Dios se saltó un renglón

Hoy, 23 de enero, se lee en la misa el Evangelio según san Lucas ((1,1-4; 4,14-21), del que en la segunda parte extraemos la siguiente enseñanza.

El rostro más autentico de Dios: es el del amor misericordioso. Jesús omitió un reglón de las Escrituras, para revelarnos cómo Dios realmente es.

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           Jesús entró en la sinagoga de Nazaret, tomó las Escrituras en texto hebreo y las leyó al arameo para que los presentes la entendieran. El párrafo era del profeta Isaías:

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor . 

Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Y él comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
(Lc 4,18-21).

           Pero hete aquí que entre los presentes había un escriba que se sabía las Escrituras al dedillo, y dirigiéndose a Jesús le hizo airadamente una observación:

           —Has omitido una parte del texto sagrado. Concretamente aquel que dice: Pregonar el día de venganza de nuestro Dios (Is 61,2).

           Y Jesús, mansa pero firmemente, le dijo mirándole a los ojos:

          —Verdaderamente conoces las Escrituras; pero ¡oh, qué pena! no conoces a Dios.

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“Cristo, pues, revela a Dios, que es Padre, que es ‘amor’, como diría San Juan en su primera Carta; revela a Dios ‘rico de misericordia’, como leemos en San Pablo. Esta verdad, más que tema de enseñanza, constituye una realidad que Cristo no ha hecho presente. Hacer presente al Padre en cuanto amor y misericordia es en la conciencia de Cristo mismo la prueba fundamental de su misión de Mesías; lo corroboran las palabras pronunciadas por El primeramente en la sinagoga de Nazaret y más tarde ante sus discípulos y ante los enviados por Juan Bautista” (Juan Pablo II)[1]

Yo no juzgo al que oye mis palabras y no las guarda, pues no he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo (Jn 12,47).

Jesucristo es original respecto a los profetas y así el Nuevo Testamento respecto al Antiguo, y es que proclama la salvación; es su apuesta fundamental.

Revela a un Dios que tiene entrañas de misericordia, que es un Padre, un papaíto (Abba), que se desvive por sus hijos, y que por tanto no le corresponde sino, muy al contrario a lo que es el sentir general, de que cuanto nos sucede de malo sea castigo  —venganza– de Dios por nuestros pecados.

Si Cristo eliminó de las Escrituras esa parte como impropia de Dios, del Dios Padre que el nos revelaba, cada vez que leamos en las Escrituras algo así, tendríamos que «saltárnoslo».

Así como Jesucristo lee el Antiguo Testamento así lo tenemos que leer nosotros, con la mirada amorosa y salvadora de Cristo, quien nos revela el rostro más nítido y verdadero de Dios. Quien se aleja de este foco de luz a la hora de interpretar la Escrituras sacará una imperfecta imagen de Dios.

Muchos cristianos leyendo la Biblia sin tener en cuenta esta revelación extraordinaria de Dios en y por su Hijo, han cometido barbaridades que han «sacralizado», apoyándose en textos sagrados bastardamente leídos, avergonzando a Dios.

…Vendrán los sumos sacerdotes, los teólogos, los expertos, los escribas de siempre, los censores, etc., y montarán una cruz, o si la cruz ofende, harán de ella astillas y formarán una hoguera.

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El «ojo por ojo, y diente por diente» del Antiguo Testamento es una relación de justicia, de eros o ‘filia’ en que la simpatía se ha roto y reclama se restituya desde quien la ha quebrado, ajustando lo desajustado. Esto es de una lógica humana categórica. Pero desde la lógica divina, es decir, desde la Buena Nueva del Evangelio, la lógica humana se diviniza en Cristo, y el ajustamiento se realizará desde la misericordia, desde el perdón, asimétricamente; es una relación de ágape. Aquí la relación no se basa en la simpatía y en la justicia, sino en la fraternidad y en el amor misericordioso; aquella tiene su origen en la naturaleza humana; ésta en la divina. Sin fe ?implícita o explícita? la fraternidad y el ágape son imposibles

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Queridos, no os venguéis vosotros mismos, más bien dad lugar al castigo de Dios, pues está escrito: ‘Mía es la venganza. Yo pagaré, dice el Señor’. De tal manera que si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; que si haces esto, amontonarás tizones encendidos sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien (Rom 8,19-21).

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[1] Enc. Dives in misericordia, n.3.

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