La post-verdad

Actualmente, resultar ser verdad lo que se adapta a mi subjetividad. Verdad es aquello que me gusta; hay una identificación la verdad con el gusto, con los placentero. La verdad depende del capricho de uno. De modo que la verdad en sí, como realidad fáctica no interesa; si desagradad, si resulta un obstáculo para los propios objetivos, si contraviene…, si cuestiona «mi felicidad», queda proscrita.

En definitiva: la verdad como tal en estos tiempos postreros ha dejado de existir, y/o, por más inri se ha convertido -paradojas de la burla del autoengaño- en una gran mentira, es decir, nos conformamos hipócritamente (o incluso «sin saberlo») a la confortabilidad de la verdad que no es tal, pero que como cumple el requisito de complacencia crasa. Lo cual supone burda traición a la lógica más elemental; pero funciona, desgraciadamente.

Verdad es aquello que aquieta una inquietud de nuestra inteligencia. Verdad es aquello incontestable, que satisface a la razón, que cumple el silogismos lógico de premisas y propuestas y su conclusión lógica e incontestable. La razón se rebela contra toda proposición ajena a la verdad. Este planteamiento clásico sobre la verdad es lo que ha saltado por los aires.

Así, la verdad, pues, o no existe o no interesa que exista, y en consecuencia, no afecta a la realidad, la conciencia ni la conducta. La ignorancia, la mentira o el no ver la realidad pueden proporcionar mucha tranquilidad; en cambio, la verdad puede incomodar, cuestionar nuestra vida, llamar a la responsabilidad, comprometer, hacerte culpable, etc., lo cual no gusta, claro.

Según esto, habrá realidades de las que se trataría de huir y, por ende, de autoengañar: el aborto, la muerte, la libertad responsable, la conciencia, Dios, la fidelidad al compromiso, etc. Estas son algunas, de las más significativas, pero existen una infinidad de más pequeñas, en el día a día, a las que se esquivan o manipulan a nuestro antojo y según convenga. De modo que cada cual se forma un mundo a su medida, a base de psudoverdades y fantasías subjetivas.

La verdad como tal, universal, que cuestione la «verdad propia», es despreciada, descartada, no interesa; no interesa la verdad sobre la naturaleza, el orden de cosas, el on establecido, lo que es, no interesa la antropología existente, la sujeción a la especie humana, no interesa tampoco cuestiones sobre la trascendencia y la apertura del ser humano por la dignidad de su espiritualidad a la que ser fiel y cuidar. El alejamiento de la verdad, el relativismo, el pensamiento débil… se vuelven tan confortables…

De modo que la verdad resulta intolerable, y es inadmisible decir la verdad, si la verdad no es lo que el interlocutor quiere oír. Para las nuevas generaciones la verdad está definitivamente condicionada por los intereses propios, por los fines a lograr, por las satisfacciones a proporcionar; la verdad y la realidad, en sí, carecen de relevancia, solo son un medio para conseguir objetivos. Lo que interesa pues es la «postverdad«; la verdad propiamente hablando se ha vuelto virtual.

Desde el particular a los más grandes colectivos les parece apropiado el uso de la postverdad. Así, los medios de comunicación, las grandes empresas, organizaciones transnacionales, los políticos, oligarcas, etc., manipulan los deseos de la ciudadanía, crean gustos y opiniones virtuales, a través de las redes sociales y medios de comunicación, que no tiene nada que ver con la verdad que dignifica a la persona humana; todo está fundamentado en razón de  oscuros interés de grupos que se mantienen en la sombra, en sombra de muerte. Y claro, en esta oscuridad lo primero que desaparece es la noción de verdad como hecho a respetar; acabada ésta se precipitan las tinieblas.

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Jesús le dice a Pilatos: “Todos los que son de la verdad escuchan mi voz”. Pero a Pilatos no le interesa la verdad, le desagrada enfrentarse con ella, y trata de evadirla autoexculpandose: ¿Qué es la verdad?” (Jn 18,37b-38a). A Pilatos, por lo que se ve, no le interesa la verdad; cuestiona la propia naturaleza de la verdad. 

Esto de ¿qué es la verdad?, como se puede ver, no es nuevo, aunque este de actualidad. Hay  muchas verdades, tantas como opiniones, todos tiene su verdad, depende del cristal como se mira, etc. etc. Es decir, no existe propiamente la verdad.

Verdad es lo que humaniza, de ahí que Satán sea llamado el gran mentiroso, padre de la mentira (Jn 8,44), el que des-humaniza, que es lo opuesto a la verdad, lo in-humano.  En cambio, «Ecce homo»:  He aquí la humanidad. Quien se asemeja Cristo, se humaniza, se encuentra con la Verdad.

Satanás se empeña en que no echemos de menos a la verdad, en que no la deseemos ni la busquemos, quiere nuestra pasividad, nuestra tibieza,… y procurar hasta que tengamos triunfos, logros parciales, con tal de hacernos carecer de inquietudes, procura a toda costa que nos aburguesemos, que adquiramos una manera de mirar y medir la realidad muy precisa ¾pero paradójicamente vaga—, para mantenernos en la apariencia engañosa. Es una manera particularmente sutil —y precisamente por ello, peligrosa¾  de robarnos el alma.

Se ha dado una deshumanización, desnaturalización humana, que esclerotiza el corazón, que insensibiliza, que hace inaccesible a la verdad, por su atractivo; la verdad sea hace inapetente, y hasta repulsiva. Entonces se ha llegado al límite, a estar del lado de la raya donde se convive con la mentira. Ahí comienza el reinado de las tinieblas. El lugar de las sombras, donde habita el padre de la mentira.

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