y sin Dios no es tal mundo, sino un engendro ideologizado. En definitiva, un constructo teórico sin apoyo en la realidad. Algunos filósofos se complacen en imaginar un universo donde el hombre no ocupa ningún lugar decisivo. Concebido así, el mundo carece de un animal interpretante, como es el ser humanoSin ningún espectador que lo contemple, el mundo deja de ser tal mundo. La Tierra sería un gran pedrusco que se desplaza por el universo sin ningún rumbo ni sentido, donde accidentalmente hay algo así como animales humanos, que hablan, ríen o callan.

Pero en este largo proceso de desintegración de la tradición hay algo que permanece siempre intacto: las grandes preguntas del ser humano acerca de su destino en el mundo y el sentido de la trascendencia. Algunas corrientes de pensamiento, como el positivismo lógico, han tratado también de transformar estas preguntas en simples sueños o errores de la razón, al modo kantiano. Es decir, las han considerado como absurdas (siguiendo sus propios planteamientos lógicos) y en consecuencia en modo alguno dignas de atención. La consecuencia de todo esto es que, al intentar borrar las grandes vías de la filosofía occidental, han hecho ininteligible el conjunto de la historia de la filosofía. Es como si quisieran borrar del taxista las grandes vías de Madrid. De este modo el taxista solo tendrá como posibilidad recurrir a un plano de las calles o trasladarse a otra ciudad.

Ángel  Vicente  Valiente es doctor en Filosofía . Entre sus obras figuran ‘Supraesencial. El encuentro de la filosofía neoplatónica y el cristianismo en el Corpus Dyonisiacum‘  y la edición de ‘Sobre los nombres divinos’ del Pseudo-Dionisio Areopagita.

Por Ángel Vicente Valiente

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