Según el último informe “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo (SOFI)”, 735 millones de personas padecen hambre.
Hablar de la inmensa pobreza que padece parte de la Humanidad resulta dolorosísimo y es causa de vergüenza. Las cifras son escalofriantes: 735 millones pasan hambre y otros más de 3.000 millones que carecen de una dieta saludable.
Una cifra que representa un incremento de 122 millones de personas en comparación con 2019, antes de la pandemia. Manos Unidas cree que esto supone un «fracaso para la humanidad».
El SOFI también recoge que «50 millones de personas se enfrentarán, este año, al hambre extrema, y se prevé que otros 19 millones sufran desnutrición crónica en 2023. La inflación nacional de los alimentos en más de 60 países sería del 15 % o más, y cerca del 60 % de los países de ingresos bajos se encuentran en situación de endeudamiento grave o en alto riesgo de padecerlo».
El mundo no parece sonrojarse ante estas cifras que clamen al cielo. Es una responsabilidad de todos nosotros, pues hay más alimentos de los que el mundo necesita para vivir y vivir todos sus habitantes bien. Mientras el número de personas que pasan hambre sigue en aumento, se desperdician toneladas de comida en todo el mundo. Es para sentirse culpables, pero ¡no!, no nos culpabilicemos, que esto no se lleva; la mentalidad progre de hoy día prohíbe el sentirse culpable por nada. El hambre del mundo no pre-ocupa, a no ser, tangencialmente, por causa una migración a la que se quiere lejos, que incordia y resulta molesta.
¿Y la responsabilidad de que esto esté sucediendo de quién es? De Dios no, pues hay suficiente en este mundo por Él creado…, ¿entonces a quién echamos la culpa? Lamentable. Mucho progresismo, muchos avances materiales, científicos, tecnológicos, de explotación de recursos y cultivos, etc.