Arrancada del abismo es muchas cosas. Ante todo, un libro de fe, la historia de una mujer, la periodista italiana Milly Gualteroni, que negaba a Dios hasta que se encontró con Él. También el relato de su durísima lucha contra la depresión, que le condujo a dos intentos de suicidio realizados -y a los que faltó muy poco para ser eficaces- y un tercero programado y decidido, y suspendido en el último minuto. En los tres casos, como en el camino que le llevó a la conversión, gracias a intervenciones imprevistas y misteriosas. Sobrenaturales, ¿por qué no decirlo? Si no en su manifestación, sí en su origen. Le hemos pedido a Milly que explicase a ReL, en primera persona, la razón de su libro. Ésta fue su respuesta: Pincha aquí para adquirir ahora Arrancada del abismo. Quisiera en primer lugar deciros que estoy emocionada por lo que está sucediendo en torno a este libro. Desde que salió a las librerías, hace más de dos años, he viajado continuamente por Italia para presentarlo y son realmente muchas las personas que me han escrito, enviado mensajes, llamado por teléfono o parado por la calle, o directamente se han presentado en la puerta de mi casa para hablar del libro y contarme sobre ellos. Todo esto me consuela y me conforta, porque en realidad yo no quería publicar este libro…
La belleza de la intervención divina Me impulsaron amigos y amigas, laicos y religiosos con autoridad que, tras haberlo leído, me dijeron que era mi deber moral hacerlo. Y después de algunos meses de debate interior, comprendí que era cierto y que no podía dejar de dar testimonio de la belleza de lo que aconteció en mi vida, rescatándola de la tragedia. ¿Con qué beneficio? No, ciertamente, económico, puesto que prácticamente he renunciado a los derechos, pero sí un gran beneficio espiritual, como me confirman tantos testimonios que sigo recibiendo.
Tragedias recurrentes Pero volvamos a mi depresión, que se estructuró sobre dos hechos trágicos: la muerte violenta de mi queridísimo hermano mayor, en 1971, cuando él tenía 24 años y yo tenía 13; y luego, cuatro años después, en 1975, la muerte, también por suicidio, de mi queridísimo padre, un médico pediatra muy conocido y amado en mi ciudad. Él tenía 69 años y yo tenía 18 y acababa de volver a casa tras un año que pasé estudiando en California. Además, hace cinco años, en 2013, resurgió un hecho traumático que había sepultado: una violencia sexual padecida cuando yo tenía veinte años. Fue así como también yo intenté hasta dos veces el suicidio, y una tercera lo programé, siendo detenida, como en el primer caso, por un hecho misterioso.
El camino famacológico Volviendo a mi depresión, hasta hace once años intenté, obviamente, curarla acudiendo a la medicina psiquiátrica, y acudiendo por tanto a los psicofármacos, que en mi caso fueron sustancialmente perjudiciales, sobre todo porque siempre me afectaron severamente los efectos secundarios. Además, durante casi treinta años tomé habitualmente un fármaco, un tricíclico, que hoy sé que fue particularmente dañino. De hecho, como cuento en el libro, hace años me explicaron que este medicamento, en la práctica, había hecho crónica mi depresión: me elevaba y me hundía. A causa de los fármacos tuve incluso que dejar de trabajar: me sentía demasiado parada, ya no conseguía desarrollar mi amadísima profesión de periodista. Dejar el trabajo fue para mí un auténtico trauma, aparte de un desastre económico. Pero también fue mi fortuna, porque decidí que debía reencontrar a Dios. Me matriculé en Teología, primero en la Facultad católica, luego en la de la iglesia protestante valdense. Luego, tras una serie de sucesos misteriosos, me fui a vivir a una casa de retiros espirituales, de padres barnabitas. Así me encerré durante casi un año para escribir un libro, una antología de las cartas espirituales de su co-fundadora femenina. Era 2007 y en aquella casa de retiros espirituales, mientras hacía vida común con siete sacerdotes y trabajaba en el libro en la biblioteca, redescubrí la belleza de la fe cristiana, sabia maestra de vida. Desde entonces, he conseguido saldar cuentas con el trágico pasado de mi vida y he superado la dependencia de los fármacos…
En Dios el alma respira y vive Para terminar, cuando tenía vente años y me consideraba una agnóstica, pensaba que la única forma de afrontar mis abismos era la medicina psiquiátrica... Luego he ido descubriendo que somos mucho más que un cerebro que tratar con los psicofármacos cuando se bloquea. Somos cuerpo, un cerebro y una mente, pero somos sobre todo un alma espiritual, un alma en buena medida apagada, encogida y aplastada por el frenesí y las lógicas de la vida moderna. Estas páginas son pues el testimonio de una fe reencontrada por medio de una pasión y un deseo de muerte que finalmente han descubierto la alegría liberadora de la Resurrección incluso en esta vida. Una fe reencontrada, no ciertamente por mérito mío, sino por un puro don. Éste es el núcleo de un libro que propongo con humildad, pero al mismo tiempo con firme convicción. Su finalidad es hablar a tantos que sufren -pero no solo a ellos- para decirles, con humildad pero con convicción, que una vida alegre es posible incluso en la tribulación, y que, después de toda pasión, puede existir para todos una resurrección, ya en esta vida. https://www.religionenlibertad.com/personajes/64566/dios-intervino-vida-para-rescatarla-depresion-los.html |