Exponemos una selección de textos de las visiones de la Ana C. Emmerick referidas al Antiguo Testamento. El subrayado y el resaltado son nuestros.
I
Creación y caída de los ángeles
Al principio estos coros de espíritus se movían como impulsados por la fuerza del amor que provenía del sol más elevado.
De pronto he visto una parte de todos estos coros permanecer inmóviles, mirándose a sí mismos, contemplando su propia belleza. Concibieron contento propio; miraron toda belleza en sí mismos; se contemplaron a sí mismos; estaban en sí mismos.
Al principio estaban todos en más altas esferas, moviéndose como fuera de sí mismos. Ahora, una parte de ellos, permanecía quieta, mirándose a sí misma. En el mismo momento he visto a toda esta parte de los espíritus luminosos precipitarse y oscurecerse, y a los demás coros de ángeles arremeter contra ellos y llenar sus claros. Los círculos quedaron entonces más reducidos.
No he visto, sin embargo, que estos espíritus buenos saliesen del círculo del cuadro general para perseguirlos. Aquéllos (los rebeldes) que quedaron silenciosos, abismados en sí mismos, se precipitaron; y los que no se habían detenido en sí mismos llenaron los vacíos de los caídos. Todo esto sucedió en un breve momento.
Cuando estos espíritus cayeron he visto aparecer debajo un globo de tinieblas
cual si fuese el lugar de su nueva morada, y supe que habían caído allí en forma involuntaria e impaciente. El espacio que ahora los encerraba, allí abajo, era mucho más pequeño del que habían tenido arriba, de modo que me pareció que estaban estrechados y angustiados, y no libres como antes.
Desde que siendo niña hube visto esta caída, estaba yo temerosa día y nochede su acción maléfica y siempre pensé que debían ellos dañar mucho a la tierra. Están siempre en torno de ella, bien que ellos no tienen cuerpo. Ellos oscurecerían hasta la luz del sol, y los veríamos siempre como sombras vagando delante de la luz. Esto sería insoportable para nosotros.
II
Creación de la Tierra
Era decisión y decreto de Dios, por causa de la caída de los ángeles, que debía haber lucha y guerra mientras no se llenasen los coros de los ángeles caídos. Este tiempo se me representó en el espíritu como muy largo y como imposible. Esta lucha debía producirse en la tierra, y no en los cielos, donde no debía haber más lucha, ya que la Divinidad lo había afirmado en su estabilidad.
Inmediatamente luego de la súplica de los ángeles fieles y después del movimiento
en la Divinidad, apareció un mundo, un globo oscuro al lado del globo de las tinieblas que se había formado debajo del sol luminoso de la Divinidad; este globo estaba a la derecha y no lejos del globo anterior.
Entonces fijé mi atención sobre el globo oscuro que estaba a la derecha de la esfera tenebrosa, y he visto un movimiento dentro de él, como si creciese por momentos.
Vi una parte del mundo iluminada por él, y tan brillante y agradable, que pensé: “Esto es el Paraíso”.
Yo pensaba: “¡Cómo está todo tan bello y ordenado, y no hay aquí hombre alguno!… Aún no hay pecado; por eso no hay aquí nada manchado ni corrupto. Todo es aquí santo y saludable; nada ha sido remendado o compuesto; todo es limpio, puro e incontaminado”.
El Paraíso terrenal existe aún; pero le es del todo imposible al hombre el llegar hasta él. Lo he visto allá arriba en todo su esplendor, separado de la tierra oblicuamente, como lo está la esfera oscura de los ángeles caídos respecto del cielo1.
VI
Consecuencias del pecado de Adán y Eva
El hombre ha sido creado para llenar los coros de los ángeles caídos.
Se me ha asegurado que el fin del mundo no vendrá sino cuando el número de los ángeles caídos se haya completado con elegidos y se haya recogido en los graneros del Señor todo el trigo separado de la cizaña.
Con la caída de los ángeles vinieron muchos malos espíritus sobre la tierra y en el aire. He visto como muchas cosas están como embebidas y posesionadas de su influencia maléfica.
VII
La promesa de la Redención
Después de la caída del hombre mostró Dios a los ángeles la forma en que deseaba reparar la humanidad caída.
Al oírlo he visto una alegría indescriptible en todos los coros angélicos.
Vi los nueve coros de los ángeles en torno de esta torre y sobre estos ángeles, en los cielos, la imagen de la Inmaculada Virgen. Era María, no en el tiempo: era María, en Dios y en la eternidad. Era algo que venía de Dios. La Virgen entró en la torre, que se abrió y se fundió el todo en uno. En ese momento vi salir algo de la Santísima Trinidad y entrar en la torre. Entre los ángeles he visto como un ostensorio en el cual todos trabajaban. Parecía también una torre con algunas figuras misteriosas; entre ellas vi dos figuras que se daban la mano mutuamente. Este Ostensorio crecía y se volvía más esplendoroso y magnífico. He visto salir de Dios algo entre los coros de los ángeles y penetrar en el Ostensorio, algo sagrado, que se hacía más perceptible a medida que se acercaba al Ostensorio. Me pareció que era el germen de la bendición divina para una descendencia pura que Dios había dado a Adán y que le quitó al punto que estaba por escuchar la voz de Eva y consentir en gustar de la fruta prohibida. Este germen de bendición fue dado después a Abraham y quitado a Jacob cuando luchaba con el ángel. Más tarde pasó, por medio de Moisés, al interior del Arca de la Alianza y, finalmente, se le dio a Joaquín, padre de María, para que pudiera ella ser concebida tan pura e inmaculada como fue sacada Eva del costado de Adán sumergido en el sueño por Dios.
El Ostensorio entró también en la torre primera. Vi preparar por los ángeles un cáliz de la misma forma que el cáliz de la última Cena, el cual también fue a entrar en la torre. En la parte exterior derecha de la torre se veía, como sobre una nubecilla, una espiga de trigo y una vid entrelazados como dos manos que se enlazan. De esta unión nacía como un árbol genealógico, sobre cuyas ramitas había pequeñas figuras de hombres y mujeres que se daban las manos. El último brote terminaba en una cuna con el Niño.
He visto, pues, en cuadros el misterio de la Redención como promesa hasta cumplirse los tiempos, como también los efectos de una acción contraria diabólica. Finalmente vi sobre la colinita o peña luminosa un grande y espléndido Templo, que era la Una, Santa y Católica Iglesia, que lleva en sí, viviente, la salud de todo el universo.
Por último vi en un cuadro sobre la tierra, cómo Dios anunciaba a Adán la redención, donde aparecía una Virgen que le había de traer la perdida salud y salvación.
Vi a Noé y su sacrificio, durante el cual recibió la bendición de Dios. Luego tuve visiones de Abraham, de su bendición y de la promesa de Isaac. Vi como esta bendición de la primogenitura pasaba de un primogénito a otro, siempre como sacramental. Vi que Moisés recibió el misterio (el germen de la pura descendencia quitado a Adán) en la noche de la salida de Egipto y que sólo Aarón tenía conocimiento de la existencia de tal misterio y sacramento.
Vi este misterio guardado en el Arca de la Alianza, y que sólo el Sumo Sacerdote y algunos santos, por revelación de Dios, tenían conocimiento de la existencia de este misterio. Así vi el curso de este misterio: pasaba del árbol genealógico de Jesús hasta Joaquín y Ana, que fueron los consortes más puros y santos de todas las edades, de quienes debía nacer María, inmaculada Virgen. Desde ese momento, era María misma el arca que contenía el misterio en su realización.
IX
La familia de Adán
Era el lugar donde estuvo después el Huerto de los Olivos donde he visto a Adán y a Eva llegar y detenerse. La configuración del terreno era entonces distinta; pero se me ha mostrado que era el mismo sitio. Los he visto vivir y hacer penitencia en el lugar donde Jesús sudó sangre. Ellos trabajaron esta tierra. Los he visto rodeados de hijos y en grande tristeza clamar a Dios que les diese hijas. Tenían la promesa de que la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente.
Eva le daba hijos a Adán, en determinados tiempos; pero siempre había unos años de penitencia entre estos períodos. Así nació Set, el niño de la promesa, después de siete años de penitencia; nació precisamente en la gruta de lo que fue Belén más tarde. Un ángel le dijo a Eva que se le daba a Set por el inocente Abel. Set estuvo bastante tiempo oculto en esa gruta y en otra gruta cercana, llamada gruta de la lactancia de Abraham, porque sushermanos le perseguían de muerte, como los hermanos envidiaban y persiguieron a José.
Sobre el monte Calvario tuve una vez la visión de cómo un profeta, el compañero
de Elías, se metió en unas cuevas que entonces había debajo de ese monte, amuralladas, que servían de sepulcros. Allí tomó un sarcófago de piedra que contenía huesos de la calavera de Adán. Aparecióle entonces un ángel, que le dijo: “Esta es la calavera de Adán”. Y le prohibió sacar esos huesos de allí. Había aún sobre esa calavera cabellos delgados y rubios en partes. He sabido que por la narración de este profeta se dio a ese lugar el nombre de la Calavera. Justamente sobre el lugar de esa calavera vino a dar la cruz de Jesucristo con sus sagrados pies. He sabido en visión que ese lugar es el punto medio del mundo.
X
Caín y Abel
Abel fue muerto en el valle de Josafat, hacia el monte Calvario. Ocurrieron más tarde muchas muertes y desgracias en este lugar. Caín mató a Abel con una especie de clava o masa, con la cual deshacía terrenos y piedras, mientras plantaba y cultivaba la tierra.
XI
Aspecto de los hombres en general – Los gigantes
Algunos patriarcas
Uno de los descendientes de Caín fue Tubalcaín; de éste proceden varias industrias y también de él proceden los gigantes. He visto muchas veces que en la caída de los ángeles, cierto número de ellos tuvo un momento de arrepentimiento6, o de duda, y que no cayeron tan profundamente como los demás.
Estos ángeles recibieron morada en una montaña solitaria, alta e inaccesible, que en el diluvio universal quedó deshecha y se convirtió en un mar de aguas, creo el Mar Muerto. Estos ángeles tenían facultad de obrar sobre los hombres, en cuanto éstos se apartaban de Dios. Después del diluvio desaparecieron de ese lugar y fueron dispersados por el ámbito de los aires. Recién en el juicio final serán arrojados al infierno. He visto a los descendientes de Caín volverse cada vez más impíos y sensuales. Se dirigieron siempre más a esos lugares, y los ángeles caídos se posesionaron de muchas de esas malas mujeres y las dirigían, enseñándoles toda suerte de industrias y seducciones.
Los hijos de estas mezclas eran de grande estatura; estaban llenos de toda clase de mañas y artificios y se hicieron instrumentos de los espíritus y ángeles caídos. De este modo se formó en esa montaña y a su alrededor una raza de gente que por la fuerza y la seducción trató de pervertir a los descendientes del justo Set. Fue entonces cuando Dios anunció a Noé el diluvio, y el patriarca tuvo mucho que sufrir por causa de este pueblo impío y perverso.
He visto muchas cosas de este pueblo de gigantes. Con suma facilidad llevaban
enormes piedras a las altas montañas; se volvían más atrevidos, y hacían obras enteramente maravillosas. Los he visto subir derecho por los troncos de los árboles y por las paredes de los edificios, tal como hacen hoy los poseídos por el demonio. Lo podían todo, aún las cosas que parecían más extraordinarias; pero lo más eran fantasmagorías y artificios que hacían por arte diabólica. Por esto he concebido gran aversión a todos los juegos de magia, de prestigio y de adivinación. Hacían toda clase de figuras y trabajos de metal y de piedra. De la ciencia de Dios no tenían y rastro alguno y se hacían toda clase de ídolos para adorarlos.
Veían donde había otros pueblos y ciudades; iban allá, y los vencían, e introducían sus costumbres de libertinaje: en todas partes introducían esta falsa libertad. Los he visto ofrecer sacrificios de niños, a los cuales enterraban vivos. Dios hundió esta montaña con sus moradores profundamente en el diluvio universal.
Henoch, antepasado de Noé, predicaba contra este pueblo perverso. También ha escrito mucho; era un hombre sumamente bueno y muy agradecido a Dios. En muchos lugares de los campos alzaba altares de piedra, y donde el suelo producían frutos, ofrecía sacrificios a Dios, y agradecía los beneficios recibidos. Así conservó la religión en la familia de Noé. Fue trasladado al Paraíso terrenal y descansó junto a la portada de salida, y con el él otro más (Elías). De ese lugar del Paraíso ha de volver a la tierra antes del juicio final.
Los hijos de Cam y sus descendientes también tuvieron, después del diluvio, relaciones con espíritus malignos; y por eso hubo entre ellos tantos poseídos, tantos entregados a la magia, y poderosos según el mundo, e igualmente hombres grandes, audaces y desenfrenados. Semíramis provenía de la unión de estos influenciados por los espíritus malignos. Ella lo podía todo; sólo ignoraba el arte de salvarse eternamente. De estos gigantes salieron también hombres potentes, tenidos más tarde por dioses en los pueblos paganos. Las primeras mujeres que se dejaron poseer por estos demonios sabían lo que hacían; las demás no lo sabían, pero lo tenían ya metido en la carne y la sangre como otra culpa de origen.
XII
Noé y sus descendientes
Reinaba entonces un espantoso desorden sobre la tierra. Los hombres se habían entregado a todos los desórdenes, aun a los más innaturales. Cada uno robaba lo que podía. Invadían las heredades, casas y campos para destruirlos y talarlos, y robaban mujeres y vírgenes para satisfacer sus viciosas costumbres.
También los descendientes de Noé, a medida que aumentaban y se alejaban de él, se pervertían y causaban muchos disgustos depredando sus heredades y entregándose a los vicios. Los hombres de entonces no eran viciosos por ignorancia, o porque fueran salvajes, o poco civilizados; estaban provistos de todo lo necesario, vivían cómodamente y había bienestar general: eran malos por corrupción y por impiedad. Ejercían la más abyecta idolatría: cada uno se fabricaba un ídolo de lo que le parecía y le prestaba adoración.
Intentaban, con artes diabólicas, pervertir también a los hijos de Noé.
Mosoc, un hijo de Jafet y nieto de Noé, fue seducido y cayó víctima de la seducción. Mientras trabajaba en el campo, bebió del jugo de una planta y quedó embriagado. No era vino lo que tomaban, sino el jugo de una planta que llevaban consigo en pequeños recipientes, para beber en el trabajo. He visto que también mascaban las hojas y el fruto de esa planta. Mosoc fue así padre de un niño, al cual se le llamó Hom. Cuando nació el niño, pidió Mosoc a su hermano Tubal que se hiciera cargo del niño para ocultar su vergüenza, y Tubal accedió. El niño Hom fue colocado por su madre delante de la tienda de campaña de Tubal, poniéndole al lado un brote de la planta mucosa llamada Hom, con lo cual, según la costumbre, creía asegurarse los derechos a la herencia. Pero el tiempo del diluvio estaba próximo y terminaban así las insidias de estas mujeres. Tubal tomó para sí al niño y lo hizo criar en su casa sin delatar su origen. Así se explica que el niño llegó a entrar también en el arca de Noé.
XIV
Noé entra en el arca con los suyos
He visto a Noé ofreciendo sacrificios sobre el altar, cubierto de lienzos blancos y colorados. Tenía Noé en una caja redonda varios huesos de Adán, que posaba sobre el altar cuando rezaba y hacía sacrificios. He visto sobre su altar el cáliz que usó después Nuestro Señor en la última Cena; este cáliz le había sido traído a Noé, mientras fabricaba el arca, por tres seres de larga y blanca vestidura, como los tres hombres que aparecieron a Abraham para anunciarle el nacimiento de su hijo. Habían venido de una ciudad que después del diluvio se hundió, y hablaron con Noé expresándole que, ya que era hombre de fama, debía llevar dentro del arca ese cáliz, que encerraba un misterio grande, para que no se perdiera en el desastre del diluvio. En el cáliz había un grano de trigo grande como una semilla de mirasol y una ramita de vid. Noé metió ambas cosas en una manzana amarilla y los puso dentro del cáliz, que no tenía tapa. Debía crecer esa rama y brotar hacia fuera. Más tarde he visto este cáliz en poder de un descendiente de Sem, que vivió después de la dispersión de Babel en el país de Semíramis y que fue padre de los Samanes, los cuales fueron sacados por obra de Melquisedec del poder de Semíramis y trasladados a la tierra de Canán, y llevaron consigo este cáliz misterioso.
XV
Después del diluvio
He visto la maldición de Cam. Sem y Jafet recibieron de rodillas la bendición de Noé, de la misma manera que más tarde Abraham daba la bendición a Isaac. La maldición que Noé pronunció contra Cam, la he visto ir hacia él como una nube negra y oscurecerle la faz. Ya no era de tez blanca como antes. Su pecado fue como la profanación de una cosa sagrada, como la de un hombre que intentase entrar en el Arca de la Alianza. He visto surgir a Cam una descendencia muy perversa, que se fue pervirtiendo cada vez más, y oscureciéndose su cuerpo. Veo a los pueblos más atrasados y degradados ser los descendientes de Cam.
XVI
Tubal y los descendientes de Noé
Cuando finalmente los hijos de Noé se multiplicaron y empezaron a desunirse, quiso Tubal alejarse aún más, para no tener que comunicarse con los hijos de Cam, que habían concebido ya la idea de la construcción de la torre de Babel. Tubal y sus hijos no concurrieron a la edificación de la torre cuando más tarde se les llamó para ello, como también los hijos de Sem se negaron a cooperar.
XVII
Hom y sus aberraciones
Cuando Tubal con sus descendientes se despidió de Noé, vi también al hijo de Mosoc, conservado en el arca, que emigró con ellos. Hom estaba ya bastante crecido. Más tarde lo he visto muy diferente de los demás: grande, parecía un gigante, muy serio y muy singular en su modo de ser. Vestía un largo manto y parecía ser considerado como sacerdote. Se apartaba generalmente de los demás y muchas noches las pasaba solitario en las rocas y en las cavernas de las montañas. Sobre la cumbre de las montañas observaba los astros y ejercía la magia, y por arte diabólico tenía visiones, que él luego ordenaba, escribía y enseñaba, enturbiando así las puras enseñanzas que habían recibido de Noé. La mala inclinación que había heredado de su madre se había mezclado en él con la pura enseñanza heredada de Henoc y de Noé, que habían sido hasta entonces las creencias de los hijos de Tubal.
Hom introdujo falsas interpretaciones y torcidas explicaciones por medio de sus visiones diabólicas y de sus alucinaciones, a la verdad pura tradicional. Hom escudriñaba y estudiaba el curso de los astros y por arte del diablo veía visiones en figura de verdades, que luego tomaba por tales, por su semejanza.
De este modo llevaba a la idolatría y fue el origen de las aberraciones del paganismo. Tubal era un hombre bueno. Las andanzas de Hom y sus enseñanzas le disgustaban mucho y se dolía especialmente que uno de sus hijos, el padre de Dsemschid, fuera partidario de Hom. Yo oía lamentarse a Tubal diciendo: “Mis hijos no son unidos. Ojalá hubiese permanecido junto a Noé”.
Hom recibió de sus partidarios una especie de culto, cual si hubiese sido un dios. Entre otros errores enseñó que Dios está en el fuego.
Hom no se había casado y no llegó a larga vejez. Contaba muchas historias sobre su propia muerte, en las cuales creía él como más tarde Derketo y sus partidarios.
Lo he visto morir de un modo espantoso. De él nada quedó en el mundo, ya que el diablo se lo llevó consigo. Por esto creyeron sus partidarios que, a semejanza del justo Henoc, había sido arrebatado a un lugar sagrado. El padre de Dsemschid fue instruido por éste y le dejó su espíritu para que continuara su obra y ocupara su lugar como jefe de esta falsa religión.
XIX
Ocasión en que vio la vidente la historia de Hom y Dsemschid
Jesús les dijo en esta ocasión que mirasen a Melquisedec y al pueblo de Abraham, puesto que al dispersarse los pueblos había Dios enviado las mejores familias a Melquisedec para que las guiara y las mantuviera unidas, y les preparase morada y tierras para habitar y se mantuvieran puras.
XX
La torre de Babel
La construcción de la torre de Babel fue la obra de la soberbia y del orgullo.
Los descendientes de Sem no tomaron parte en esta construcción. Solamente los descendientes de Cam y de Jafet se ocuparon de esta edificación, y llamaban a los Semitas un pueblo de menguados y de tontos, porque se negaban a unirse con ellos. Los Semitas no eran tampoco tan numerosos como los de Cam y Jafet. Entre los Semitas formaban una raza más preservada los descendientes de Heber y luego de Abraham.
Sobre Heber, que no tomó parte en la construcción de Babel, puso sus ojos Dios para separarlo a él y a su descendencia de la común corrupción del mundo y hacerse de esta raza un pueblo más santo.
La torre debía servir también para el culto idolátrico de sus dioses.
Entre los maestros y dirigentes de la obra he visto aparecer a Melquisedec, que les pidió cuenta del modo que procedían y les anunció el castigo de Dios, si no cambiaban de conducta.
XXI
Nemrod
Uno de los principales jefes de la edificación de la torre fue Nemrod, que más tarde fue tenido por dios, bajo el nombre de Belo. Fue el antepasado de Derketo y de Semíramis, que recibieron veneración como diosas.
Este mismo Nemrod edificó la ciudad de Babilonia con las piedras de la torre de Babel y Semíramis terminó en sus tiempos esta obra. Nemrod puso también los fundamentos de la ciudad de Nínive introduciendo la costumbre de poner bases de material a las habitaciones y tiendas de campaña. Fue un renombrado cazador y un tirano en su gobierno.
Nemrod forzaba a otros hombres a someterse a su tiranía. Ejercía culto de idolatría, estaba lleno de crueldad, practicaba la magia y tuvo mucha descendencia. Llegó a la avanzada edad de doscientos setenta años. Tenía una tez amarillenta, desde joven llevó una vida salvaje, era un instrumento del demonio y muy dado a las observaciones de la astrología. De las mismas figuras y representaciones que él veía en los astros y en las estrellas con las cuales predecía cosas sobre pueblos y razas, hacía luego imágenes de ídolos, que pasaban más tarde a ser adorados como dioses. De este modo recibieron los egipcios la Esfinge y los diversos ídolos de varios brazos y cabezas, que son invenciones de Nemrod. Por setenta años estuvo Nemrod empeñado y preocupado con estas visiones diabólicas, formando luego con ellas el culto de los ídolos y los sacrificios, e instituyendo la casta de los sacerdotes para este culto idolátrico. Por medio de su ciencia diabólica y por la violencia que ejercía, había logrado sujetar a las demás tribus y llevarlas al proyecto de la construcción de la torre de Babel.
Cuando se declaró la confusión de las lenguas, muchas tribus se separaron de su dominio y las más depravadas de ellas se dirigieron, al mando de Mesraim, a las tierras de Egipto. Nemrod edificó entonces a Babilonia, sujetó a su tiranía a las demás tribus de los alrededores y fundó el reino babilónico.
Entre sus numerosos hijos se enumera a Nino y a Derketo, que después fue tenida por una diosa.
XXII
Derketo
Desde Derketo a Semíramis he visto que pasaron tres generaciones, sucediéndose una hija de la otra. He visto a Derketo como una mujer grande y fuerte, vestida de pieles, con muchos adornos colgantes de cueros y una especie de cola de animal. Tenía sobre la cabeza una gorra de plumas de pájaros e iba acompañada en sus correrías por otras muchas mujeres y hombres. Habían venido desde Babilonia. Derketo estaba siempre en visiones diabólicas; profetizaba esto o aquello, fundaba pueblos, ofrecía sacrificios y hacía continuas correrías por las comarcas cercanas y aún las más alejadas.
A Semíramis, la he visto en una alta montaña, rodeada de riquezas y tesoros del mundo, como si el diablo se las mostrase para dárselas, y luego he visto como completaba la corrupción de su raza en la ciudad de Babilonia. En los primeros tiempos estos estados de posesión diabólica eran, en muchos, en general tranquilos, sin ruido; más tarde se hicieron mucho más manifiestos y violentos. Estas personas se convirtieron de este modo en jefes y conductores y fueron tenidas por dioses. Introdujeron toda clase de prácticas de culto, según sus falsas visiones.
Muchas cosas que se cuentan de estas personas son deformaciones de sus estados extáticos, magnéticos y diabólicos, y según hablaban, adivinaban y enseñaban como verdades las alucinaciones que sufrían por arte del demonio.
También los judíos ejercitaban en Egipto muchas de estas artes ocultas. Moisés las desarraigó y fue el verdadero vidente de Dios. Entre los rabinos quedó parte de esta enseñanza secreta, que fue privilegio de sus sabios. Esto degeneró con el tiempo, entre el pueblo ignorante, en prácticas bajas que acabaron en brujerías y en diversas supersticiones.
XXIII
Carácter de las visiones diabólicas
Las artes diabólicas de magia y de visiones tomaron gran incremento en Egipto.
Algunos pueblos no estaban tan sumidos en la corrupción, sino que algo más cercanos a la verdad. Tales eran las familias de Abraham, las tribus de las cuales descendían los Reyes Magos, como asimismo los que observaban los astros en la Caldea y los secuaces de Zoroastro en la Persia.
Cuando Jesús vino a la tierra, y ésta se vio bañada con su sangre preciosa, disminuyó muchísimo la fuerza diabólica y sus manifestaciones se volvieron más débiles.
Moisés fue desde su niñez un vidente; pero lo fue según Dios, y se guiaba por las cosas que veía, porque venían de parte de Dios.
Derketo, su hija y su nieta Semíramis llegaron a edad muy avanzada según aquellos tiempos. Eran una semejanza perfecta de aquellos seres más diabólicos que desaparecieron de su alta montaña en el diluvio universal. Es muy conmovedor ver como los antiguos hombres justos y los patriarcas se mantuvieron en la verdad, en medio de toda esta corrupción de costumbres; Dios los ayudaba con verdaderas revelaciones, aunque tuvieron mucho que sufrir y que luchar. Así llegó, por caminos difíciles y escondidos, la salud a los hombres, en el transcurso de los siglos, a pesar de que a aquellos servidores del demonio todo les salía según sus deseos y depravadas inclinaciones. Yo estaba muy triste cuando veía la enorme extensión del culto de los falsos dioses y diosas, y la gran veneración que había ganado en el mundo, y veía, por otra parte, la pequeña porción de los devotos de María, entonces figurada en aquella nube del profeta Elías.
Pero la misericordia de Dios es infinita. Yo he visto que en el diluvio universal muchos hombres se convirtieron en los momentos de espanto y de terror, al verse perdidos, y que pasaron en el Purgatorio. Muchos de ellos fueron sacados por Jesús en su descenso a las zonas inferiores.
XXV
Fundación de ciudades en Egipto
Volviendo desde una excursión al África, Semíramis pasó por Egipto, reino fundado por Mesraim, nieto de Cam, el cual a su arribo a esas tierras había encontrado ya algunas tribus dispersas y corruptas. Egipto fue fundado y establecido como reino con varias tribus de gentes, y por eso tenía, ya a uno, ya a otro, de entre ellas, como jefe. Cuando llegó Semíramis a Egipto había cuatro ciudades.
Semíramis fue muy honrada en Egipto y aumentó, con proyectos y artes diabólicas, la idolatría que allí se ejercía. La he visto en Menfis, donde ofrecían sacrificios humanos, hacer planos y ocuparse en observar los astros y en obras de magia. No he visto, por este tiempo, al buen Apis; pero sí un ídolo con cabeza como el sol y terminando en cola. Ella dio allí el plano para la primera pirámide, que se edificó sobre la orilla oriental del Nilo, no lejos de Menfis.
En el interior de esta pirámide se ejercía la más abyecta idolatría; mejor dicho, era el sitio de la observación de los astros, de la magia y de las peores corrupciones. Se sacrificaban niños y ancianos. Astrólogos, hechiceros y magos de toda categoría tenían allí su asiento, su morada y sus diabólicas visiones e ilusiones. En el lugar de los baños había una instalación para purificar las aguas del Nilo.
Más tarde he visto a mujeres egipcias en grandes orgías, en estos baños, relacionadas con las mayores atrocidades del culto de los dioses.
He visto, por ejemplo, que los dioses Isis y Osiris no eran otra cosa que José (virrey del Egipto) y Asenté (su esposa), que los astrólogos de Egipto habían predicho a raíz de visiones diabólicas, y que ellos habían colocado entre sus dioses. Cuando llegaron, fueron venerados como dioses. He visto que Asenté se lamentaba y lloraba por ello, y hasta escribió en contra del culto que se le tributaba.
XXVI
Las cronologías del antiguo Egipto
Todas estas cuentas falsas me fueron mostradas en ocasión en que Jesús, en Aruma, hacía la instrucción del Sábado y hablaba a los fariseos de la vocación de Abraham y de su estancia en Egipto: les hizo ver la falsedad de los cálculos exagerados de los sacerdotes egipcios. Jesús les dijo a los fariseos que el mundo tenía entonces 4028 años de existencia. Cuando oí decir esto a Jesús estaba Él mismo en el trigésimo primero de su edad.
XXVII
Melquisedec
He visto muchas veces a Melquisedec; pero nunca como un hombre, sino como un ser de otra naturaleza, como mensajero y enviado de Dios.
Semíramis acometía grandes empresas guerreras, con numerosos soldados, casi siempre contra pueblos del Oriente. La vi poco en el Occidente. En el Norte no había entonces más que pueblos atrasados, sumidos en la oscuridad y la bajeza. Existía entonces, en los confines de Semíramis, un pueblo muy numeroso, de raza semita, que después de la torre de Babel se había establecido allí multiplicándose mucho. Vivían como los pastores, bajo tiendas; tenían mucho ganado y celebraban culto durante la noche en una tienda abierta bajo la bóveda del cielo estrellado.
Tenían la bendición de Dios. Todo prosperaba entre ellos y sus animales eran siempre los mejores y más preciados. A esta raza bendecida pensó la satánica Semíramis destruirla y ya había comenzado su obra en parte. Sabía la perversa mujer, por la bendición que había en esa raza, que Dios tenía algún designio especial con ese pueblo; y por esto, como ella era hechura del demonio, quiso destruirlo. Cuando la persecución se hizo intolerable, vi aparecer a Melquisedec. Se presentó ante Semíramis y le exigió que dejase partir de allí a ese pueblo. Le echó en cara su crueldad. Ella no pudo oponer resistencia a la exigencia de Melquisedec, que sacó a ese pueblo elegido y, en diversos grupos, lo trasladó a la tierra prometida. Durante su permanencia en Babilonia, he visto que Melquisedec habitaba en una tienda, y desde allí repartía pan a los necesitados del pueblo, para que pudieran viajar. Llegados a la tierra de Canán, les señaló lugares para edificar, y adquirieron tierras en propiedad. El mismo Melquisedec los distribuyó en lugares donde no se mezclasen con razas impuras e idólatras. El nombre de esta raza suena como Samanes o Semanes. A algunos de ellos les señaló lugares hacia lo que fue más tarde el Mar Muerto. La ciudad que edificaron pereció en la destrucción de Sodoma y Gomorra.
Semíramis había recibido a Melquisedec con una mezcla de reverencia, de secreto temor y de admiración por su sabiduría. Melquisedec apareció ante ella como Rey de la Estrella Matutina, es decir, rey del lejano Oriente. Ella se imaginaba quizás poder conquistarlo como esposo y aumentar su poderío.
Melquisedec le habló con mucha severidad y le afeó su crueldad y su tiranía, y le predijo la cercana ruina de la pirámide que había hecho edificar cerca de Menfis. Semíramis pareció muy atemorizada y permanecía delante de Melquisedec muy apocada.
XXVIII
Melquisedec y los Samanes
Melquisedec era considerado como un ser superior: un profeta, un sabio, un hombre de jerarquía a quien todas las cosas le salían bien. Hubo en aquellos tiempos y aún más tarde varios de estos seres de superior jerarquía. No eran extraños a aquellos pueblos, como no lo fueron los ángeles que conservaban familiarmente a Abraham. Pero he visto que también había apariciones de seres malignos que trataban de turbar las obras de los buenos; así como entre los buenos profetas, los había malos y engañadores.
La salida de los Samanes de la tierra de Babilonia tuvo parecido con la salida, más tarde, de los israelitas de Egipto. No eran estos Samanes tan numerosos como los israelitas. De los Samanes llevados a la tierra prometida, he visto tres hombres en las cercanías del monte Tabor, en el lugar llamado Montaña del Pan, viviendo en cuevas, mucho tiempo antes de Abraham. Estaban vestidos con pieles; eran de rostro más oscuro que Abraham. Llevaban una vida santa de solitarios, al modo de Henoc.
He visto a menudo a estos hombres en lucha abierta con los malos espíritus. Yo me maravillaba al principio cuando veía que los lugares donde colocaban piedras para levantar poblaciones, eran cubiertos por hierbas y plantas salvajes; y con todo he visto que las ciudades de Safet, Betsaida, Nazaret, etc.
Los he visto abrir caminos hacia donde habían puesto las piedras de futuras fundaciones y donde habían sembrado o abierto pozos. Los sitios de donde arrojaban a los espíritus malignos, luego los purificaban, los limpiaban y los desocupaban con toda naturalidad.
Estos varones fueron para Abraham lo que fue más tarde Juan para la venida de Jesús. Ellos preparaban y purificaban el país; hacían caminos, sembraban buenas semillas y frutos y encauzaban canales de agua para el que había de ser padre de las muchedumbres del pueblo de Dios. Juan, en cambio, preparaba los corazones a la penitencia y al renacimiento, por medio de Jesucristo. Ellos hacían para Israel lo que Juan hizo para la Iglesia.
Melquisedec tomó en posesión muchos lugares de la Tierra Santa señalándolos desde entonces.
Melquisedec pertenece a ese coro de ángeles que están puestos sobre países, comarcas y pueblos.
XXIX
El paciente Job
El padre de Job, gran conductor de pueblos, fue hermano de Faleg, hijo de Heber. Poco antes de su tiempo ocurrió la dispersión de la torre de Babel. Tuvo trece hijos, el más joven de los cuales fue Job y vivía en la parte Norte del Mar Negro, en una montaña donde de una parte es cálido y de la otra frío y nevado. Job es un antepasado de Abraham, cuya madre es bisnieta de Job, casada en la familia de Heber. Job puede haber alcanzado el tiempo del nacimiento de Abraham.
XXX
El patriarca Abraham
Abraham y sus descendientes eran de una raza de hombres de gran estatura. Llevaban vida pastoril y no eran, en realidad, de Ur, en Caldea, sino que habían emigrado hasta ese lugar. En aquellos tiempos la gente tenía un modo particular de apropiarse de las tierras, mezcla de justicia y de poder.
Vi que recibió de Dios en una visión la orden de salir de su país. Dios le mostró otro país; y Abraham, sin decir nada a nadie, dispuso a toda su gente a la mañana siguiente y partió. Después vi que tenía su tienda levantada en una región de la tierra prometida, que me pareció era donde estuvo más tarde Nazaret. Abraham levantó aquí un altar extenso de piedras, con techo. Mienstras estaba hincado delante del altar, llegó un resplandor sobre él y apareció un ángel, mensajero de Dios, que le entregó un don muy resplandeciente. El ángel habló con Abraham y éste recibió el sacramento o misterio de la bendición, el misterio santo del cielo.
Abrió su vestido y lo guardó en su pecho. Me fue dicho que ello era el Sacramento del Antiguo Testamento. Abraham no conocía aún su contenido; le era desconocido, como a nosotros nos está oculto el Sacramento de la Eucaristía.
Le fue dado, empero, como misterio y prenda de una descendencia prometida y santificada. El ángel que se le apareció era semejante al que se le apareció a la Virgen María anunciándole la concepción inmaculada del Mesías. Este ángel era manso, quieto en sus modales y no tan veloz ni acelerado como veo a otros ángeles cuando dan sus comunicados.
Pienso que Abraham llevaba siempre consigo este misterio sagrado. El ángel habló con Abraham de Melquisedec, que celebraría delante de él un sacrificio, que debía ser completado después de la venida del Mesías y durar eternamente. Abraham tomó luego cinco grandes huesos de una caja y los puso sobre su altar en forma de cruz. Encendió luz delante y ofreció un sacrificio.
El fuego brillaba como una estrella; en el medio era blanco y en las puntas, rojo.
XXXI
El sacrificio de pan y vino de Melquisedec
Melquisedec lo he visto varias veces con Abraham. Llegaba de la manera que otros ángeles solían visitar a Abraham. Una vez le ordenó un sacrificio triple de palomas y otras aves y le predijo lo que había de suceder a Sodoma y a Lot. Le anunció que volvería para ofrecer un sacrificio de pan y de vino. Le indicó también lo que debía pedir a Dios. Abraham se mostraba lleno de respeto delante de Melquisedec y ansioso de ver el sacrificio que se le había anunciado. Levantó un altar muy hermoso y lo rodeó de una techumbre de hojas.
Melquisedec puso sobre el altar un mantel colorado que había traído consigo y luego otro de blancura transparente. Las ceremonias me recordaron el rito de la Santa Misa. Lo he visto alzar en sus manos el pan y el vino, ofrecer, bendecir y repartir el pan. Le dio a Abraham el cáliz, que se usó más tarde en la última Cena, para beber de él; los otros bebieron en los vasitos, que fueron distribuidos por Abraham y por los principales del pueblo. Lo mismo se hizo con los panes. Cada uno recibía un bocado bastante grande, como se acostumbraba en los primeros tiempos de la Iglesia, durante la comunión. He visto que esos bocados resplandecían; estaban solo bendecidos, no consagrados. Los ángeles no pueden consagrar.
Todos estaban conmovidos y elevados hacia Dios. Melquisedec dio a Abraham pan y vino para gustar: este pan era más delicado y luminoso que los otros. Recibió en esta ocasión gran fortaleza y una tan robusta fe que no dudó más tarde en ofrecer a su propio hijo, el hijo de la esperanza, por mandato de Dios. Profetizó y dijo estas palabras: “Esto no es lo que Moisés dio a los Levitas en el Sinaí”. No puedo asegurar si Abraham mismo ofreció luego el sacrificio de pan y vino; pero puedo asegurar que el cáliz del cual él bebió es el mismo que usó Jesucristo más tarde cuando instituyó el Santísimo Sacramento del altar. Al tiempo que Melquisedec bendijo a Abraham, durante el sacrificio de pan y vino, lo consagró sacerdote. Pronunció sobre él estas palabras: “Y dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha. Tú eres sacerdote eterno, según el orden de Melquisedec. El Señor lo ha jurado y no se arrepentirá de ello”.
Creo que con el sacrificio de Melquisedec y la bendición de Abraham, terminó su misión sobre la tierra. Después de esto no he vuelto a verlo. Melquisedec dejó a Abraham el cáliz con los seis vasitos que usó en el sacrificio.
XXXII
Abraham recibe el misterio del Antiguo Testamento
Abraham estaba sentado, rezando delante de su tienda, bajo un frondoso árbol que miraba hacia el camino principal. Lo he visto a menudo sentado así para ofrecer hospitalidad a los viajeros. Estaba entonces mirando hacia el cielo. Tenía delante una visión de Dios, como en un rayo de luz solar y se le anunció la proximidad de los tres hombres sabios que habrían de visitarlo. Al punto ofreció un cordero sobre el altar, y lo vi de rodillas, como en éxtasis, pidiendo por la redención de los hombres. Este altar estaba a la derecha del gran árbol, en una tienda abierta por arriba. Más lejos, a la derecha, había otra tienda, donde Abraham guardaba los enseres del sacrificio y donde se entretenía con sus pastores cuando acudían a verlo. Del otro lado, algo más alejada de la calle principal, estaba la tienda de Sara y de sus mujeres, porque las mujeres solían vivir aparte. El sacrificio de Abraham estaba por terminar cuando aparecieron en el camino real los tres ángeles. Caminaban uno detrás de otro, con los vestidos recogidos, como viajeros. Abraham
les salió al encuentro; les habló, inclinándose delante de ellos, hacia Dios, y los llevó junto a la tienda del altar, donde dejaron caer sus vestidos, e indicaron a Abraham que se hincase. He visto lo que sucedió con Abraham, que estaba entonces como en éxtasis, y lo que hicieron los ángeles, en muy corto tiempo, como todo lo que sucede en ese estado. El primer ángel anunció a Abraham, que estaba de rodillas, que Dios quería hacer salir de su descendencia una virgen sin mancha de pecado, la cual, como virgen inmaculada, debía ser la madre del Redentor. Le dijo que él iba a recibir lo que Adán había perdido por el pecado. Diciendo esto, el ángel le dio un bocado luminoso y le hizo beber, de un recipiente pequeño, un líquido brillante. Después el ángel bendijo con su mano a Abraham de la cabeza hacia abajo; luego del hombro derecho hacia el pecho, y finalmente del izquierdo hacia el mismo sitio, donde se unieron las tres líneas de la bendición. Con ambas manos el ángel dio a Abraham algo luminoso, como una nubecilla: se la puso sobre el pecho. He visto que la nubecilla pasó a su interior, y tuve la certidumbre de que recibía el santo misterio.
El segundo ángel le dijo que él debía entregar este misterio, en la misma forma como lo había recibido, antes de su muerte, al primer hijo que tendría de Sara, y le anunció que Jacob, su nieto, sería padre de doce hijos, que serían los padres de las doce tribus. Añadió que este misterio de bendición le sería quitado a Jacob; y cuando Jacob se hubiese convertido en un pueblo numeroso debía pasar al Arca de la Alianza, como una bendición para todo el pueblo, que debía conservarse mediante la oración. Le mostró, también, cómo a causa de los pecados de los hombres, pasaría este misterio desde el arca a los profetas y, por último, a un hombre, que sería el padre de la Virgen inmaculada. Supe en esta ocasión que a .los paganos se les daría la promesa por medio de seis profetisas, y por el anuncio que harían las estrellas del nacimiento de la salud del mundo de una virgen incorrupta. Abraham tuvo en esta ocasión una visión: vio a esta virgen en lo alto del cielo y a su derecha cernirse un ángel que le tocaba la boca con un ramito. Del manto de la Virgen salía luego la Iglesia.
XLI
Sémola, Moisés y el cuerpo de José
Precisamente en la noche en la cual pasó el ángel exterminador matando a los primogénitos, salió Sémola cubierta, con Moisés, Aarón y otros tres israelitas y dirigióse adonde había dos colinas sepulcrales, separadas por un canal y unidas por un puente. El canal se echaba, entre Menfis y Gosen, en el río Nilo. La entrada al monumento sepulcral estaba debajo del puente, más profundo que la superficie de las aguas, y había que bajar por escalones que arrancaban desde el puente mismo. Sémola bajó sola con Moisés y escribiendo el nombre de Dios sobre un pergamino, lo echó a las aguas, que se dividieron, dejando patente la entrada del monumento. Golpearon sobre la piedra que hacía de puerta y se abrió hacia adentro. Entonces llamaron a los demás hombres. Moisés les sujetó las manos con su estola y les hizo jurar que guardarían el secreto. Después del juramento les soltó las manos y entraron todos en el monumento, donde encendieron luz. Se veían allí muchas otras salas y figuras de muertos. El cuerpo de José y los restos de Asenet yacían en un monumento egipcio, en forma de toro, hecho de metal, que resplandecía como oro apagado. Levantaron la tapa y Moisés tomó el misterio del hueco esqueleto de José, lo ocultó en un paño y se lo pasó a Sémola, que lo llevó, ocultándolo entre las ropas de su vestido. Los demás huesos fueron amontonados sobre una piedra, y acomodados en paños para ser llevados por los hombres. Ahora que tenían los restos de José y el misterio consigo podían los hijos de Israel salir de Egipto. Sémola lloraba de consuelo. El pueblo estaba lleno de alegría.
XLIII
El Arca de la Alianza
La misma noche en que Moisés rescató el misterio del cuerpo de José, se construyó la caja en forma de sarcófago, de oro, en la cual se guardó el misterio a la salida de Egipto. Debía ser tan grande que pudiera caber un hombre dentro; debía ser como una iglesia para ellos y un cuerpo. Fue en la misma noche que debían teñir con sangre las puertas. Al ver la rapidez con que trabajaban en esta caja, pensé en la santa cruz, que también fue apresuradamente hecha la noche antes que muriera Cristo en ella. El arca era de chapas de oro y tenía la figura de un sarcófago de momias egipcias. Era más ancha arriba que abajo; arriba tenía la figura de un rostro con rayos de luz y a los costados los espacios de los brazos y de las costillas. En medio del arca se puso una cajita de oro que contenía el sacramento o misterio que Sémola había sacado del sepulcro de José. En la parte inferior se pusieron vasos sagrados y las copas de los patriarcas, que Abraham había recibido de Melquisedec, y heredado con la bendición de la primogenitura. Tal era el contenido y la forma de la primera Arca de la Alianza, que estaba cubierta con un paño colorado y encima otro blanco. Recién en el monte Sinaí se construyó el arca de madera, forrada de oro por fuera, en la cual se encerró el sarcófago de oro con el sacramento o misterio. Este sarcófago no alcanzaba más que a la media altura del arca y no era tampoco tan largo como ella; había aún lugar para dos pequeños recipientes, en los cuales había reliquias de la familia de Jacob y de José, y donde más tarde entró la vara de Aarón. Cuando esta Arca de la Alianza se colocó en el templo de Sión, sufrió cambios en su interior: se sacó el sarcófago y se puso en su lugar una figura pequeña del mismo, hecho con una materia blanca.
Desde niña había visto muchas veces el arca y todo lo que ella contenía por dentro y por fuera, como las cosas que se iban añadiendo. Solían poner adentro todas las cosas sagradas que conseguían. Con todo, no era pesada, pues se podía llevar con facilidad. El arca era más larga que ancha; el alto era igual que el ancho. Tenía abajo una moldura sobresaliente como pie. La parte superior tenía un adorno de oro muy artístico de medio codo de largo; aparecían allí pintadas flores, volutas, caras, soles y estrellas. Todo estaba muy bien trabajado, y no sobresalía mucho sobre el borde superior del arca.
Debajo, al final de los costados, había dos anillos donde se ponían los palos de las andas. Las demás partes del arca estaban adornadas con toda clase de figuras de madera de color, maderas de Sitim y oro. En medio del arca había una puertecita pequeña, que no se notaba casi, para que el sumo Sacerdote pudiese sacar y volver a poner el sacramento o misterio cuando estaba solo, para bendecir o profetizar. Esta puerta se abría en dos hacia el interior y era de tal modo que podía el sacerdote meter su mano. La parte por donde corrían los palos de las andas estaban algo elevadas, para que dejaran descubierta la puerta. Cuando se abrían ambas hojas hacia adentro, se abría al mismo tiempo el dorado recipiente, rodeado de cortinas, como un libro, mostrando el sacramento o misterio que allí estaba. Sobre la cubierta del arca se levantaba el trono de la gracia. Era una plancha cubierta de oro que contenía huesos sagrados, grande como la misma tapa, sobresaliendo sólo un poco de ella. De cada lado estaba sujeta con cuatro clavos de madera de Sitim, que entraban en el arca, y de tal manera, que se podía, a través de ellos, ver el interior. Los clavos tenían cabezas como frutas; los cuatro tornillos exteriores sujetaban los cuatro lados del arca; los cuatro interiores se perdían adentro.
A cada lado del trono de la gracia estaba sujeto un querubín del tamaño de un niño. Ambos eran de oro. En medio de este trono de gracia había una abertura redonda, como una corona, y del centro subía una pértiga que terminaba en una flor de siete puntas. En esta pértiga descansaban la mano derecha de un querubín y la izquierda de otro, mientras tenían extendidas las otras dos manos. Las alas derecha del uno e izquierda del otro se unían elevadas y las dos alas restantes caían sobre el trono de gracia. Las manos extendidas de los querubines estaban en posición de advertir y avisar. Los querubines estaban sobre el trono de gracia apoyados con una rodilla; las otras, sobresalían del arca. Sus rostros y miradas estaban vueltos hacia fuera del santuario, como si temieran mirarlo. Llevaban un vestido solo, de medio cuerpo. En los largos caminos se solía sacarlos de sobre el arca y llevarlos aparte. He visto que arriba, donde terminaba la pértiga en siete puntas, quemaban los sacerdotes en el fuego una materia oscura, como un incienso sagrado, que sacaban de una caja. He visto también que a menudo salían rayos de luz del interior hacia el exterior de la pértiga y otras veces bajaban del cielo rayos de luz que estaban adentro. Otras veces, luces a los lados, indicaban el camino que debía recorrerse en las peregrinaciones. Esta pértiga entraba en el interior del arca y tenía unos sostenes, de donde estaban suspendidos el vaso de oro del sacramento o misterio y sobre él, las dos tablas de la Ley. Delante del sacramento colgaba un vaso del maná. Cuando yo miraba el interior del arca de un lado, no podía ver el sacramento.
Yo siempre reconocía y tenía al arca como una iglesia, al misterio como un altar con el sacramento y el vaso con el maná me parecía la lámpara delante del Santísimo. Cuando iba a la iglesia siendo niña, yo me explicaba las cosas que veía allí en relación con lo que había observado en el Arca de la Alianza. El misterio de ella me pareció el Santísimo Sacramento del Altar.
Me pareció que estaba en el arca todo lo que es santo; que nuestras cosas santas estaban en él como un germen, como en una existencia futura, y que el sacramento del arca era lo más misterioso de todo. Me parecía que era el arca el fundamento del sacramento del altar, y éste, el cumplimiento y la realidad. No lo puedo decir mejor. Este misterio les estaba oculto a los hebreos, como a nosotros el Sacramento del altar. Yo sentí que sólo pocos sacerdotes sabían lo que era y que pocos, por iluminación del cielo, sabiéndolo, lo usaban. Muchos lo ignoraban y no lo usaban: les pasaba como a nosotros, que ignoramos muchas gracias y maravillas de la Iglesia, y cómo hasta nuestra eterna salvación se comprometería si estuviera sólo fundada sobre la fuerza y el entendimiento humanos. Pero nuestra fe está fundada sobre una roca.
La ceguera de los judíos se me presenta siempre digna de ser llorada y lamentada.
Tenían todo en germen, y no quisieron reconocer el fruto de ese mismo germen. Primero tuvieron el misterio: era como el testimonio, la promesa; luego vino la ley, y, por último, la gracia. Cuando hablaba el Señor en Fichar, le preguntaron las gentes adonde había ido a parar el misterio o sacramento del Arca de la Alianza. Les contestó que de él ya mucho habían recibido los hombres, y que ahora se había pasado a ellos; del mismo hecho que ya no existía podían reconocer que el Mesías había llegado.
XLIV
Joaquín recibe el misterio
Lo veo este sacramento o misterio en forma de involucro, como una capacidad, un ser, una fuerza. Era pan y vino, carne y sangre: era el germen de la bendición y descendencia, antes del pecado; era la existencia sacramental de la descendencia, antes del pecado, que fue guardando para los hombres en la religión y que debía hacer cada vez más pura, por la virtud, esta descendencia, hasta llegar a María, en la que debía completarse, para darnos, por obra del Espíritu Santo, el tan esperado Mesías nacido de esta pura Virgen.
Noé plantó la viña y esto fue ya una preparación: aquí había ya algo de reconciliación y de protección. Abraham recibió este misterio en la bendición, y he visto que trasmitió este sacramento como una cosa real, como algo substancial. Quedó como un secreto de familia. Por esto se explican las grandes prerrogativas que traía el derecho de la primogenitura. Antes de la salida de Egipto, recibió Moisés este misterio y como antes había sido un secreto de familia y de religión, así pasó a ser misterio de todo el pueblo.
Entró en el Arca de la Alianza como el Santo Sacramento del Altar en el tabernáculo, como en la custodia.
Cuando los hijos de Israel adoraron el becerro de oro y cayeron en grande aberración, Moisés mismo dudó del poder del sacramento, y por eso fue castigado
con no poder entrar en la tierra prometida. Cuando el Arca de la Alianza caía en manos de los enemigos o en cualquier otro peligro, era sacado el sacramento por el sacerdote y con todo era tan santa el arca que los enemigos se veían obligados a devolverla por los castigos que recibían. Sólo pocos conocían la existencia de este misterio en el arca y su fuerza de expansión benéfica. A menudo sucedía que un hombre manchaba por el pecado y la impureza la línea sagrada de la descendencia hasta el Mesías, y así la unión del Salvador con el hombre era retardada; pero los hombres podían por la penitencia renovar y purificar este sagrado misterio. No puedo decir con precisión si por el contenido de este sacramento se efectuaba, por una especie de consagración, un fundamento divino o una plenitud sobrenatural en los sacerdotes, o si venía todo enteramente de Dios inmediatamente. Creo lo primero; porque he visto que algunos sacerdotes lo despreciaron e impidieron la venida de la salud y fueron por ello castigados hasta con la muerte.
Cuando el sacramento obraba y la oración era oída, resplandecía el misterio, crecía y brillaba con luz rojiza a través de su envoltura. Esta bendición del misterio aumentaba o disminuía según los tiempos y la piedad y la pureza de los hombres. Mediante la oración, el sacrificio y la penitencia, parecía que crecía y aumentaba en fuerza. Delante del pueblo lo he visto usar solamente por Moisés, cuando la adoración del becerro de oro y en el paso del Mar Rojo, aunque lo tuvo velado, cubierto a las miradas de los hombres. Fue sacado por él del vaso sagrado y cubierto, como se saca en Viernes Santo el SantísimoSacramento y es llevado delante del pecho para bendecir o conjurar, como si obrase a la distancia. De este modo Moisés libró a muchos de la idolatría y la muerte. He visto que el Sumo Sacerdote, cuando estaba solo en el santuario, lo usaba, moviéndolo de un lado a otro, como una fuerza, una protección o una bendición, una elevación para bendecir o para castigar. No lo tomaba con las manos, sino con un velo. Para fines santos he visto usarlo sumergiéndolo en el agua, que quedaba bendita y se daba a beber. La profetisa Débora, como luego Ana, la madre de Samuel, en Silo, como también más tarde Emerencia, madre de Santa Ana, bebieron de esta agua sagrada. Por la bebida de esta agua sagrada fue preparada Emerencia para engendrar santamente a Ana. Santa Ana no bebió de esta agua, porque la bendición estaba en ella. Joaquín recibió, por ministerio de un ángel, el sacramento del Arca de la Alianza. De este modo fue concebida María, bajo la puerta dorada del templo, y con su nacimiento pasó a ser ella misma el arca del misterio. El objeto de este sacramento estuvo cumplido. El arca de madera del templo quedaba ya sin sacramento y sin misterio. Cuando Joaquín y Ana se encontraron bajo la puerta de oro del templo, se llenaron de luz y la inmaculada Virgen fue concebida sin pecado original. Había en torno de ella un sonido maravilloso, como una voz de Dios. Este misterio de la Inmaculada Concepción de María, en Santa Ana, no pueden los hombres comprenderlo y permanece escondido a su entendimiento. La línea de generación de Jesús había recibido el germen de la bendición de la Encarnación del Verbo. Jesucristo instituyó el Sacramento de la Nueva Alianza como el fruto, como el cumplimiento de ella, para unir de nuevo a los hombres con Dios.
XLV
Al fin del mundo se descubrirá y se aclarará este misterio
Cuando Jeremías, durante la cautividad de Babilonia, hizo ocultar el Arca de la Alianza con otros objetos sagrados, en el monte Sinaí, el misterio ya no estaba adentro. Sólo la envoltura de él quedó escondida con el Arca de la Alianza. Él conocía la santidad del contenido y quiso a menudo hablar de ello a los hombres, como también de la perversidad del pueblo, que lo deshonraba; pero el profeta Malaquías lo detuvo en su intento y sacó el misterio de allí. Por medio de este profeta, llegó a los esenios más tarde, y por un sacerdote fue de nuevo al arca hecha posteriormente. Malaquías fue como Melquisedec, un enviado de Dios: no lo he visto nunca como un hombre común y ordinario11. Aparecía como hombre, a semejanza de Melquisedec, aunque algo diferentemente de él, como lo exigían los tiempos. Poco después de haber sido llevado Daniel a Babilonia, he visto a Malaquías como un niño de siete años, perdido, con una vestidura verde y bastoncito en sus manos, que se dirigía, al parecer, a Sarepta, a la tribu de Zabulón, a casa de una piadosa familia. Estos lo recibieron como a uno de los perdidos hijos israelitas de la cautividad, y lo tuvieron consigo. Era sumamente bondadoso, paciente al extremo y mando, de modo que todos lo amaban y así podía él enseñar y aconsejar sin contradicción. Tuvo mucha relación con Jeremías y
le ayudó en las grandes necesidades con sus consejos. Por él fue librado Jeremías de la cárcel en Jerusalén. El Arca de la Alianza escondida por Jeremías en el monte Sinaí, no fue jamás encontrada. El arca que se hizo después, no fue tan hermosa ni contenía lo que había en la anterior. La vara de Aarón pasó a manos de los esenios, en el monte Orbe, donde también se escondió parte de las cosas sagradas. La tribu que Moisés había destinado a la custodia del arca subsistió hasta los tiempos de Herodes. En el último día aparecerá todo lo escondido y se aclarará el misterio, para terror de todos aquéllos que lo han profanado y desconocido.
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NOTAS:
1 San Roberto Belarmino escribe: “No he leído nunca en los antiguos escritores y Padres
que uno solo haya afirmado que el Paraíso terrenal ha sido destruido por Dios”. (Const. de
Grat. primit. hom., cap. 14). Santa Hildegard, Santa Mectildis y Santa Liduvina han estado
en el Paraíso Terrenal y describen su belleza.
4 Esto, que parece nuevo e inaudito, no lo es. El franciscano Pedro Galatino escribe: “Era
opinión de judíos antiguos que la Madre de Dios no sólo fue creada en la mente de Dios ab
initio y ante saecula, sino que también la materia de ella fue formada en la materia de
Adán. Cuando Dios plasmó a Adán hizo una masa de cuya parte más noble tomó la materia
más pura para María, y del residuo o superfluidad formó a Adán”. El mismo autor añade:
“La materia de la Madre de Dios, creada desde el principio y encerrada en un miembro de
Adán fue sacado de él, y pasando de Adán a Set, de Set a Henoch, a Noé, a Sem, a Heber, a
Abraham, a Isaac y a Jacob, llegó hasta Joaquín. Es obvio suponer que se guardaba este
misterio en el Arca de la Alianza para hacer posible la transmisión a través de tantos siglos”.
(De Arcanis Catholicae Veritatis, libro VII).
5 Santa Brígida da como salvo a Salomón. En el proceso de beatificación de Sor Juana de la
Cruz de Revoredo se lee que, por sus oraciones, Dios libró a Salomón del Purgatorio (X,
1674). Teresa Newman ve a Pilatos bautizado, convertido, muerto por orden del Emperador,
y salvo. Ana Catalina da como salvo a Caín, después de su castigo en este mundo.
6 Acerca de los ángeles menos culpables parece coincidir con Santa Francisca Romana, en
cuyas revelaciones sobre el Infierno se lee: “Los demonios que están en el aire y entre nosotros son aquéllos que en el tiempo de la rebelión de Lucifer no se opusieron a los planes
del rebelde y pensaron permanecer indiferentes entre Dios y Lucifer”.
9 Orígenes y Dydimo sostienen que Melquisedec era ángel. San Agustín escribe: “La aparición
de Melquisedec es tan sorprendente que muchos dudan de si se trata de un hombre o
de un ángel” (III, 519). En otro pasaje dice: “Melquisedec no era un hombre: aparecía en
forma de hombre como figura del sacerdocio de Jesucristo” (XVI, 490).
11 Kaulen escribe en el Kirchenlexikon: “Malaquías significa enviado de Dios, ángel de
Dios. Los Setenta traducen ángel. Muchos cristianos de los primeros siglos, tomando el
concepto en su sentido estricto, han creído ver en Malaquías a un ángel con apariencia de
hombre”.
Fuente: Revista Cristiandad.org