Adoración contemplativaEl culto a Dios, podemos dárselo sirviéndole, adorándole y glorificándole, y quizás la más perfecta de estas tres formas de dar culto a Dios sea la de adorarle. Como sabemos tenemos tres clases o formas de oración que podemos practicar y de acuerdo con su grado de perfección, estas tres formas son: vocalmente, mentalmente y contemplativamente. Y como la oración contemplativa, es la más perfecta, lógicamente la forma de adorar al Señor más perfectamente se realiza en la contemplación.
Para Benedicto XVI, cuando era cardenal Ratzinger, decía que “La oración en el marco de la adoración eucarística, alcanza una dimensión completamente nueva, solo ahora en este caso reúne los dos planos y solo ahora es, cuando es realmente auténtica”. Se puede servir al Señor con actividades materiales, y ello sin duda alguna es bueno, pero mucho más perfecto es adorarle contemplándole. Con respecto a la actividad material de Marta y la espiritual de María, escribe San Agustín: “Marta navega, cuando María está ya en el puerto”. Y es normal que la contemplación, que tiene su fundamento en el orden espiritual, sea superior a la actividad, que tiene su fundamento en el orden material. Porque es bien sabido, que el orden espiritual está por encima del material. Y es que el valor espiritual de una existencia humana, no se mide por las actividades materiales que realice, sino por la intensidad y cantidad de la adoración espiritual que haga: El valor de una vida es el peso de su adoración. San Francisco de Sales, escribía que: “Toda la vida de Nuestro Señor fue un largo acto de adoración y sumisión completa a la voluntad de Dios”. Los cristianos hablan todavía mucho de Dios; hacen también muchas cosas y muchas obras materiales por Él; pero pierden el sentido de la adoración; por eso están amenazadas de ateísmo. La fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, Santa Rafaela María, daba diversas definiciones de lo que significa adorar al Señor, mostrándonos en ellas el inmenso amor al Señor que había en su alma. Estas son: “Adorar es sentir que Dios es muy grande y nosotros muy pequeños, pero intensamente amados por Él: es sentir el gozo de estar en las manos de Dios: el absolutamente otro el incomprensiblemente cercano”. “Adorar es alabar y dar gracias. Es confiar, es creer a ciegas el incomprensible amor que Dios nos tiene”. “Adorar es bucear en el mar sin fondo del amor de Cristo que se ofrece en la Eucaristía. Es hacerse Eucaristía: amar, servir… Amar hasta el extremo hasta entregar la vida como Cristo”. “Adorar es acoger el proyecto de Dios, dejarse en sus manos sin límites. Es recibir la vida que Dios nos regala, con sus altibajos, penas y alegrías. Es responder a la vida con amor”. “Adorar es dejar latir el propio corazón al compás del corazón de Cristo. Es sentirse, con Cristo, Corazón del mundo: latir por todos, interceder por todos”. “Adorar es vivir el gozo de la verdadera libertad, la ofrenda del ser en el templo del universo. Es entrar en el espacio y el tiempo de Dios, darle mi tiempo”. “Adorar es mirar al Señor, sentirlo cercano, muy dentro. Saber que me habita una maravillosa presencia”. En definitiva, podríamos pensar y decir con el oblato norteamericano Nemeck, que: “Adorar es perderse unitivamente en Dios”. La adoración a Dios es una formidable arma, puesta a nuestra disposición para el combate espiritual, ella sorprende a nuestro enemigo y le obliga a que se rinda. Después de esto, aunque el pecado siga estando presente, no reina ya en nosotros, se ha visto obligado a abdicar. ¡Poder santificador de la adoración! En la adoración contemplativa, el silencio, es fundamental. El que trate de adorar al Señor contemplativamente, ha de aprender a escuchar a Dios en el ruido del silencio, porque para amar hace falta intimidad y el silencio es la que nos la dona. Para Gregorio Nacianceno, adorar significa elevar a Dios un himno de silencio. Para él, a medida que nos vamos acercando a Dios las palabras deben de hacerse más breves, hasta llegar al final a enmudecer por completo, y unirse en silencio al que es inefable. Es indudable que sin soledad y silencio, es harto difícil, poder adorar al Señor en la contemplación. Somos cuerpo y alma y aunque el alma esté bien dispuesta, ella necesita que nuestro cuerpo no la interrumpa en sus deseos de adorar al Señor contemplándolo, con circunstancias puramente materiales, como es el ruido, o las distracciones que pueden venir de las actividades humanas sean próximas o lejanas, y que pueden romper nuestra intimidad con el Señor. Como siempre ocurre en el desarrollo de la vida espiritual, cuando algo se desea, ya se posee. Porque el amor del Señor a nosotros es tan inmenso, que siempre está deseando concedernos de inmediato, las peticiones de orden espiritual que le hagamos. Es por ello, que el mero deseo de tener fe, significa que ya la posee el que la desea, será una plantita pequeña de fe, pero ya crecerá si persevera. El que desea amar, al Señor, sin darse cuenta ya lo está amando. San Francisco de Sales, el dulce obispo de Ginebra, escribía: “El deseo de alabar a Dios que la santa benevolencia excita en nosotros, es insaciable; el alma que de él se siente influida querría poseer alabanzas infinitas para atribuírselas al Amado. El alma que ha experimentado gran complacencia en la infinita perfección de Dios, viendo que no le puede desear ningún acrecentamiento de bondad, porque lo posee en grado muy superior a cuánto es deseable e imaginable, al menos desea que su nombre sea bendito, exaltado, alabado, honrado y alabado cada vez más”. Fuente y texto completo: https://www.religionenlibertad.com/adoracion-contemplativa-18942.htm |