Aparición camino de Emaús

El Evangelio (que puede leer abajo) de hoy, 3 de abril, trata sobre la aparición del Señor resucitado a dos discípulos de retornaban a su pueblo, Emaús, a 13 Km[1]. de Jerusalén; donde habían paso el domingo en medio del dubitativo alborozo entre todos los próximos a Jesús por la noticia -aún por consolidarse- de que, al no encontrarse en el sepulcro su cuerpo y tras aparecerse a varias de la mujeres, había resucitado.

En el trayecto, Jesús se hizo el encontradizo, poniéndose a su paso a andar en la misma dirección, y entablando conversación. Jesús enseguida les notó con un halo de pena y hasta decepción; aunque las mujeres habían dicho haber visto a los ángeles y al Señor comunicando la resurrección, quizá por lo poco que se valoraba la palabra de mujeres por aquel entonces, no las creyeron. Jesús se interesó por la conversación que les bullía. Ellos le contaron con lo ocurrido en Jerusalén: la pasión, muerte y los rumores de la supuesta aparición del profeta Jesús de Nazaret. Algo de lo que todo el mundo hablaba en la ciudad.

Entonces Jesucristo tomó la palabra, y de ser tomando por alguien que no se había enterado de lo que había sucedido, comenzó a explicarles el sentido de ese al que ellos tenían por un profeta y que a la luz de las Escrituras se trataba del Mesías…

Al llegar a Emaús, ellos, hospitalariamente, invitaron a Jesús a pasarla noche allí, pues él hizo ademán de continuar el camino y ya anochecía.

Se pusieron a cenar, entonces Jesús «tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo fue dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.»

Y claro, ante tal aparición del Resucitado, salieron a toda prisa a recorrer nuevamente los 13 km. camino de Jerusalén a contar a todos la verdad de la Resurrección. 

Algunas reflexiones:

  • Estos discípulos se volvían decepcionados a su mundo anterior, sin considerar creíble el testimonio de las mujeres, tal vez si hubiera sido hombres… Hoy día existe también esa consideración respecto a la ciencia a la hora de considerar lo que es verdad o no; parangonando, lo «científicamente» aprobado entonces era la palabra de los hombres, la opinión femenina no se sujetaba a la «cánones» de lo que había considerarse como cierto.
  • Jesús sale al encuentro, ayer y hoy, de cada ser humano, se hace el encontradizo y nos acompaña en el camino de nuestra vida. Si le permitimos que nos hable, su palabra nos encandilará el corazón, como a los discípulos que sentían ardor cuando les explicaba las Escrituras.
  • Jesús no invade, no se autoinvita, hace como que va de paso… Se queda con ellos y con nosotros, si se le invita, si le abrimos en corazón. Entonces Él entrará en nuestras vidas.
  • El reconocimiento de Jesucristo por los discípulos se produce en el momento en que sentados a la mesa Jesús bendice y reparte el pan… En instante de la Eucaristía que nos hace entrar en comunión con Él. Ahí se descubre con los ojos de la fe lo que hasta antes era invisible a los ojos de la carne. Coincidiendo con otras apariciones, por el aspecto físico de Jesús resucitado no era reconocible, tan solo ocurre cuando interviene la fe.
  • De inmediato, sin esperar al día de mañana, salen camino de Jerusalén a anunciar la Buena Nueva: la gran verdad: ¡Jesús existe! Así como nosotros que conocemos a Cristo tenemos que comunicar a los hombres la Palabra de Dios.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

AQUEL mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana la sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria».
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adónde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

 

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PALABRAS PAPA FRANCISCO

(Regina Caeli. 23-4-2023)

El Evangelio narra el encuentro de Jesús resucitado con los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35). Se trata de dos discípulos que, resignados ante la muerte del Maestro, el día de Pascua deciden abandonar Jerusalén y volver a casa. Quizá estaban un poco inquietos porque habían escuchado a las mujeres que venían del sepulcro y decían que lo habían encontrado vacío… Mientras caminan tristes hablando de lo sucedido, Jesús se les acerca, pero ellos no lo reconocen. Él les pregunta por qué están tan tristes, y ellos exclaman: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!» (v. 18). Y Jesús pregunta de nuevo: «¿Qué ha ocurrido?» (v. 19). Ellos le cuentan toda la historia, Jesús les hace contar lo sucedido. Luego, mientras caminan, les ayuda a releer los hechos de modo diverso, a la luz de las profecías, de la Palabra de Dios, de todo lo que había sido anunciado al pueblo de Israel. Releer: esto es lo que Jesús hace con ellos, ayudarles a releer. Detengámonos en este aspecto.

En efecto, también para nosotros es importante releer nuestra historia junto a Jesús: la historia de nuestra vida, de un cierto periodo, de nuestras jornadas, con las desilusiones y las esperanzas. También nosotros, como aquellos discípulos, podemos encontrarnos perdidos en medio de los acontecimientos, solos y sin certezas, con muchas preguntas y preocupaciones, con desilusiones, muchas cosas. El Evangelio de hoy nos invita a contarle todo a Jesús con sinceridad, sin temer molestarlo -Él nos escucha-, sin tener miedo de decir algo equivocado, sin avergonzarnos de lo que nos cuesta comprender. El Señor está contento cuando nos abrimos a Él; solo de este modo puede tomarnos de la mano, acompañarnos y hacer que vuela a arder nuestro corazón (cfr. v. 32). También nosotros, como los discípulos de Emaús, estamos llamados a dialogar con Jesús, para que, al atardecer, Él se quede con nosotros (cfr. v. 29).

Existe un buen modo para hacer esto, y hoy quisiera proponéroslo: consiste en dedicar un tiempo, cada noche, a un breve examen de conciencia. ¿Qué ha pasado hoy dentro de mí? Esta es la pregunta. Se trata de releer la jornada con Jesús: abrirle el corazón, llevarle las personas, las decisiones, los miedos, las caídas, las esperanzas,  todas las cosas que han sucedido; para aprender gradualmente a mirar las cosas con ojos diversos, con sus ojos y no solo con los nuestros. Así podremos revivir la experiencia de aquellos dos discípulos. Ante el amor de Cristo, incluso lo que nos parece fatigoso e inútil  puede aparecer bajo otra luz: una cruz difícil de abrazar, la elección de perdonar una ofensa, una victoria no alcanzada, el cansancio del trabajo, la sinceridad que cuesta, las pruebas de la vida familiar… nos aparecerán bajo una luz nueva, la luz del Crucificado Resucitado, que sabe transformar cada caída en un paso adelante. Pero para hacer esto es importante quitar las defensas: dejar tiempo y espacio a Jesús, no esconderle nada, llevarle las miserias, dejarse herir por su verdad, permitir que el corazón vibre con el aliento de su Palabra.

Podemos comenzar hoy dedicando esta noche un momento de oración durante el que preguntarnos: ¿Cómo ha sido mi jornada? ¿Cuáles han sido las alegrías, las tristezas, las cosas aburridas, cómo ha ido, qué ha pasado? ¿Cuáles han sido las perlas de la jornada, quizá escondidas, por las que dar gracias? ¿Ha habido un poco de amor en lo que he hecho? ¿Y cuáles son las caídas, las tristezas, las dudas y los miedos que he de llevar a Jesús para que me abra vías nuevas, me conforte y me anime?

Que María, Virgen sapiente, nos ayude a reconocer a Jesús que camina con nosotros y a releer -la palabra: re-leer– ante Él cada día de nuestra vida.

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[1] 70 estadios (185 m. el estadio) = 12.950 m.

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