Mal al bien y bien al mal

Mal al bien y bien al mal

 

De la triada la verdad, lo bello y lo bueno, este último posiblemente sea el más decisivo y comprometedor para el ser humano, ya que en el bien es donde se juega responsablemente su destino.

Algo grave, gravísimo -me atrevería a decir- está ocurriendo en este época, que no ha ocurrido en ninguna de la historia de la humanidad. Y es: confundir el bien con el mal y el mal con el bien, producto de pérdida con conciencia ética; a consecuencia de una asepsia culpable, de un vivir sin valores, sin creencias, sin responsabilidad moral, pendientes de los placeres, egoístamente, paganamente, nihilistamente y en el relativismo más absoluto…

La banalidad del mal es un drama que ha ido instalándose en la sociedad del hombre occidental, de modo que ya no distingue entre el bien y el mal, no sabe –o siente- la diferencia entre la honestidad y la bajeza, le es indistinto. E incluso, utilizar palabras devotas para magnificar ciertos actos, en un intento de sacralizar el mal. Los canallas adquieren un protagonismo en los medios de comunicación que resulta envidiable para el gran público; es decir, los malos acaban siendo los triunfadores y protagonistas de la historia. Los triunfadores los son pese o bien gracias a sus comportamientos deshonestos.

Este es el punto donde nos encontramos; donde se pierde el sentido moral, donde los contornos de lo que es bueno o malo se difuminan; Ahí reinan las tinieblas.

Porque ahí en ese extremo es donde el hombre pierde pie y su ser se difumina en la oscuridad; subyugado por el mal, pierde su esencia y vocación, al bien y al Bien. «La fascinación del mal oscurece el bien» (Sab 4,12a). El mal no conoce la bondad; no la comprehende, la odia. Esto es lo más grave, pues, que le puede pasar: el mal es su destrucción.

Este es el fin: Lo excelso (santo, bueno y bello) se torna abominable, y su contrario en ferviente anhelo. Es sacrílego la glorificación del mal a que se ha llegado.

Este es el pecado que no será perdonado: el que confunde a al bien, lo propio de Dios, con su antítesis, mal, lo propio de Satanás; el que tiene a la virtud por pecado y a este como algo propicio. Este es el pecado contra el Espíritu Santo, que hace llamar a las obras de Cristo como obras de  Belcebú. «¡Ay de aquellos que llaman mal al bien y bien al mal!» (Is 5,20).

Este es el hombre de hoy, el que le ha vuelto la espalda a Dios y se aleja cada vez más, «comprometiendo» la obra creadora de Dios, por la que Él mismo ha dado la vida, queriendo que nadie se pierda.

Veremos pronto -estimo- cómo Dios va a tomar alguna decisión…

 

Luis M. Mata