Como la vid y los sarmientos, permanecer en el Señor, para amar en verdad y con obras

En Liturgia del día de hoy, 28 de abril, es el Evangelio según san Juan 15,1-8 y primera carta del mismo autor, 1 Jn 3, 18-24, tratan de la necesidad que tenemos de estar unidos a Jesucristo, para recibir la vida de gracia, como los sarmientos reciben la sabia de la vid, y dar frutos de amor. 

Permanecer es un término penetrante y amplio: pertenencia: estar en un lugar del que tiene origen, al que pertenece y esta referenciado, vinculado, unido, y consistencia: le proporciona fundamento al ser, cimenta, le da resistencia, hace irrompible, da estabilidad; es la consistencia que la fe, la confianza, seguridad, de saberse en quién se apoya, sostiene y vive. 

Permanecer en Cristo es estar unido a Él de esta forma tan firme e íntima de pertenecerle y consistir en Él.

Al ser bautizados nos vinculamos a Cristo, le pertenecemos, somos cristianos, y hemos de estar y vivir según está vivificabildad que nos proporciona la vitalidad del Señor de la Vida. Esta íntima amistad con Cristo, que nos hace hijos en el Hijo, nos otorga la sobrenaturalidad de gracia santificante de estar unidos a la Vid vivificante de los sarmientos. La savia que suministra la Vid a los sarmientos permanecemos a Jesucristo es la vida que tiene su fuente en la Santísima Trinidad,

En el evangelio de la misa de hoy se da una constante -repetitiva insistencia de Jesús-: la de la permanencia o unión intima con El. Todo depende de esto, el fruto que podamos dar depende de ello, e incluso, el Padre cuidará (podará) el sarmiento, a cada uno de nosotros, para que de más fruto. Es tan importante esta unión que llega a decir con rotundidad: sin mí no podéis hacer nada.

Después Jesús añade algo más: si mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Que podíamos decir: si guardáis mis palabras, hacéis mi voluntad, que es sustancialmente de estar unidos a Él, y los frutos, porque de lo contrario no hay tal unión. Y acaba con la promesa del pedid y se realizará, en el sentido de los frutos, de recibir la gracia santificador, esto es infalible, y el que se realice lo demás pedido, en cuanto se ajuste a lo anterior y según el propósito y el tiempo de Dios Padre.

Y finaliza con la gloria que Dios Padre redice por todo ello, por la unión de los cristianos con su Hijo, Cristo, que da fruto, mucho fruto. Esta es la gloria de Dios: el que sus hijos den el fruto de la plenitud.

Lectura del santo Evangelio según san Juan 15, 1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.

Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.

Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.

Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

 

Aún se completa y entiende mucho mejor este importante Evangelio, con segunda lectura del día, 1 Jn 3, 18-24:

Hijos míos: No amemos solamente de palabra, amemos de verdad y con las obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y delante de Dios tranquilizaremos nuestra conciencia de cualquier cosa que ella nos reprochare, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y todo lo conoce. Si nuestra conciencia no nos remuerde, entonces, hermanos míos, nuestra confianza en Dios es total.
Puesto que cumplimos los mandamientos de Dios y hacemos lo que le agrada, ciertamente obtendremos de él todo lo que le pidamos. Ahora bien, éste es su mandamiento: que creamos en la persona de Jesucristo, su Hijo, y nos amemos los unos a los otros, conforme al precepto que nos dio.
Quien cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. En esto conocemos, por el Espíritu que él nos ha dado, que él permanece en nosotros.

 

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PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO:

(Regina Caeli, 2 mayo 2021)

En el Evangelio de este quinto domingo de Pascua (Jn 15,1-8), el Señor se presenta como la vid verdadera y habla de nosotros como los sarmientos que no pueden vivir sin permanecer unidos a Él. Y dice así: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos» (v. 5). No hay vid sin sarmientos, y viceversa. Los sarmientos no son autosuficientes, sino que dependen totalmente de la vid, que es la fuente de su existencia.

Jesús insiste en el verbo permanecer”. Lo repite siete veces en el pasaje del Evangelio de hoy. Antes de dejar este mundo e ir al Padre, Jesús quiere asegurar a sus discípulos que pueden seguir unidos a él. Dice: «Permanezcan en mí y yo en ustedes» (v. 4). Este permanecer no es una permanencia pasiva, un “adormecerse” en el Señor, dejándose mecer por la vida. No, no. No es esto. El “permanecer en Él”, el permanecer en Jesús que nos propone es una permanencia activa, y también recíproco. ¿Por qué? Porque sin la vid los sarmientos no pueden hacer nada, necesitan la savia para crecer y dar fruto; pero también la vid necesita los sarmientos, porque los frutos no brotan del tronco del árbol. Es una necesidad recíproca, es una permanencia recíproca para dar fruto. Nosotros permanecemos en Jesús y Jesús permanece en nosotros.

En primer lugar, lo necesitamos a Él. El Señor quiere decirnos que antes de la observancia de sus mandamientos, antes de las bienaventuranzas, antes de las obras de misericordia, es necesario estar unidos a Él, permanecer en Él. No podemos ser buenos cristianos si no permanecemos en Jesús. Y, en cambio, con Él lo podemos todo (cf. Flp 4,13). Con él lo podemos todo.

Pero también Jesús, como la vid con los sarmientos, nos necesita. Tal vez nos parezca audaz decir esto, por lo que debemos preguntarnos: ¿en qué sentido Jesús necesita de nosotros? Él necesita de nuestro testimonio. El fruto que, como sarmientos, debemos dar es el testimonio de nuestra vida cristiana. Después de que Jesús subió al Padre, es tarea de los discípulos, es tarea nuestra, seguir anunciando el Evangelio con la palabra y con obras. Y los discípulos —nosotros, discípulos de Jesús— lo hacen dando testimonio de su amor: el fruto que hay que dar es el amor. Unidos a Cristo, recibimos los dones del Espíritu Santo, y así podemos hacer el bien al prójimo, hacer el bien a la sociedad, a la Iglesia. Por sus frutos se reconoce el árbol. Una vida verdaderamente cristiana da testimonio de Cristo.

¿Y cómo podemos lograrlo? Jesús nos dice: «Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá» (v. 7). También esto es audaz: la seguridad de que aquello que nosotros pidamos se nos concederá. La fecundidad de nuestra vida depende de la oración. Podemos pedir que pensemos como Él, actuar como Él, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús. Y así, amar a nuestros hermanos y hermanas, empezando por los más pobres y sufrientes, como Él lo hizo, y amarlos con Su corazón y dar en el mundo frutos de bondad, frutos de caridad, frutos de paz.  

Encomendémonos a la intercesión de la Virgen María. Ella permaneció siempre unida a Jesús y dio mucho fruto. Que Ella nos ayude a permanecer en Cristo, en su amor, en su palabra, para dar testimonio del Señor resucitado en el mundo.

 

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