Conversiones

Una lectura casual me ha recordado que en el siglo pasado se produjeron numerosas conversiones de personajes relevantes: de pensadores (C.S. Lewis, Edith Stein, García Morente, Maritain, Gabriel Marcel), escritores y artistas (Graham Green, Charles du Bos, Evelyn Waugh, Giovanni Papini, Paul Claudel, Julien Green, Gerhard Stanley Hopkins, Ernst Jünger, Max Jacob), personalidades diversas (Thomas Merton, Charles de Foucault, Lorenzo Milani)… Un poco de memoria y de paciencia podrían alargar esta lista. Algo sin embargo ha llamado mi atención. Se trata de procesos que tienen lugar únicamente en la primera mitad del siglo.

En una ocasión preguntaron al historiador del arte E. H. Gombrich por qué se había producido en Venecia esa serie de generaciones de grandes pintores, si era debido a la riqueza de la República, al mecenazgo de las autoridades. Gombrich respondió lapidariamente: “Fue por casualidad”. Y añadió que en Génova se dieron, en el mismo período de tiempo, idénticas circunstancias sin ningún resultado apreciable. ¿Puede, pues, decirse lo mismo de esas conversiones, que se produjeron por casualidad? Si queremos, sin embargo, sacar alguna conclusión para el presente no podremos rendirnos a ese diagnóstico tajante

Pero quizá habría que hacer, antes de nada, una pequeña acotación del terreno. A mi modo de ver, la conversión significa un corte, un cambio de mentalidad y de conducta.

En las historias evocadas al comienzo ha habido casos en que la llamada, el empujón para ese paso ha venido, por así decirlo, “de lo alto”. Así sucedió con Charles de Foucault, con García Morente, con Edith Stein o Paul Claudel. En otros casos jugó un papel importante una personalidad fuerte y atractiva como Newman en Inglaterra o Leon Bloy en Francia. Para el resto algo les resultó atrayente en el catolicismo, algo que venía a cubrir un hueco, un vacío en sus convicciones o en sus vivencias anteriores. “Desde los átomos hasta los pueblos de la Tierra toda, la existencia no es más que una tentativa, un conato, un desastre y una derrota”, así escribía Papini en su diario. La fe en Jesús significaba romper ese destino que el escritor, romántico y rebelde, se negaba a aceptar.

Pero vengamos al momento presente. Dos afirmaciones radicales y opuestas podrían resumir nuestra percepción de la realidad actual: el mundo es hermoso, el mundo es horrible. La primera viene avalada por los múltiples mensajes que pueblan los whatsApps y los correos electrónicos. La segunda se confirma en las noticias de cualquier telediario.

A mi modo de ver el cristianismo puede asumir ambas afirmaciones y ofrecer a cada una dimensión nueva y más profunda.

El mundo es hermoso pero no sólo su estética a veces sublime, no sólo por su engranada complejidad sino porque está habitado por el Espíritu. Para una lectura creyente cada momento, cada acontecimiento, cada persona puede vivirse como soporte de una profunda belleza.

El mundo es horrible pero es a la vez una llamada a la solidaridad y a la misericordia. El dolor y el sufrimiento se multiplican pero nada de todo lo que se siembre se perderá y llegará un día en que los sufrientes serán bienaventurados. Todos los santos del siglo XX -Martin Luther King, madre Teresa…- asumieron el sufrimiento y lo transformaron en solidaridad y promesa.

Y sin embargo, en el concierto de las ofertas de salvación que se muestran en el mercado, la de la Iglesia no es especialmente atrayente. Si no hay conversiones, habrá que preguntarse por qué¿Quizá sí las hay pero son ya de gente corriente de los sencillos a quienes Jesús se dirigía?¿Quizá faltan personalidades fuertes y atractivas y no basta la de Francisco? ¿O quizá haya que esperar simplemente que las conversiones ocurran por casualidad?

Carlos F. Barberá

Fuente y texto completo: http://www.atrio.org/2017/02/conversiones/#more-13817