Jesús dice que la sabiduría de la vida está en otra dimensión: en cuidar aquello que no se ve, pero que es más importante, cuidar el corazón. El cuidado de la vida interior.
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
El Evangelio de hoy nos ofrece una historia que se refiere al sentido de la propia vida. Es la parábola de las diez vírgenes, llamadas a salir al encuentro del esposo (cf. Mt 25,1-13). Vivir es esto: una gran preparación para el día, cuando seremos llamados a salir al encuentro de ¡Jesús! En la parábola, sin embargo, de esas diez vírgenes, cinco son prudentes y cinco necias. Veamos en qué consisten la sabiduría y la necedad. La sabiduría de la vida y la necedad de la vida.
Todas esas damas de honor están allí para acoger al esposo, es decir, quieren encontrarse con él, como también nosotros deseamos una feliz realización de la vida: la diferencia entre la sabiduría y la necedad no está, pues, en la buena voluntad. Tampoco radica en la prontitud con la que llegan al encuentro: todas estaban allí. La diferencia entre las sabias y las necias es otra: la preparación. El texto dice: las sabias «junto con sus lámparas, tomaron también aceite» (v. 4); las necias, en cambio, no. He aquí la diferencia: el aceite. ¿Y cuál es una de las características del aceite? Que no se ve: está dentro de las lámparas, no llama la atención, pero sin él las lámparas no tienen luz.
Nos miramos a nosotros mismos y vemos que nuestra vida corre el mismo riesgo: tantas veces estamos muy atentos a las apariencias, lo que nos importa es cuidar bien nuestra imagen, dar una buena impresión ante los demás. Pero Jesús dice que la sabiduría de la vida está en otra dimensión: en cuidar aquello que no se ve, pero que es más importante, cuidar el corazón. El cuidado de la vida interior. Significa saber detenerse para escuchar el corazón, atender los pensamientos y los sentimientos. ¿Cuántas veces no sabemos lo que pasó dentro de nuestros corazones ese día? ¿Qué pasa dentro de cada uno de nosotros? La sabiduría significa saber dar espacio al silencio, para ser capaces de escuchar a nosotros y a los demás. Significa saber renunciar al tiempo pasado delante de la pantalla del teléfono para mirar la luz en los ojos de los demás, en el propio corazón, en la mirada de Dios hacia nosotros. Significa, no dejarse atrapar por el activismo, sino dedicar tiempo al Señor, a la escucha de su Palabra.
Y el Evangelio nos da el consejo adecuado para no descuidar el aceite de la vida interior, «el aceite del alma»: nos dice que es importante prepararlo. Y en el relato, vemos que las vírgenes ya tienen las lámparas, pero deben preparar el aceite: deben ir a los vendedores, comprarlo, colocarlo en las lámparas... (cf. vv. 7.9). Así es para nosotros: la vida interior no se improvisa, no es una cuestión de un momento, de vez en cuando, de una vez para siempre; la vida interior hay que prepararla dedicando un poco de tiempo cada día, con constancia, como se hace para cada cosa importante.
Entonces, podemos preguntarnos: ¿qué estoy preparando en este momento de la vida? Dentro de mí, ¿qué estoy preparando? Quizá estoy intentando ahorrar algo, estoy pensando en una casa o en un coche nuevo, en proyectos concretos… Son cosas buenas, no son cosas feas. Pero, ¿estoy pensando también en dedicar tiempo al cuidado del corazón, a la oración, al servicio a los demás, al Señor que es la meta de la vida? En definitiva, ¿cómo está el aceite de mi alma? Que cada uno de nosotros se pregunte lo siguiente: ¿cómo está el aceite de mi alma? ¿Lo alimento y lo conservo bien?
Que la Virgen nos ayude a custodiar el aceite de la vida interior.